Consciente de que 85 de cada cien ciudadanos dicen no fiarse de él, incluidos el 62% de quienes le votaron en 2011, el Presidente Rajoy se prepara para el duro año electoral y judicial que tiene por delante, con un cuento por toda arma. Un cuento en el que se presenta como un esforzado presidente que ha recibido una pesada herencia que casi le tumba pero que, con mucho esfuerzo y mucha constancia, ha sabido y podido levantar hasta restablecer una situación de desahogo económico y una esperanza en el futuro que los malos nos habían robado y que solo gracias a su habilidad, su paciencia y su pragmatismo, hemos podido recuperar. Bien está lo que bien acaba y como este cuento acaba bien, da lo mismo lo que piensen los oyentes, siempre que vuelvan a votar al pequeño héroe que ha hecho posible el final feliz del cuento, aunque ande revestido de persona normal, eso sí, muy despistado respecto a lo que hacían a su alrededor algunos de sus colaboradores más íntimos.
Es verdad que se trata de un cuento con un argumento único, la economía, ya que el resto de asuntos pendientes van a llegar a la siguiente legislatura en el mismo estado en que se los encontró Rajoy en 2011, aunque más deteriorados por el paso del tiempo. Desde este punto de vista, tienen razón quienes afirman que nunca ha habido una mayoría parlamentaria tan absoluta, ni tan desaprovechada, como esta. Y no hablo solo de la reforma de la Constitución, de la Justicia o del asunto catalán, sino de cosas relativamente menores como la financiación autonómica, el impulso a la investigación, o el desarrollo de las leyes heredadas sobre reforma de la administración.
Desde la posición de alguien que defiende que estamos saliendo de la recesión, aunque no de la crisis, veo demasiados fallos en el cuento con el que pretende conseguir el único objetivo a la vista: ganar las elecciones. Empezando porque el cambio de ciclo experimentado por nuestra economía debe mucho más al giro en la política del Banco Central Europeo y en su apuesta por frenar los ataques desestabilizadores sobre la zona euro que tanto abundaron, que a acciones del gobierno. La prima de riesgo, por ejemplo, ha bajado para todos los países periféricos, y no solo para España, siendo eso el reflejo de la superación del grave problema general de sequía crediticia que acompañó a la crisis financiera mundial. Esa ha sido una batalla que se ha librado en nuestro país, pero cuyos contendientes principales eran otros, los mercados y la Unión Europea, por lo que atribuirse el resultado como mérito propio en exclusiva, resulta una licencia poética con escaso rigor.
El énfasis con que el Gobierno habla de su impulso reformista se compadece, también, poco con la realidad percibida. Por más que pienso, no me salen más que las siguientes reformas efectuadas durante este legislatura: la financiera, acabando la tarea iniciada por el gobierno anterior y de la mano de un rescate que obligó a hacer cosas contrarias a las anunciadas tras ganar las elecciones, como la creación de un banco malo o el uso de recursos públicos para salvar bancos. La laboral, dando unos pasos más en la línea de la reforma efectuada también por el gobierno anterior, pasos que están siendo desmantelados por los tribunales (ultraactividad de los convenios, ERES sin autorización) y que, en todo caso, está repartiendo el trabajo existente (donde antes había un trabajador durante ocho horas, ahora hay dos, cuatro horas cada uno) dando lugar a la figura del trabajador pobre, aquel que gana tan poco que se sitúa por debajo del umbral de la pobreza. Las pensiones, dando una nueva vuelta de tuerca sobre la reforma impulsada por el gobierno anterior, pero rompiendo el consenso político y acelerando el empobrecimiento a plazo de nuestros jubilados. Y, por último, la eléctrica que ha conseguido el record de tener a todos descontentos, mientras la subida de la tarifa eléctrica compensa parte de las ventajas en competitividad conseguidas por los descensos salariales.
El cuento con el que se pretende volver a ganar las elecciones olvida, además, muchas cosas importantes que, no obstante, han causado demasiado sufrimiento a mucha gente. Por ejemplo, el error inicial de diagnóstico cometido por el Gobierno cuando se empeñó en aplicar una devaluación interna de austeridad para hacer frente a una crisis de sobreendeudamiento. Ahora se puede ver tres cosas que confirman dicha equivocación: es el consumo y no el ahorro ni las exportaciones quien tira al alza del PIB; la tasa de ahorro de las familias ha caído conforme lo ha hecho su renta disponible; el estado central, pese a los recortes, no ha sido austero, aumentado la deuda pública de forma acelerada.
Calla también que hubo un rescate a la economía española en junio de 2012. Dado que nuestro principal problema con repercusión negativa sobre la estabilidad del euro lo representaba la mala salud percibida del sistema financiero (sobre todo, Bankia) el rescate exterior se centró ahí, en lugar de hacerlo en los Presupuestos como en Grecia. Pero a la concesión de un crédito preferente por parte de la troika para superar un cierre de los mercados internacionales de capitales, a cambio de imponer desde fuera reformas supervisadas periódicamente (los hombres de negro) se le llama rescate en todo el mundo, menos en el cuento narrado por Rajoy.
Por último, omite que tenemos al país más dividido que nunca, desde la transición. España se rompe (¿se acuerdan?) no solo territorialmente, sino socialmente. Hay que remontarse mucho para encontrar tasas de pobreza y de desigualdad como las actuales, a pesar de que hemos vivido varias crisis en los últimos treinta años. Eso, por no hablar de la ruptura entre ciudadanos y políticos, según reflejan todas las encuestas. Parafraseando la canción de los Celtas Cortos que da título a este artículo, el país está que arde y el Presidente, contando cuentos para ponernos contentos, a ver si con ello le votamos. ¡Feliz 2015!