Me hubiera gustado escribir esta semana sobre la desaparición del Popular y enmarcar ese hecho en el contexto de la visión partidista que se nos ha dado sobre nuestro rescate financiero. Pero no he podido, porque no he sido capaz de conocer los datos esenciales de un proceso sobre el que ha habido muy poca transparencia. Y al pensar que esto no hubiera sido posible en otros países de la Eurozona, me acordé de la consigna orteguiana, «europeizar España», y su vigencia.
La idea de Ortega era simple: cuanto más nos parezcamos a otros países europeos avanzados, mejor. Así, la tradicional diferencia española, cargada históricamente de aspectos negativos, se diluiría al acercarnos a lo que hacen otros que tienen un mejor desempeño que nosotros. El ingreso en el Mercado Común Europeo, en 1986, y la adaptación permanente a las consiguientes reformas que se han ido produciendo en este contexto hasta llegar a la situación actual, podrían hacernos pensar que ya hemos superado las distancias y que somos plenamente equiparables al resto de países europeos. Y eso es verdad… salvo en algunos asuntos como la asunción de responsabilidades por parte de los gobernantes, los horarios u otros asuntos no menores, que es para los que propongo que abordemos un nuevo plan de reformas con el objetivo de aproximarnos a la media de la Eurozona porque de la actual distancia sólo extraemos pérdida de bienestar relativo.
Quisiera europeizar España en renta per cápita. Es cierto que nuestra renta per cápita se ha multiplicado por tres desde la Transición. Pero los otros países europeos también han avanzado la suya y hoy seguimos manteniendo una importante brecha de más de 7.000 euros al año con la media. Una parte de la explicación a esa diferencia es que en España trabaja menos gente (tasa de empleo del 47% frente al 52%) y que la tasa de paro es muy superior: 18% frente al 10% de media, sobre todo, si profundizamos en paro de larga duración (casi el doble aquí), porcentaje de paro juvenil (el doble) o temporalidad laboral (26% frente a 15%).
Además, los que trabajan en España ganan menos dinero (salario medio mensual 1.600 euros frente a 2.000), tal vez porque tenemos un mayor abandono temprano de la formación (ocho puntos más), hay más españoles con niveles educativos bajos o más jóvenes que ni estudian ni trabajan. Además, los españoles reciben menos protección social (25% del PIB aquí / 30% Eurozona) lo que, en conjunto, establece un riesgo muy superior en España de caer en la pobreza que en la media de los países de la Eurozona.
Quisiera, también, europeizar España en déficit y deuda pública para dejar de ser el país de la Eurozona con mayor déficit público, a pesar de la recuperación económica, y poder salir así del sistema de supervisión al que nos sigue teniendo sometidos Bruselas. Los datos son testarudos y, más allá de consignas políticas, España cerró 2016 con un 4,5% del PIB de déficit público y una deuda del 99% del PIB, mientras la media de la Eurozona estuvo en el 1,5% para el déficit y 10 puntos porcentuales menos para la deuda.
De la actual distancia con la media de la Eurozona sólo extraemos pérdida de bienestar relativo
No sé si el hecho de que nuestros ingresos públicos/PIB se sitúen 10 puntos por debajo de la media puede aportar algo de luz a la resolución de este factor diferencial negativo, pero seguro que lo hace nuestra menor capacidad recaudatoria para similar estructura impositiva. El elevado fraude fiscal (animado, sin duda, por una amnistía que ha resultado inconstitucional) y una excesiva elusión legal, impulsada por un sistema de beneficios fiscales muy generoso, aunque desigual, son factores diferenciales en negativo que mantenemos con otros países de nuestro entorno.
Me gustaría europeizar España, también, en la productividad de nuestra economía, donde la diferencia con los países de la Eurozona es muy elevada y se mantiene desde hace demasiado tiempo. Para ello, son varias las cosas que deberíamos hacer como las hacen ellos, empezando por un mayor gasto en I+D+i donde estamos, casi, a la mitad en términos de porcentaje del PIB. Otro factor que afecta a la productividad es, sin duda, disponer de un mayor número de empresas de mayor tamaño. No tanto más empresas, sino más grandes. Doy un dato: mientras nosotros tenemos 5.000 empresas con más de 250 empleados, la media de los países de la Eurozona es 20.000, cuatro veces más.
En el fondo, los tres asuntos -productividad, renta per cápita y eficiencia del sector público- están relacionados y comparten dos características comunes: nuestra distancia con la media europea se mantiene desde hace mucho tiempo (décadas) y son asuntos, todos ellos, cuya corrección requiere actuaciones firmes, pero también tiempo para que surtan efecto las necesarias reformas que, por otro lado, deben adoptarse de forma coordinada, cuando no simultánea. Hablamos de un verdadero plan nacional de reformas que debe tener un objetivo claro, aproximarnos a Europa en todas esas variables que he mencionado en las que estamos peor y un método no menos claro: hacerlo como lo hacen los países europeos con los que queremos equipararnos, es decir, copiar de los mejores.
Se trata, por tanto, de preparar modernizados el próximo salto de nuestro país recurriendo, otra vez, al viejo programa europeizador: en asuntos de renta, productividad, empleo, déficit, etc. No deberíamos aceptar ser diferentes, a peor, que el resto de países con los que nos debemos comparar. Y este salto exige tres condiciones: volver la mirada afuera, rompiendo la burbuja en que nos hemos instalado a base de compararnos exclusivamente con nuestro propio pasado inmediato; recuperar un proyecto de país capaz de unificar acciones de fuerzas sociales y económicas trabajando en la misma dirección; y, sobre todo, un Gobierno dispuesto a impulsar ese proceso modernizador, sin estar asediado por la corrupción u obsesionado con las encuestas electorales.