El 12 de mayo de 2010, el Presidente Zapatero, en un giro brusco a su política, anunció ante el pleno del Congreso el mayor recorte presupuestario de la democracia apuntalando, con ello, la posterior derrota electoral de su partido. Empujados por la incapacidad de la eurozona para hacer frente al desafío que los mercados financieros estaban lanzando, por sus flancos débiles, a un proyecto con serios fallos de diseño, los países periféricos del euro fueron forzados a aplicar severas políticas de austeridad como respuesta equivocada a una crisis de desconfianza, anclada en elevadas deudas públicas y privadas. Según ha explicado en su libro, «El dilema», la situación evolucionó de manera rápida pero, también, imprevisible, obligando a adoptar severos recortes con una única razón: evitar un rescate, que hubiera sido peor.
La posición del PP en este asunto fue contradictoria. Rajoy hizo apología de la austeridad, reprochando incluso a Zapatero no haberle hecho caso cuando unos días antes le había propuesto medidas adicionales para recortar el voluminoso déficit público, pero votaron contra las medidas, por razones electorales, estando a punto de impedir su aprobación (solo por un voto) lo que podría haber precipitado una intervención exterior. El posterior Gobierno popular también hizo otro gran ajuste presupuestario pese a lo cual, convivieron con una prima de riesgo tres veces superior a la peor de Zapatero hasta que aceptaron, a los seis meses de gobernar, un rescate financiero impuesto.
Algunos economistas dijimos, ya en 2010, que la austeridad no era la respuesta adecuada a una crisis de burbuja por sobreendeudamiento como la que padecía la economía española. Que recortar el gasto tendría una repercusión negativa sobre el crecimiento del PIB y los ingresos de las familias, lo que, a su vez, haría todavía más difícil ahorrar y desapalancarse. Que USA marcaba un camino alternativo. Que vivíamos un ataque de desconfianza frente al proyecto euro, que no se podía resolver con los países periféricos apretándose el cinturón. Que sería como tomar aceite de ricino para arreglar unos huesos rotos. Cinco años después, el tiempo nos ha dado la razón a los críticos.
Superamos los ataques especulativos sobre las primas de riesgo cuando, con exasperante lentitud, el Banco Central Europeo tomó las riendas más allá de las resistencias alemanas. Entonces, evitó la salida del euro de los países más débiles mediante carísimos rescates, inundó el mercado de liquidez para comprar deuda pública fortaleciendo a la banca privada que hacía de intermediario retribuido y avanzó en la arquitectura de un sistema financiero europeo. El famoso «haré todo lo necesario» de Draghi venció a los mercados tras dura pugna y eso explica la actual recuperación más que los recortes presupuestarios nacionales. En el ámbito de lo privado, la austeridad se tradujo en una importante caída de la renta disponible de las familias lo que, como era previsible, redujo su capacidad de ahorro. Por eso, si el total de endeudamiento privado ha bajado algo en estos años ha sido, sobre todo, por la no concesión de nuevos créditos. En el ámbito público, la austeridad se relajó a partir de 2012, con el aplazamiento del objetivo del 3% de déficit durante varios años, con Montoro gastando, en 2014, más que Salgado en 2011 y, sobre todo, con un incremento, desde entonces, del 43% en la deuda pública. Sólo las CCAA han recortado sensiblemente el déficit, ya que su reducción en el Gobierno central fue mayor durante el final del periodo socialista, que en esta legislatura popular. Los datos confirman que la austeridad trajo, en España, sufrimientos innecesarios al agudizar la segunda depresión vivida durante 2011/2012. De hecho, la recuperación solo empezó cuando regresaron el consumo y el crédito, porque es el gasto lo que mueve esta economía globalizada, justo lo contrario de lo proclamado por los defensores de la supuesta austeridad expansiva.
Un lustro después, con similar ratio total deuda/PIB que antes, podemos afirmar que la austeridad fue una cortina de humo impuesta por los acreedores, nacionales y extranjeros, para diluir el coste de la crisis mediante paro, bajadas salariales y recortes sociales, de manera que acabaran pagando más la mayoría de los ciudadanos trabajadores, aunque no fueran ellos los principales responsables de su originación. Pero a eso no se le llama austeridad, sino variante interna de un plan de estabilización de los de toda la vida. De esos que incrementan las desigualdades sociales y el malestar político en un país. ¿Les suena?