El modelo de recuperación española resulta fallido para millones de ciudadanos y, por tanto, no es sostenible. Y cuanto antes lo sepamos y lo corrijamos, mejor. Ni podemos seguir dependiendo tanto de decisiones europeas sobre las que apenas hemos sido capaces de ejercer influencia (BCE), ni debemos seguir apostando por la competitividad exterior bajando salarios, a fuerza de deteriorar más nuestra demanda interna, ni podemos sentirnos orgullosos por un mercado laboral precario y sin derechos. Y que, además, por su creciente temporalidad (hay contratos por menos de cuatro horas a la semana), no genera los ingresos suficientes para vivir por encima del umbral de la pobreza.
Mi modelo ideal no es China. Ni en lo político, ni en lo laboral. Y, de momento, estamos construyendo un país del que no solo huyen los inmigrantes establecidos aquí en las últimas décadas, sino que también lo hacen muchos de nuestros jóvenes mejor formados. Creamos empleo precario y bajamos sueldos, mientras cae la inversión en innovación (pública y privada) haciendo que nuestros científicos y trabajadores más cualificados busquen salidas vitales en otros lugares del mundo. ¿Qué país tendremos, después de aplicar diez años más este patrón de política económica?
Solo por aquello del contexto, les informo de que fui uno de los defensores de aquel contrato juvenil que, propuesto por el Gobierno de entonces, provocó la huelga general del 14D en 1988. Pensábamos entonces y pienso ahora que para jóvenes sin experiencia, la mayoría todavía viviendo con sus padres, cualquier empleo es mejor que la exclusión permanente del mercado laboral. Pero la realidad actual de nuestro mercado laboral no se parece en nada a aquella. Ahora hablamos de trabajadores ya no tan jóvenes, muchos de ellos con cualificaciones, con experiencia laboral previa, e incluso dilatada, con responsabilidades familiares a cuesta, obligados a malvivir concatenando contratos por poco tiempo, pocas horas y poco sueldo, alternándolos con periodos en el paro sin derecho, a veces, a cobrar el seguro de desempleo. Y con escasas expectativas de que la cosa mejore en los próximos tiempos porque ahora, “esto va así”. Si analizamos los datos recientes de nuestro mercado laboral, es evidente que se ha producido una inflexión que está permitiendo empezar a crear empleo y a bajar el paro, con menores tasas de crecimiento. Aunque sea porque una parte importante de ciudadanos ni siquiera se apuntan al desempleo, porque no les reporta ninguna ventaja. Pero, además, la categoría de empleo no tiene hoy nada que ver con los significados tradicionales de la misma, ni desde un punto de vista social (aparece el fenómeno de los “working poor” o trabajadores pobres), ni económico (el empleo creado no genera consumo, ni crecimiento, como antes).
El modelo de empleo que estamos creando apenas mejora la renta disponible de las familias (representa pocos euros al mes), ni los ingresos de la Seguridad Social (las bases de cotización son muy bajas). Una parte importante de los nuevos cotizantes son autónomos, confundidos interesadamente con emprendedores, cuando un análisis detallado nos presenta dos categorías básicas: aquellos trabajadores por cuenta ajena que han sido despedidos y se les ofrece un nuevo contrato como (falsos) autónomos, con menos coste para la empresa y menores ingresos/derechos para ellos. Por otra parte, trabajadores convencidos, tras varios meses en paro, de que no van a encontrar trabajo, que se dan de alta como autónomos si disponen de un familiar que les ayuda a pagar la cotización social mínima (menos de 200 euros al mes), sin que ello signifique que tengan trabajo, ni ingresos.
A pesar de todo, ¿es mejor que sigan en paro? Falsa alternativa. Hay cosas en el mercado laboral que van a cambiar a medio plazo como consecuencia de la mundialización de la producción y de la globalización de la economía y los modelos contractuales del pasado tendrán un peso porcentual menor sobre el conjunto de la población ocupada. Pero, a estas alturas, es bastante evidente que la cantidad de trabajo total, así como el tipo de trabajo que es capaz de crear una economía, dependen del crecimiento de su demanda agregada, de la estructura sectorial de su producción, del tamaño de sus empresas y de su intensividad en capital, mucho más que de cambios en sus relaciones laborales que influyen, sobre todo, en la calidad contractual de dicho trabajo.
En los últimos años, el Gobierno de España no ha adoptado ninguna medida para estimular el crecimiento de la demanda (antes al contrario, los recortes públicos y las rebajas privadas han expulsado trabajadores del mercado laboral y del país), ni se ha interesado por incentivar sectores económicos que tomen el relevo de la construcción en cuanto a creación de empleo, ni se recuerda nada dirigido a incrementar el tamaño de las empresas (las grandes contratan más y mejor), ensanchar la oferta productiva y, con ella, mejorar la competencia y la demanda de trabajadores o reforzar la innovación.
Solo consta su obsesión por reformar el mercado laboral en un sentido que ya es evidente: precarización, sin derechos. Su apuesta estratégica ha sido unidireccional: mejorar la competitividad empresarial mediante abaratar el coste del factor trabajo y, dentro de ello, no tocar las cotizaciones sociales cargando todo el peso del ajuste sobre el coste salarial (despidos, precarización). Es un modelo de recuperación no sostenible, social, ni económicamente como, incluso, ha llegado a decir la Ministra de Trabajo cuando declaraba que no quería un país de salarios bajos, a pesar de que es lo que ha contribuido a crear con su política: en porcentaje, tenemos tres veces los minijobs de Alemania.
Hay quien dice que es una cuestión de tiempo, de grados sucesivos en la recuperación que, como aquellas etapas inevitables del crecimiento de que habló Rostow, tenemos que pasar para ir mejorando. Pero otros pensamos que no es cuestión de tiempo, sino de modelo y de políticas que deben cambiar. Como ha cambiado el Gobierno en otros asuntos: las quitas en la deuda (autopistas), o la no reducción del déficit en la administración central. Cuanto antes rectifique, mejor.