No sorprenderá si me reconozco poco fan del Presidente Rajoy. En eso, donde no hay nada personal, comparto sentimiento con un gran número de españoles, incluyendo votantes del PP, según reflejan las encuestas. Sin embargo, puestos a elegir, me quedo antes con el Rajoy que reconoció esta semana ante los sindicatos, que “la recuperación no ha llegado a todos, ni a todos por igual”, que con aquel otro que escasos días antes había aseverado, ante los grandes empresarios, que “la crisis es historia del pasado”. Conocíamos la faceta de un Rajoy dispuesto a “hacer lo que tenga que hacer, aunque sea lo contrario de lo que dije que haría”, pero no la de un Rajoy dispuesto a decir lo que tenga que decir, aunque sea lo contrario de lo que había dicho el día anterior. Cosas, sin duda, de la cercanía de todo un año electoral, con autonómicas y municipales primero seguidas, a los pocos meses, por las generales.
Estamos saliendo de la recesión con un crecimiento del PIB positivo, pero todavía no de la crisis, dado el elevado paro y endeudamiento que seguimos arrastrando. Recesión y crisis son dos fenómenos distintos, no solo por su origen e intensidad, sino porque han afectado a sectores distintos de nuestro país aumentando peligrosamente la desigualdad social y porque requieren tratamientos diferenciales que no estamos aplicando, a pesar del reciente acuerdo sobre la nueva renta de sostenimiento a parados de larga duración. Por ello, les propongo, en esta última columna del año, un ejercicio inverso de prospectiva para analizar cómo se verá el año 2015, una vez haya acabado la crisis, es decir, desde el futuro.
Cuando la crisis acabe, de verdad, se reconocerá que a finales de 2015 todavía no habíamos recuperado los niveles de renta y de riqueza previos a la crisis, a pesar de que se consolidó la recuperación con un crecimiento medio anual en el entorno del 2%. Será un año, pues, dentro todavía de la década larga de crisis que vivió nuestro país. Se señalará, igualmente, que la recuperación prendió en base al consumo doméstico y no al ajuste exterior, como pretendía hacer el Gobierno Rajoy cuando impuso, en base a un diagnóstico equivocado, la devaluación interna como política. De hecho, alguien dirá cuando todo acabe, que si las navidades del 2014 fueron las primeras de la recuperación fue porque se recurrió, de nuevo, al crédito como instrumento para engrasar el consumo familiar aunque, esta vez, fuera crédito concedido a los consumidores directamente desde las grandes tiendas y cadenas. Pero, en todo caso, habrá sido ese recurso al crédito, ese gastar más de lo que se tiene, la gasolina que impulsó los primeros momentos de la recuperación, como si los españoles no hubieran aprendido nada del período de la burbuja y en contra, también en esto, de todo el discurso sobre la austeridad elaborado por el Gobierno de turno.
Cuando esto acabe, de verdad, los historiadores dirán que 2015 fue el año en que el Gobierno prefirió centrarse en intentar ganar las múltiples elecciones previstas, antes que en abordar mediante grandes acuerdos políticos y sociales, las importantes tareas que el país tenía pendiente. En concreto, se señalara, cómo se pospuso el debate sobre el modelo de crecimiento al que debía aspirarse para resolver los frenos existentes al crecimiento, cuya expresión más evidente lo constituían el regreso del déficit externo, los problemas asociados de competitividad y, sobre todo, la mala productividad de la economía que impedía a España avanzar en convergencia real con Europa. Así, no se abordó una necesaria revisión del modelo de creación de riqueza, ni del modelo de bienestar social o reparto de la misma, con el resultado de que, por primera vez en muchos años, España se separaba de la media europea en ambos asuntos.
Cuando, en el futuro esto acabe, se verá cómo 2015 habrá sido un año perdido en la mejora del grave problema planteado por el excesivo endeudamiento heredado del modelo de la burbuja. La deuda pública seguirá siendo el instrumento político por medio del cual el Gobierno controlará a las CCAA e intentará ganar las múltiples elecciones del período, por lo que el endeudamiento público siguió aumentando al calor de los bajos tipos de interés, una vez superada la crisis financiera del euro gracias al Banco Central. Mientras el stock de deuda privada congelará su lento descenso, dada la reactivación del crédito nuevo.
Cuando la crisis acabe, de verdad, será difícil de explicar por qué los gobiernos de la época tardaron tanto tiempo en reconocer que el elevado paro estructural del que emanaba unas tasas de pobreza insoportables, no se podía reducir solo ni mediante tasas lánguidas de crecimiento del PIB, ni mediante la precarización creciente del mercado laboral que hizo de 2015 el año en que estalló en España el fenómeno de trabajadores pobres o personas cuyos ingresos provenientes del trabajo les situaban, no obstante, por debajo del umbral de la pobreza. Pocos entenderán, cuando esto acabe, que se pretendiera generar optimismo desde el gobierno por razones electorales, en un país cuyas tasas de desempleo, desigualdad y exclusión social, estaban alcanzando máximos históricos.
En suma, cuando la crisis acabe de verdad, dentro de varios años, muchos se preguntarán por qué el PP de Rajoy perdió las elecciones que tuvieron lugar en el año crucial de 2015. Y la explicación contendrá, sin duda, el fallido intento gubernamental de cambiar la percepción ciudadana sobre la realidad mediante el cambio artificial del nombre de las cosas; el empeño del PP en seguir practicando la vieja política de antes de la crisis, de la globalización, de la fatiga de materiales democráticos y de entrar en la era del gran hartazgo ciudadano. Entonces, alguien del futuro reconocerá que 2015, el año en que los que tenían, tuvieron más, mientras que el resto esperaba su turno, habrá sido el último año de una mayoría parlamentaria absoluta que no había estado a la altura de los retos del país, por haberse enrocado en un inmovilismo incomprensible. Con la marea subiendo, Rajoy prefirió coger aire para aguantar la respiración sin moverse del sitio, antes que flotar como paso previo para nadar hacia la nueva orilla. Por eso, cuando todo esto acabe, de verdad, y con lo arbitrario que son estas cosas, 2015 será señalado como el año que cerró una etapa política y económica de España, dando paso a otra, muy diferente, sin que esté claro, todavía, que la nueva etapa esté siendo mejor.