Alborozado estoy al conocer que el Gobierno ha elevado su previsión de crecimiento del PIB para este año desde el 2,5% al 2,7%, como trasladando la idea de que estamos que nos salimos después de que el FMI haya dicho que somos el país que más crece de entre los avanzados. Y duermo mucho más tranquilo desde que el presidente Rajoy nos recordó a todos, en su reciente intervención ante una CEOE que celebraba sus 40 años, que si España va bien ahora es gracias a él y a sus reformas y que sólo puede garantizarse la continuidad de la bonanza mientras él siga llevando el timón del país sin dar marcha atrás porque, ya se sabe, volver al pasado es muy peligroso.
Es cierto que desde que se ha generalizado el uso de la posverdad en política, ya da un poco lo mismo si estas tres afirmaciones se adecuan a la realidad, o no, porque lo importante para el presidente es que constituyen un «relato de las cosas» que le beneficia (es de parte) y, sobre todo, que con el tiempo se ha hecho creíble (también, porque la oposición parlamentaria está en otras cosas) hasta el punto de que experimentados empresarios, tiburones de los mercados y sesudos expertos lo repiten, quiero pensar que sin pararse a pensar demasiado en lo que están diciendo, ya que les basta con saberse alineados con el pensamiento políticamente hegemónico. Como soy del siglo pasado, cuando creíamos que la verdad existía y se podía encontrar debatiendo desde la razón a partir de unos hechos incuestionables, dedicare la columna de hoy a analizar esas palabras de Rajoy, aunque sea para demostrarles que puede haber otra narración de los hechos, otra verdad alternativa a la gubernamental. Aunque, a lo mejor, es otra posverdad, quién sabe.
La economía española lleva tres años saliendo de la mayor crisis de su historia. Hasta ahí, una evidencia. Por cierto, como todos los demás países que sufrieron también la misma crisis, aunque nosotros lo hacemos un poco más lento, ya que, a diferencia de otros, todavía no hemos recuperado los niveles de renta, riqueza y empleo anteriores. Y, además, estamos saliendo con mayores niveles de paro, déficit público, pobreza y desigualdad social que el resto, y nada de esto queda mejorado por dos décimas adicionales de crecimiento. Si crecemos más es, también, porque caímos más (efecto estadístico) y, en ese contexto, presentar las dos décimas de subida como prueba de mejoría creciente es hacer trampa: primero, porque el propio Gobierno lo estableció ya muy bajo de inicio (como señalaron muchos expertos) precisamente para conseguir, ahora, un efecto político al ajustarlo al alza. En segundo lugar, porque busca esconder que creceremos menos que el año pasado y, en tercer lugar, porque dos décimas entran dentro del margen de error estadístico incluso cuando dentro de un año el INE transforme los datos de la contabilidad provisional, en definitiva.
Aunque no sea novedoso que Rajoy acuse de la crisis a Zapatero y se apunte la recuperación, repetirlo no lo convierte en veraz. La crisis financiera que golpeó España a partir de 2008 fue mundial y la salida de la misma empezó en Europa cuando el Banco Central Europeo pasó a defender el euro comprando deuda pública junto a la privada. Sin la nueva política monetaria de Draghi, incluyendo la financiación del rescate bancario impuesto, ni todas las reformas de Rajoy juntas (las mismas que han provocado la mayor desigualdad de nuestra historia reciente) hubieran permitido que España saliera, sola, de la crisis. La caída de la prima de riesgo desde el máximo alcanzado en los primeros seis meses de Rajoy, arranca cuando el BCE empezó a adquirir deuda pública. Es lo que tiene formar parte de la eurozona.
Y llegamos al momento actual. Según Rajoy, va todo tan bien, que mejor no toquemos nada, no hagamos nada, no cambiemos nada y, mucho menos, al timonel, ya que es sólo una cuestión de tiempo que la mejoría llegue a todos. Paciencia y zen. Muchos, por el contrario, pensamos justo lo contrario, que los costes sociales de las políticas aplicadas son tan elevados, que hay que hacer cosas distintas porque no se corrigen solos, ya que el PP ha roto los mecanismos que permitían que la bonanza se extendiera hacia abajo: el gasto social y la negociación colectiva.
Además de las heridas necesitadas de reparación, los riesgos existentes hoy son tan elevados que vincular nuestra suerte casi en exclusiva al turismo, a la coyuntura mundial y a los bajos tipos de interés, parece una irresponsabilidad. Por otra parte, las oportunidades para nuestro país son tan grandes, si hacemos cosas distintas como apostar por la innovación, la cohesión, la educación y el emprendimiento, que sentarse a esperar me parece que no es una opción. Porque ni está todo hecho, ni vale la misma política para un roto (crisis), que para un descosido (recuperación desigual), ni conviene seguir llevando muletas una vez retirada la escayola del pie que se rompió pero, ahora, necesita rehabilitación.
Carlyle calificó a la economía como ciencia lúgubre, ya que le parecía triste ver el comportamiento humano reducido a la oferta y la demanda de cosas materiales, dentro de un cálculo egoísta para, a partir de ahí, anticipar riesgos si no hacíamos las cosas que sabíamos que debíamos hacer. Esa permanente admonición de los economistas puede resultar un poco cansina. Pero, qué quieren que les diga, lo prefiero antes que ver al saber económico convertido en ensalzamiento del gobernante de turno, siempre dispuesto a oír que vivimos en el mejor de los mundos posibles. No sé. Será porque aún creo que la verdad existe, la diga Agamenón o su porquero.