Los vientos del cambio estructural llevan tiempo afectando a la economía española, más allá de la crisis actual. Cualquier análisis un poco más profundo que el dato del PIB y algo más extenso que un trimestre, muestra que hay importantes megatendencias que están cambiando los parámetros de nuestra economía, como lo están haciendo con la de todos los países, en eso que llamamos globalización. Un ejercicio de prospectiva como el que he dirigido en PwC, “España 2033”, que ponga foco en los principales factores productivos (capital, trabajo, recursos naturales) apunta importantes transformaciones que están alterando ya nuestra manera de producir y consumir. El hecho de que ni el debate político, ni el económico, esté hoy centrado en estos asuntos no le resta importancia a los mismos, sino que añade urgencia a la obligación de ponerlos de relieve. Veámoslo, siquiera brevemente.
El factor trabajo se está viendo afectado ya por profundas transformaciones cuantitativas y cualitativas. Disminuye la población activa y la digitalización de la economía altera nuestro patrón laboral tradicional. Las proyecciones demográficas del INE muestran un sensible descenso de la población española, junto a un acusado envejecimiento. Seremos menos (hasta 2,3 millones menos) y más viejos (los ciudadanos mayores de 65 años que hoy están en el 17% de la población, ascenderán al 37% haciendo de España el cuarto país con mayor porcentaje de ancianos del mundo). Eso afectará a la tasa de paro (disminuye), a la necesidad de inmigrantes (aumenta), a una creciente presión sobre el gasto público en pensiones y sanidad, pero también al modelo de consumo, viviendas o de transporte en ciudades. El mercado laboral aumentará su movilidad internacional, aprovechará las nuevas tecnologías para reducir el excesivo presencialismo que todavía impera en nuestras empresas y verá como se amplía la diferencia entre trabajos cualificados y no cualificados, sometidos estos últimos a una robotización creciente. En ese contexto, la formación continua será una exigencia determinante y la educación reglada deberá responder a un nuevo perfil de trabajador, más autónomo y versátil, que hará de su talento su principal activo personal. En estas condiciones, la desigualdad de ingresos será un problema creciente frente al que deberemos estar vigilantes y no solo desde lo público.
El segundo factor productivo, el capital, se está viendo afectado tanto por su cuantía, como por el intenso proceso de revolución tecnológica que altera la realidad y la productividad del capital físico. En un mundo globalizado, España necesita atraer capital frente a otros destinos que compiten en rentabilidad con nosotros. En este momento, España es el quinto país del mundo por grado de exposición al exterior, definida como la suma de comercio exterior e inversiones directas exteriores sobre el PIB. Nuestras empresas ya invierten fuera de manera regular y recibimos un elevado volumen de inversiones extranjeras estables y productivas que debemos cuidar. Sin embargo, las empresas españolas tienen un largo camino por recorrer para ser realmente competitivas a nivel tecnológico. Esta diferencia es mas acusada en las PYMES donde solo un 22% son innovadoras, diez punto por debajo de la media europea y mucho más de los países punteros. Las empresas españolas invierten poco en tecnología (mucho menos que Alemania o Reino Unido) y reaccionan con lentitud ante los cambios tecnológicos disruptivos, según las encuestas disponibles. Sin embargo, nuestra sociedad es muy permeable al uso de las nuevas tecnologías como demuestra los indices de penetración de nuevos aparatos como los móviles. Dado que nuestro esquema de incentivos fiscales a la innovación es homologable, deberemos situar el problema en otro sitio, más relacionado con el tamaño de las empresas y la calidad de su gestión. Este asunto, por ejemplo, es crucial a la hora de situarnos mal en los Indices de Competitividad Global como el elaborado por el WEF donde estamos en el puesto 35, muy por detrás de las grandes economías con las que coincidimos en las reuniones del G-20.
Para finalizar, el análisis de los recursos naturales deja dos evidencias que se agudizarán con el tiempo: la escasez de agua (y no solo que esté mal repartida), junto a la elevada dependencia energética, sobre todo del petróleo. Lo primero se agudizará dado que las altas tasas de extracción están vinculadas al creciente desarrollo agrícola y del turismo, mientras que los bajos niveles de precipitación se mantendrán. Lo segundo, nos debería hacer revisar de manera estable el desarrollo de las energías renovables, donde hemos llegado a un elevado desarrollo en cuanto a cobertura de la demanda, junto al impulso decidido de programas de eficiencia y de ahorro energético donde nos queda mucho por hacer. Las actuales proyecciones señalan un aumento continuado de las emisiones de carbono en España, muy por encima de los valores históricos y de los compromisos asumidos. En concreto, apuntan a que en 2030 podríamos tener entorno a un 70% por encima del año base 1990, lejos del objetivo europeo de reducción del 40%. Todo ello sin ser conscientes, al parecer, de que el PIB español es especialmente sensible y vulnerable frente al cambio climático hacia el que nos vemos abocados. Tomar conciencia de ello e impulsar medidas de mitigación y prevención, ayudaría.
El mundo está cambiando de base, nos guste más o nos guste menos. Nos movemos en escenarios dominados por la innovación masiva y acelerada, empujados por fenómenos globales que nadie dirige ni controla, en un contexto de creciente competencia entre países, no siempre de suma positiva. Los retos son nuevos, por lo que la respuesta no puede ser la castiza de siempre, ni lo ya fracasado. Si no hacemos nada, las cosas nos irán mucho peor que si asumimos el cambio como algo inevitable sobre el que probablemente podamos influir poco, pero sobre el que debemos articular respuestas conscientes que nos permitan adaptarnos al mismo de manera activa y no solo reactiva. Con ello, ayudaremos a incrementar la productividad de nuestra economía que es el único elemento sostenible que mejora el bienestar de la gente. Crecer, para redistribuir. Lo contrario del empobrecimiento generalizado que algunos, sin saberlo, predican.