2017 va a ser un año líquido por muchas razones que detallaré. Pero al titular así también he querido rendir un homenaje al sociólogo Z. Bauman, fallecido recientemente, creador del concepto modernidad líquida como aquella en la que nada es sólido, ni estable, ni permanente. Las perspectivas económicas para este año compaginan algunos elementos comunes en cuya alta probabilidad coinciden todos los analistas y, también, muchas incertidumbres sobre aspectos esenciales del devenir que ocurrirán con total certeza, pero respecto a los cuales la ausencia de información es casi total. Por ejemplo, qué primeras medidas adoptará el nuevo inquilino de la Casa Blanca, cómo se iniciarán las negociaciones sobre el Brexit y cuál será el resultado electoral de las fuerzas antieuropeas en las elecciones en Francia, Alemania y Holanda. Además, otros elementos inciertos añaden también dudas: cuándo y cómo finalizará la guerra en Siria, que pasará con la crisis de los refugiados, cuál será el nuevo pulso mundial lanzado por el presidente Putin, etcétera, etcétera.
Por dar un dato: gracias a la expansión cuantitativa impulsada por Draghi desde mediados de 2012, el Banco Central Europeo ha comprado en 2016 casi la mitad de los 225.000 millones de euros en deuda pública española, y con ello ha conseguido que la prima de riesgo cayera hasta los niveles actuales. Draghi, no las reformas.
Creceremos algo menos y, por tanto, crearemos algo menos de empleo, incluso en la versión precaria en que nos hemos situado -por cierto, Bauman inventó también el concepto precariado-. Aflorará con fuerza, por tanto, la idea de que no podemos sentarnos a esperar a que un nuevo ciclo de crecimiento vaya absorbiendo las insoportables tasas de paro, pobreza y desigualdad que son, hoy, el verdadero factor diferencial de España en términos europeos.
Nunca antes habíamos creado tanta precariedad laboral por cada punto de crecimiento económico. Eso sí que es mérito de la reforma laboral. Y corregirlo exigirá profundos cambios en las políticas públicas de empleo -incluyendo los servicios de empleo-, en la regulación laboral y en la política industrial y de competencia. No sólo hay que hacer algo. Es que hay que hacer algo muy distinto a lo hecho -o no hecho- hasta este momento.
El sector público continuará concentrando buena parte de las tensiones sociales, políticas y económicas. Y lo tendrá que hacer sumido en un doble proceso paralelo, cada uno, de una gran complejidad: reformar la financiación de la sanidad, de la educación y de los servicios sociales incluida la dependencia -financiación autonómica- y, a la vez, reformar la financiación de las pensiones -Pacto de Toledo-. En 2017 va a revisarse, pues, la manera en que financiamos y la cuantía de todas las prestaciones sociales de nuestro modelo de Estado del Bienestar. Dado que siguen vigentes los compromisos europeos para reducir el déficit público, ¿alguien piensa que este debate no nos abocará al otro gran debate relacionado sobre los impuestos y los ingresos públicos? Y, ¿nadie se tomará entonces en serio el análisis de la eficiencia del gasto público, en lugar de seguir con los recortes, con un Gobierno en minoría?. Otro asunto en el que habrá que hacer algo muy distinto de lo hecho -o no hecho- hasta ahora.
En 2017 veremos agotarse también el modelo de devaluación interna, impuesto desde 2010 para hacer frente a la Gran Crisis. España ha ganado competitividad exterior y ha mejorado su productividad durante estos años en base a dos medidas: bajada de salarios y despido de trabajadores -recordemos que todavía en 2011/2012 se despidieron, al calor de la reforma laboral, más de un millón de trabajadores-. Ninguna de las dos es sostenible en el tiempo.
Antes bien, a lo largo del año veremos cómo se empieza a negociar subidas salariales, sobre todo en las muchas empresas que están teniendo buenos beneficios como ha hecho Telefónica, a la vez que se sigue creando empleo. En esa nueva situación, con un precio del petróleo más elevado y sin un cambio drástico en las políticas industrial, de innovación y de defensa de la competencia, ¿cuánto tiempo tardaremos, cuando la inversión recupere su ritmo, en volver a sufrir déficits por cuenta corriente que presionen al alza nuestra ya elevada deuda exterior? Como ven, también aquí hay campo para hacer cosas muy distintas a las hechas -o no hechas- en el pasado.
Todo ello hará de éste un año plagado de cambios necesarios, empujados por el cambio en las circunstancias. Si, además, añadimos los impactos de aquello que sabemos con certeza que va a ocurrir, pero no sabemos todavía lo que será -Trump, etcétera- nos adentramos en un año donde no sólo la política se instalará en la fluidez del estado líquido.
Ya saben, como nos enseña el zen, a través de Bruce Lee: «¡Be water, my friend. Be water!».