2014
España también es Cataluña (Publicado en el País) - Josep Piqué/Jordi Sevilla
Cada vez parece más complicado encontrar una solución al problema que España tiene en Cataluña, a
pesar de que estamos hablando nada menos que de la cohesión nacional consagrada por la
Constitución y por varios siglos de historia en común. Conforme se han ido cumpliendo etapas del
proceso, sin que sea la menor el pasado 9-N, el escenario central que ha ido cogiendo fuerza en las
previsiones incluye unas elecciones plebiscitarias, antes, durante o después de unas municipales con el
mismo sentido, seguido de una declaración unilateral de independencia, tanto por parte del
Parlamento de Cataluña como de una gran mayoría de Ayuntamientos catalanes. Y ello deja pocas
alternativas distintas a la suspensión de la autonomía, aplicando lo previsto en la Constitución. Y todo
ello, a su vez, acompañado de relevantes movilizaciones populares en la calle, con el consiguiente
impacto mediático e internacional. Una situación enormemente difícil de gestionar, en la propia
Cataluña y en toda España.
Estamos convencidos de que esta eventualidad no puede resultar satisfactoria para una parte muy
significativa de ciudadanos, frustrados e impotentes ante hechos consumados y viendo que, entre
todos, no hemos sido capaces de explorar alternativas a este indeseable desenlace. Si seguimos
estirando la cuerda, lo único cierto es que, en algún momento, se romperá, echando por tierra muchas
ilusiones, mucho trabajo común y grandes posibilidades abiertas hacia el porvenir. Y una vez rota la
cuerda, la marcha atrás será más costosa para todos.
Todavía estamos a tiempo de dibujar un escenario distinto. Un escenario de futuro mejor que aquel al
que parecemos abocados. Un futuro sin falsas ensoñaciones, como la idea de una independencia
idílica, conseguida sin costes, que provoca una desgarradora fractura interna en la sociedad catalana y
otra muy dolorosa fractura externa con el resto de españoles. Pero también, sin la ensoñación de
pensar que esto pasará solo y podremos volver, también sin costes, a la casilla de inicio. Tanto una
como otra alternativa son falsas soluciones, por inviables, a un problema que existe y cuya realidad
debemos reconocer de entrada: hay una parte muy importante de la sociedad catalana sensiblemente
incómoda con el modelo actual de relaciones con el resto de España y, en base a esa insatisfacción
profunda, exige cambiarlo de forma sustancial. Sin caer ahora en reproches mutuos, en análisis de
psicología personal o colectiva o en debates sobre la veracidad o no de ciertas consignas exitosas sobre
las relaciones económicas entre ambas partes, nos limitamos a constatar como un dato que el
problema existe y que es real; pero que, sin embargo, las iniciativas de solución al mismo que se han
propuesto, hasta ahora, no solo no lo resuelven, sino que lo agravan. Si queremos obtener resultados
distintos a lo alcanzado hasta ahora, tendremos que hacer cosas distintas.
Y poner sobre la mesa lo único que no es negociable para la otra parte, no
parece un adecuado método de negociación, sino más bien de
confrontación. Esgrimir como banderas exclusivas el “nos vamos” o el “no
hay nada que cambiar” es, precisamente, lo que nos ha llevado al peligroso
escenario central actual donde lo más probable es el choque de trenes.
Proponemos una reformulación simultánea de los objetivos, para que
puedan incorporar zonas compartibles en torno a las que articular un acuerdo. Nada distinto de lo que,
colectivamente, supimos hacer en la Transición; desde posiciones opuestas, llegar a un objetivo
común: hacer de España un país democrático homologable y capaz, por consiguiente, de integrarse en
el proyecto común europeo.
Y ese objetivo común y compartido no puede ser otro que seguir juntos, compartiendo aspiraciones,
ilusiones, afectos y, también, intereses. Y para ello hay que hablar, sin hechos consumados
inaceptables. Pero también con mentalidad abierta. Porque nada ansiamos más que Cataluña siga,
voluntariamente y con ilusión y desde el afecto compartido, siendo España. Y para que esta
reformulación de objetivos sea creíble, debe abrirse explícitamente la posibilidad de una reforma de la
Constitución que incluya la singularidad catalana, como ya se reconocen otros hechos diferenciales,
aunque sin privilegios incompatibles con la igualdad de derechos de los ciudadanos; seguida de un
nuevo Estatut que, ahora sí, pueda incorporar avances en el autogobierno compatibles con esa nueva
Constitución, desde la lealtad mutua entre Gobiernos e instituciones.
No sería aceptable decir que la reordenación del sistema autonómico actual
o la reforma de la Constitución sean asuntos que vengan impuestos, en
exclusiva, por la presión del nacionalismo catalán, ante el que se cedería
con un planteamiento como este. En absoluto. Desde hace años se viene
insistiendo, desde diversas instancias, en la necesidad de proceder a una
revisión del modelo autonómico español para que funcione mejor, así como a una adaptación de
nuestra Constitución a nuevas realidades acontecidas desde su aprobación. Lo que proponemos aquí,
en línea con otras propuestas provenientes de ámbitos académicos, es aprovechar ambas necesidades
objetivas para buscar, explícitamente, una solución actual al problema actual.
Reformular los objetivos en el sentido señalado conlleva una importante modificación del método,
empezando por superar el actual bilateralismo mudo. Hablar, para efectuar una negociación honesta y
dirigida a llegar a acuerdos que satisfagan a todos y que permita llegar a una solución que garantice
otros 40 años de convivencia fructífera entre el conjunto de España y una Cataluña, sin la cual, la
España moderna no es concebible. Todo ello implica una renovación del pacto constitucional: un
nuevo consenso político y social que tiene que ser tan o más amplio que el que, en su día, se obtuvo. Y
que debe ir más allá de un acuerdo estrictamente político, ya que, en la medida en que altere la
Constitución, deberá ser votado en referéndum por todos los españoles y, en la medida en que encarne
un nuevo Estatuto, deberá someterse a referéndum de los catalanes. Y ante la opinión democrática y
libre de los ciudadanos, dentro de la ley y el respeto a las reglas, no caben caminos alternativos.
No es nada fácil el camino propuesto. Parte de la necesidad absoluta de grandes acuerdos, desde la
lealtad, y pensando en el conjunto de los ciudadanos españoles y, entre ellos, los catalanes, todos los
catalanes. Pero, sin duda, cualquier otro camino nos conduce, inexorablemente, al desgarro. Es la hora
de la política. Ojalá estemos a tiempo. Nosotros pensamos que sí.