2015
¿En qué se parecen Tsipras y Rajoy?. (Publicado en Mercados de El Mundo)
Convocar un referéndum en medio de un proceso negociador, como ha hecho el Gobierno griego, es algo extraño. Sobre todo, cuando se lleva seis meses negociando y no se estaba tan lejos del acuerdo, según hemos conocido. Es un error, en primer lugar, porque interrumpe la negociación y hacer esto cuando está en juego la liquidez diaria necesaria para que los bancos abran sus puertas es prolongar, por razones partidistas, el sufrimiento de los ciudadanos, esperando que ello afecte al resultado de la votación porque se confía en que la gente canalice su enfado hacia los acreedores. Pero, en segundo lugar, porque celebrado el referéndum, sea cual sea su resultado, no queda otro remedio que volverse a sentar para reanudar la negociación en un punto muy similar al que existía cuando se convocó el referéndum, salvo que sea una excusa para romper definitivamente y emprender un nuevo camino en solitario lo que, por cierto, además de incrementar las incertidumbres, no evitaría que las deudas siguieran pendientes de pago. Lo razonable y más usual, es concluir las negociaciones asumiendo la responsabilidad que se tiene como gobierno y, luego, solo luego, someter a consulta ciudadana el acuerdo alcanzado.
El balance doméstico de estos meses de gestión del gobierno Tsipras no puede considerarse, en lo económico, más que como un desastre. Mal que bien, cogieron un país en crecimiento, que empezaba a crear empleo y a reducir el déficit, para volverlo a sumir en la recesión y en la suspensión de pagos. Y acusar de eso “al chantaje” de una troika que no ha dejado de inyectar liquidez a los bancos griegos para que estos compren deuda con la que el gobierno pueda cumplir sus obligaciones básicas, forma parte de los delirios políticos de Tsipras. Los mismos que le llevaron a prometer en la campaña electoral cosas que no podía cumplir, porque no estaban en su mano y porque evidenciaban un profundo desconocimiento del funcionamiento de la realidad comunitaria, de sus mecanismos y procedimientos. En lugar de buscar soluciones a los problemas griegos, explicando qué han hecho con los cuantiosos préstamos recibidos durante años y que son el origen de las actuales dificultades, Tsipras se ha preocupado más de buscar culpables y en lugar de buscar culpables entre las clases adineradas griegas, esas que evaden impuesto y capitales, le ha resultado más fácil lanzar toda la carga de la culpa a la troika, luego al Eurogrupo, ahora al FMI. Se ha acabado enfrentado a todos los demás gobiernos de la eurozona, en una estrategia típica del populismo, arrastrando con ello a su pueblo a sufrimientos mayores de los necesarios.
Pero los errores de Tsipras no deben oscurecer los cometidos por las instituciones comunitarias, dejando a un lado al BCE convertido en el garante del euro más allá de las irresponsabilidades de los gobierno nacionales. He defendido aquí que las políticas de austeridad impuestas por Alemania para hacer frente a la crisis del euro provocada por un sobreendeudamiento privado excesivo y un pésimo diseño institucional, han constituido una monumental equivocación porque ha sumido a muchos ciudadanos en sufrimientos innecesarios y ni tan siquiera han sido útiles a los intereses de los acreedores, ya que no han mejorado la solvencia de los deudores. Sin embargo, no comparto la posición de Krugman y de Stiglitz, expresada esta semana en sendos artículos que son, en el fondo, profundamente anti euro como han sido la mayoría de economistas americanos desde la firma del Tratado de Maastricht. La Unión Europea es mucho más que una moneda y sus habitantes deben clasificarse en algo más que deudores y acreedores. Debemos recuperar la idea de Europa de los ciudadanos para que los griegos vean que las instituciones comunitarias y aquellas donde compartimos soberanía como el Eurogrupo, no son fríos expendedores de malas noticias sino que también tienen en cuenta sus sacrificios y dificultades extremas. Las autoridades europeas, incluyendo el Gobierno de España, deben intentar que los griegos no acaben pagando los errores de sus gobernantes. Para ello, deben buscar un alivio a la deuda e impulsar estrategias de crecimiento como las vinculadas al plan Juncker.
España no está blindada frente a estos problemas, como no estaba blindada frente a la crisis de las subprime, ni en la anterior crisis griega. Y la principal diferencia es que el BCE ha ganado robustez para intervenir. Todos los empresarios con los que hablado estos días me han trasladado su preocupación ante los riesgos derivados de Grecia. Los mercados, con una caída de la bolsa y un alza de la prima de riesgo, ambas muy pronunciadas, han enseñado ya sus intenciones si las cosas se complican. Y si los mercados lanzan una nueva ofensiva contra el euro, con la excusa de Grecia, lo volverán a hacer, como ya sucedió en 2011 y 2012, en los eslabones más débiles de la eurozona entre los que seguimos estando, por la lentitud con que estamos saliendo de la crisis (hemos recuperado un 70% del PIB pero solo un 30% del empleo perdido) y porque seguimos estando a la cabeza en deuda externa, déficit público y en ritmo de crecimiento de la deuda pública.
En ese contexto, en lugar de hacer llamadas a favor de la unidad nacional y el consenso ante las dificultades que nos vienen de fuera, el Presidente Rajoy se ha envuelto en la bandera de partido en campaña electoral, en todas y cada una de sus múltiples intervenciones al respecto. Así, resulta imposible escucharle, incluso en alguna de sus pintorescas y rebuscadas asociaciones, sin tener presente que estamos en una larga campaña electoral en la que sus votantes le están dando la espalda, generándole con ello mucho nerviosismo ya que ha dilapidado una mayoría absoluta, mientras aumenta, en su partido y entre los ciudadanos, el cuestionamiento a su liderazgo. Por eso, como ya hizo en mayo de 2010, responde en clave partidista. Es decir, anteponiendo sus intereses electorales a los generales. Exactamente como ha hecho Tsipras al convocar el referéndum de hoy.