En cuanto la economía española ha levantado el vuelo que nos está permitiendo salir de la recesión, se ha notado el plomo que lleva en las alas y que le impide alcanzar la altura necesaria. Cinco trimestres creciendo, dos trimestres consecutivos creando empleo pese a unas tasas muy moderadas de aumento del PIB y cinco meses de inflación negativa, forman la vertiente positiva de un momento económico definido por el giro que representa pasar de una evolución del PIB del -1,2% el año pasado, a un holgado 1,3% este año y un 2% el próximo.
Sin embargo, a pesar de ello, al finalizar 2015 todavía no habremos recuperado el nivel de renta, ni de riqueza que teníamos antes de la crisis. Habremos necesitado, pues, casi diez años para recuperar ese nivel de renta aunque para entonces, todavía tendremos un nivel de deuda privada similar al de antes, equivalente a dos veces el PIB, mucha más deuda pública, el doble que en 2007 como porcentaje del PIB y arrastraremos tres veces más de tasa de paro que al inicio de esta Gran Recesión. Dicho de otra manera, la crisis ha sido tan intensa y tan prolongada en el tiempo que la resaca que nos deja, incluso en un escenario de crecimiento estable del 2% anual, es tan profunda, que tardaremos mucho en poder olvidarla porque varias de sus secuelas más negativas nos acompañaran, a modo de recordatorio, durante varios años más.
¿Es posible un escenario de crecimiento, en años posteriores, superior al actual para acelerar la salida de la crisis y no solo de la recesión? ¿Podemos pensar que en 2016 creceremos al 3% y en 2017 al 4%? Claramente, no y esta es la expresión más visible del plomo en las alas. Empezando porque, apenas iniciado el crecimiento, enseguida hemos vuelto al clásico déficit exterior que tantas veces en el pasado ha actuado como limitación que estrangula el crecimiento ya que nos obliga a endeudarnos si queremos superar ciertas tasas. Así, en el acumulado hasta setiembre, hemos pasado de un superávit de 14mm euros en la balanza de pagos en 2013, al -0,4 mm de déficit este año. Y crecer en base al endeudamiento, como hemos hecho durante los años de la burbuja, no será posible por dos razones obvias: porque seguimos con una elevada tasa de deuda externa que sería irresponsable aumentar y porque los mercados de capitales han aprendido de la experiencia pasada, haciéndolos más cautelosos. Esta realidad, los limites exteriores, asentada a lo largo de la historia en el elevado papel que la demanda interna desempeña en cada aumento del PIB mientras ya volvemos a ver aportaciones negativas de la demanda externa, está conectada con los dos plomos que lastran nuestro crecimiento: la productividad y la competitividad. O, mejor dicho, lo insostenible del modelo seguido de mejora de ambas variables durante la recesión.
La productividad expresa la eficiencia con que usamos los factores productivos, capital y trabajo. Suele medirse dividiendo el PIB por el número de horas trabajadas. Durante los años de crisis la productividad ha avanzado por encima del 2% anual, frente a la época de la burbuja donde casi ningún año superó el 1%. Sin embargo, esa espectacular mejora de la productividad española solo refleja la fuerte caída en las horas trabajadas como consecuencia del tremendo aumento en el paro que ha acompañado a nuestra devaluación interna. Por tanto, si queremos reducir el tremendo paro existente, o nos resignamos a que la productividad empeore, alejando las posibilidades de recortar nuestra convergencia real con la zona euro, o tenemos que cambiar el modelo productivo para incorporar más trabajo, mejor formado (educación), pero también más capital con nuevas tecnologías incorporadas (innovación). Dos importantes reformas estructurales, pendientes por el momento.
La competitividad sería otro plomo en las alas de la actual recuperación. Aunque se han producidos avances importantes en la misma durante los últimos años todos ellos se han fundamentado en un solo factor que tampoco parece sostenible: la caída en los costes laborales unitarios hasta crear trabajadores pobres. Conforme se evidencie los beneficios empresariales que acompañan a la recuperación económica, se pondrá sobre la mesa la necesidad de poner fin al ciclo de cuatro años de caídas reiteradas en los salarios que ha situado la ganancia bruta anual en 27.204 euros en España, frente a los 43.300 euros de Alemania. Si queremos hacer compatible, pues, un crecimiento económico superior, con avances en la competitividad que permitan reducir el limite exterior a través de un fomento sostenible de las exportaciones, deberemos insistir en la mejora en valor añadido e innovación, más que en la idea de seguir compitiendo por ser baratos a base de rebajar la retribución de los trabajadores. Otra reforma estructural, en gran parte pendiente.
Los condicionantes estructurales del actual modelo de recuperación son tales, que limitan el crecimiento dentro de tasas insuficientes como para superar una crisis de esta magnitud en sus dos expresiones más evidentes: el endeudamiento y el desempleo. La actual recuperación de la economía española tiene las alas cargadas de plomo, al menos, en los dos importantes asuntos analizados. Necesitamos cambiar el modelo de salida de la recesión mediante varias reformas estructurales tan profundas, como inéditas. Asentar la productividad y la competitividad de la economía española en fuertes y continuadas inversiones en formación, innovación y valor añadido, en lugar de en la actual precariedad laboral, representa un giro de ciento ochenta grados respecto a los hecho en los últimos años. Si no queremos repetir los errores del pasado, ni conformarnos con tasas insuficientes de crecimiento, tenemos que abandonar el actual ajuste pasivo a la crisis por la adaptación activa a la postcrisis. La prioridad no puede ser, como se dice, profundizar en la reforma laboral para incrementar la precariedad sino abordar, de una vez, ese cambio de modelo productivo que incorpore innovación y valor añadido a las cosas que sabemos hacer. Ministro, ni hemos hecho todos los deberes, ni los principales problemas provienen de fuera.