Recuerden que todo se hizo porque el elevado endeudamiento de la economía española nos hizo muy vulnerables en las dos grandes crisis internacionales consecutivas que vivimos: la de 2008-2009, cuando se secaron los mercados interbancarios de préstamos como consecuencia de las subprime y la caída de Lehman Brothers, y la de 2011-2012, cuando se puso en duda la solidez de la zona euro y los mercados financieros atacaron, de forma especulativa, a los países periféricos más débiles, como España, que vieron cómo se disparaba su prima de riesgo.
La máquina mundial del crédito sobre la que se basó el ciclo de crecimiento anterior, se frenó de repente, cuando nuestra deuda (privada) estaba en máximos históricos como consecuencia del boom inmobiliario y nuestro déficit exterior por cuenta corriente era el mayor de nuestra historia reciente.
Poco hemos avanzado en lo primero, ya que la importante bajada en la deuda de familias y empresas se ha visto más que compensada por el aumento de la deuda pública. Sin embargo, y más allá de que las circunstancias financieras internacionales hayan variado radicalmente como consecuencia de la nueva política de compra de deuda -pública y privada- por parte del BCE, nuestra balanza exterior por cuenta corriente sí ha dado un vuelco radical al pasar, en ocho años, de un déficit equivalente al 10% del PIB, a tener un superávit del 2%.
Si todo lo hecho en política económica, desde los recortes de mayo de 2010, a los ajustes presupuestarios de 2012-2013, la reforma laboral y, con ello, todos los sacrificios asociados a la política de austeridad y de la devaluación interna, tenía como finalidad deprimir la actividad económica nacional para transformar lo que era necesidad de financiación externa en capacidad de pago frente al exterior, que nos permitiera ir reduciendo deuda y dependencia externa, podemos decir que ese objetivo se ha cumplido. A partir de esta constatación se abren dos debates: ¿pudo lograrse lo mismo con otras políticas menos costosas e injustas socialmente? Y, el segundo, ¿el superávit por cuenta corriente conseguido es estructural o coyuntural? Dicho de otra manera: ¿se han producido cambios estructurales permanentes en el comportamiento de nuestra economía, como dice el Gobierno, que explican un cambio de signo sostenible en la balanza por cuenta corriente o, más bien, todo se debe a factores coyunturales y, por tanto, reversibles en cuanto cambien las circunstancias excepcionales vividas? A esta segunda cuestión dedicaré lo que queda de artículo.
Las rentas del trabajo y del capital que se intercambian los residentes en España con los no residentes presentan tradicionalmente un importante saldo negativo (salen más de las que entran) aunque este balance se ha reducido mucho en los últimos años, quizá, como consecuencia de las menores remesas de los emigrantes residentes y los mayores ingresos asociados a la internalización de nuestras empresas. Hablamos de un saldo negativo en 2016 de 10.000 millones de euros, a comparar con un superávit total de la balanza por cuenta corriente de 22.300 millones. A corto plazo, es previsible que continúe reduciéndose el saldo negativo pero sin grandes vuelcos y, en todo caso, a medio plazo, con el regreso paulatino de los inmigrantes conforme se vaya recuperando el mercado laboral volverá a incrementarse el signo negativo de esta sub-balanza.
El turismo, con 75 millones de visitantes extranjeros recibidos el año pasado, está yendo muy bien. También desde el punto de vista de su aportación positiva a la balanza exterior: ingresamos mucho más de lo que pagamos por servicios turísticos, de tal manera que el saldo es muy positivo. Esto ha sido así desde hace décadas, aunque ha mejorado en los últimos años como consecuencia de dos hechos: los avances en competitividad de nuestra oferta, pero también, las dificultades por las que están atravesando otros destinos turísticos del Mediterráneo, competidores nuestros.
La gran partida está formada por el intercambio de bienes -la llamada balanza comercial que está históricamente en déficit- aunque este se ha reducido desde los 95.000 millones de euros en 2008 hasta los 19.000 con que cerró 2016. De hecho, esta gran reducción en el saldo negativo comercial es la principal causa del cambio de signo en el conjunto de la balanza por cuenta corriente. ¿Qué ha pasado? «La economía española exportó en 2016 más que nunca», dijo la secretaria de Estado de Comercio cuando presentó los datos hace unos días. Y es verdad. Comparado con antes de la crisis, las exportaciones de bienes se han incrementado casi diez puntos de PIB. Además, las importaciones se han reducido mucho en el mismo periodo y ambos hechos explican la mejora en el resultado. La pregunta clave es si se trata de un cambio estructural permanente o si es un resultado coyuntural vinculado a la crisis y reversible con la misma.
Mi tesis es que hay mucho más de coyuntural que de estructural. Las exportaciones han crecido tanto porque se han hundido los salarios y los precios, junto con el mercado interior, y que las importaciones se reducen porque ha caído el precio del petróleo y, sobre todo, nuestras inversiones, que siguen un 32% por debajo del nivel que había antes de la crisis. Conforme vayan recuperándose los salarios, la demanda interna, el precio del petróleo y la inversión nacional irán subiendo las importaciones, bajarán las exportaciones, aunque algo menos, y el saldo negativo de la balanza comercial volverá a aumentar arrastrando con ello a la balanza por cuenta corriente, otra vez, al tradicional déficit, aunque muy lejos de lo alcanzado en el boom. En pocos meses, constataremos que la espectacular mejora ocurrida en la balanza externa tiene mucho de coyuntural. Porque no se ha producido ninguna reforma estructural permanente en nuestra oferta productiva. Salvo la inversión exterior directa de nuestras empresas. Pero, sobre eso, hablaremos en otra ocasión.