Marx, aniversario de un economista

Escrito a las 7:47 am

Pocos autores anticiparon la fuerza creativa del capitalismo como Carlos Marx, de quien se cumple 150 años de la publicación del primer tomo de su obra cumbre, El Capital, dedicada a analizar en profundidad lo que de especial tenía ese nuevo «modo de producción burgués». Ya en el Manifiesto comunista encontramos frases como ésta: «La burguesía, en un siglo, ha creado fuerzas productivas más variadas y colosales que todas las generaciones pasadas tomadas en su conjunto». Y añade: «La burguesía no existe sino a condición de revolucionar incesantemente todas las relaciones sociales», empezando por darle «un carácter cosmopolita a la producción de todos los países (…) Impulsada por la necesidad de mercados siempre nuevos la burguesía invade el mundo entero», ya que todo lo convierte en mercancía que se compra o se vende «incluyendo la producción intelectual».

Nadie más supo anticipar, en 1848, lo que hoy llamamos globalización como una tendencia imparable de la lógica intrínseca del capitalismo. De esa fascinación por la fuerza revolucionaria de la burguesía, que consigue que «todo lo que era sólido y estable sea destruido», surge la necesidad de analizar detalladamente «el capital (que) es la fuerza que todo lo domina en la sociedad burguesa». Y lo hace tras estudiar detalladamente la historia y la realidad de su época, ya que Marx era «un hombre verdaderamente informado» (Schumpeter), y «su fuerza se halla en el realismo del conocimiento empírico del sistema capitalista» (Leontieff).

Al igual que Adam Smith, encuentra la explicación a esa fuerte capacidad dinamizadora de la burguesía en la existencia de competencia entre capitalistas y en su necesidad de maximizar los beneficios, ya que «la obtención de ganancias es el solo fin que persigue» el capitalista, en un proceso «inacabable y sin descanso», hasta el punto de señalar que el objetivo de la economía capitalista no es satisfacer necesidades humanas, sino ganar dinero para incrementar la acumulación de capital.

Pero, a diferencia de Smith, para Marx, poner en marcha estas dos fuerzas no conduce a la economía a un estado de equilibrio, sino todo lo contrario: de la mano de sus contradicciones intrínsecas, sólo avanza en medio de crisis recurrentes que finalizarán en un colapso total del modelo.

Lo primero, por tanto, es encontrar una explicación sobre el origen del beneficio de los capitalistas, y la encuentra en la diferencia entre el valor de cambio de las mercancías que produce el trabajador y el salario que cobra por ello. Se trata de la famosa «plusvalía», de la que se apropia el capitalista en su calidad de propietario de los medios de producción. A partir de ahí, la relación entre plusvalía y capital total desembolsado sería la tasa de ganancia que no está determinada por razones técnicas de la producción, sino por la relación social de fuerza entre trabajadores y empresarios que es lo que determinará el salario, la plusvalía y, con ello, la ganancia. De aquí que la demanda agregada de trabajadores y empresarios dependa de cual sea la distribución de los ingresos entre salarios y beneficios.

Marx es de los primeros en desarrollar una teoría del crecimiento económico que él llama «proceso de acumulación de capital», que se realiza convirtiendo una parte de la plusvalía en capital adicional (inversión), en busca de ganancias adicionales. Y ese proceso de expansión va intrínsecamente acompañado de cuatro rasgos diferenciales del capitalismo: la innovación productiva, la búsqueda de nuevos mercados, la concentración del capital en grandes corporaciones monopolistas y crisis periódicas por incapacidad para ajustar oferta y demanda en los diferentes sectores económicos (Marx fue un precursor del análisis tipo tablas input-output). Todo junto, permite a Leontieff alabar «su brillante análisis de las tendencias a largo plazo del sistema capitalista», señalando que «el análisis vigente del ciclo está claramente en deuda con el pensamiento marxista».

Ninguno de estos activos de El Capital contrarresta los problemas que también arrastra su análisis económico (el librito de la keynesiana Joan Robinson sigue siendo una delicia al respecto) derivados, en parte, de su filosofía de la historia (la lucha de clases) según la cual el capitalismo era, como el esclavismo o el feudalismo, un sistema social transitorio que había criado en su seno a quien sería su sepulturero: el proletariado. A partir de ahí, sin detallar el sistema «comunista» llamado a sustituirlo, apunta los elementos del inevitable «derrumbe» de la sociedad burguesa, incapaz de resolver las múltiples contradicciones que ella misma estaba desatando por todo el mundo. Sin duda, es en su calidad de profeta donde más ha fallado Marx al no contemplar la posibilidad de que el capitalismo fuera capaz, como ocurrió, de encontrar su principal mercado en el interior del propio sistema mediante la integración del proletariado, en lugar de condenarlo a esa pauperización creciente que él había previsto como inevitable y que dio pie a los estudios de la desigualdad social.

Resulta muy controvertido establecer la relación entre el pensamiento de Marx y lo que luego ocurrió en su nombre. Baste recordar que la revolución leninista en Rusia, un país agrario sin casi proletariado fue, en palabras del fundador del PCI, Antonio Gramsci, una «revolución contra El Capital».

Pero si hemos vivido durante todo el siglo XX esperando el hundimiento del capitalismo, al menos, hasta que vimos en 1989 el derrumbe del comunismo, ha sido por el análisis de Marx. Un autor que vuelve a estar de actualidad como muestra la edición de varios libros que reivindican lo que dijo y no lo que algunos marxistas posteriores quisieron hacerle decir. Son reseñables, Marx 2020 de Munck, o Marx’s Revenge de Desai. Tal vez, aprovechar este aniversario para leer directamente a Marx, convertido ya en un economista clásico con sus aciertos y sus errores, puede resultar más interesante de lo que muchos supondrían.

Publicado en elmundo.es el 21 de mayo de 2017

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