Para lo importante que es y lo mucho que se habla de ello, sorprende los escasos estudios que hay sobre la internacionalización de la economía española. Esta semana, de la mano del proyecto “España 2033” que dirijo en PwC, hemos presentado el informe “España goes global”, el último y más completo análisis sobre lo que considero la reforma estructural más decisiva que ha sufrido la economía española en las últimas décadas: la salida de nuestras empresas al extranjero, no solo como exportadoras de bienes y servicios fabricados en España, sino invirtiendo, abriendo sucursales para producirlos fuera.
A pesar del bache actual, la economía mundial prosigue su expansión conforme se incorporan millones de consumidores con poder adquisitivo creciente. La única duda es donde, cómo y quién va a satisfacer esas nuevas necesidades de bienes y servicios, teniendo en cuenta que tanto la revolución tecnológica como la de las comunicaciones y la liberalización de intercambios, han empequeñecido el mundo. La principal novedad es que las empresas españolas se han incorporado activamente a esa tendencia, pasando a protagonizarla en muchos casos.
Si ponemos números, entre 1990 y 2013, nuestras exportaciones han duplicado su peso en el PIB hasta representar el 34%. Fantástico, ¿verdad? Pues el stock de Inversiones directas en el exterior, en el mismo periodo, ha pasado a representar el 47% del PIB, después de haber multiplicado su peso por dieciséis. Es verdad que las 2.500 empresas españolas que tienen hoy filiales en el extranjero son pocas, comparadas con las 150.000 que exportan. Sin embargo, no solo el valor medio de la inversión es muy superior al de las exportaciones (hay 80.000 empresas cuya exportación no supera los cinco mil euros al año), sino que el salto producido en las dos últimas décadas ha sido más espectacular todavía en las inversiones que en las exportaciones, sobre todo, porque refleja mejor las nuevas exigencias derivadas de la globalización.
España ya es el quinto país en el mundo en cuanto a internalización de su economía y todo apunta a que en 2033 seguiremos ahí o, incluso, subiremos al cuarto puesto. Los directivos españoles encuestados para el informe citado señalan que en los próximos años, la expansión en el extranjero de sus empresas seguirá creciendo todavía más que las exportaciones, aunque ambas se configuran como tendencia creciente. No es un asunto menor. Como he dicho, creo que es el principal cambio estructural de nuestra economía porque tiene gran capacidad de arrastre, es decir, de su mano, tendrán que venir otros muchos cambios más.
Invertir fuera ya no es algo que afecte solo a las grandes empresas. Son muchas las empresas familiares que han aceptado el reto de la internalización y lo están ganando, en un contexto donde se enfrentan a los mejores del mundo. Algunos, salen fuera porque se hunde su mercado nacional (construcción) o para ensanchar mercados (turismo). Otros, al menos en el origen, para adquirir tamaño suficiente que les garantice continuar siendo empresas independientes, difíciles de sufrir adquisiciones hostiles (banca, seguros, eléctricas). Aún otros, porque siguen por todo el mundo al cliente internacional del que son proveedores (auxiliar de automoción). Pero, en todos los casos, cualquier decisión de salir a producir fuera, entraña un serio ejercicio de introspección empresarial para responder, al menos, a tres preguntas cruciales: ¿qué sé hacer, en qué soy bueno y competitivo?, ¿tengo lo qué necesito para hacerlo fuera? ¿Estoy dispuesto a asumir los cambios que ello conlleva?
En cualquiera de sus formas, los modelos de inversión en el exterior se agrupan en torno a los dos siguientes: replicar fuera, aquello que se hace bien en España, sea gestionar hoteles o construir aeropuertos. El segundo, consiste en organizar la producción a nivel mundial, repartiendo las fábricas o los laboratorios por todo el mundo, como hace el sector del automóvil. El sector financiero, por su parte, se situaría entre ambos modelos.
La Unión Europea concentra mucho nuestras exportaciones (70%) y también las inversiones (50%). Sin embargo, fuera de la UE, Asia ocupa el segundo lugar para las exportaciones (12%), mientras que la inversión extracomunitaria se concentra en América Latina (31%). Si tenemos en cuenta que todos los análisis y los indicadores señalan que el mundo se está desplazando hacia Asia, con una China ya primera economía mundial, hará falta un esfuerzo para reorientar la mirada exterior de nuestras empresas hacia ese continente.
Una de las principales conclusiones que emanan del estudio citado es que nuestras empresas globalizadas conocen bien los sectores y los mercados en que actúan. Saben de lo suyo. Pero desconocen los países en que actúan, sus leyes, instituciones, usos y costumbres, a la vez que reconocen no tener todo el personal cualificado que requieren para abordar su nueva situación internacional.
De la mano de la internalización estamos camino de superar dos de nuestros problemas históricos: incrementar el tamaño medio de nuestras empresas, demasiado pequeñas, en general, así como mejorar y profesionalizar sensiblemente la gestión empresarial. Tal vez por ello, no se plantea en España una oposición social a que nuestras empresas salgan fuera, convencidos de que ello mejora su situación aquí hasta el punto de que muchas empresas siguen funcionando en España precisamente porque han salido fuera y están ganando dinero por todo el mundo.
En el caso de las empresas del IBEX, declaran obtener muchos más beneficios fuera, que en España. Algunas, en palabras de sus presidentes, son ya más brasileñas, mejicanas o británicas que españolas, si atendemos a sus accionistas y a su facturación. Y ello abre la puerta a un debate fundamental sobre la política económica nacional: cómo conseguir que esas empresas globales produzcan más en España, paguen aquí sus impuestos y sigan manteniendo sus sedes sociales y centros de investigación. En suma, qué tenemos que hacer como país, para seguir manteniendo una posición internacional relevante y que las ventajas competitivas de nuestras empresas se traduzcan no solo en mayores beneficios para sus accionistas sino, también, en bienestar para todo el país. Porque las empresas son nómadas, pero las naciones, y buena parte de sus ciudadanos, son sedentarias.