Eslabón de una cadena global (Publicado en Mercados de El Mundo con fecha 2 de febrero de 2014)

Escrito a las 4:20 pm
¿Hubiéramos alcanzado en España los seis millones de parados, si el banco
americano Lehman Brothers no hubiera quebrado en setiembre de 2008?
¿Estaríamos iniciando ahora esta recuperación, si la troika no hubiera
rescatado nuestro sistema financiero, o si el BCE no hubiera apoyado al
euro inundando los mercados de liquidez? ¿Se hubiera desinflado poco a
poco la burbuja inmobiliaria, sin estallar, en ausencia de la crisis financiera
internacional? No pretendo ofrecer un ejercicio teórico de historia
alternativa, sino señalar, de manera rotunda, lo absolutamente imbricada
que está nuestra economía, con la economía mundial, en asuntos que van
mucho más allá de las cifras de comercio exterior, inversiones o turismo.
Los dos últimos Presidentes del Gobierno se han presentado en el
Parlamento para proponer medidas que no les gustaba aprobar: congelar
pensiones o subir impuestos, pero que se veían obligados a hacerlo porque
“alguien”, ajeno a la soberanía nacional, así lo exigía: sean los “mercados”,
la troika o el G-20. Parece que existe, pues, un nuevo equilibrio en la lógica
de las relaciones económicas internacionales que hace que las
consecuencias de los problemas sean locales, aun cuando las causas pueden
estar en otro lugar del planeta o, incluso, en la nube. La economía
capitalista se expande hasta distribuir los mercados, la financiación y la
producción por todo el mundo, bajo una lógica sistémica muy diferente de
aquella con que funcionaba cuando estaba enmarcada en el contexto de un
estado nacional que, a partir de ahí, se articulaba con otros mediante
acuerdos, pactos y compromisos impulsados y controlados por los políticos
nacionales, de uno y otro estado.
La globalización implica eso: que la mayoría de lo que nos afecta
como individuos, depende de cosas que ocurren en lugares lejanos, fuera de
nuestro control como ciudadanos. Los factores productivos se dividen en
nómadas (capital financiero y físico) o sedentarios (trabajo) y esa división
representa un cambio de enfoque, incluso, a los problemas clásicos que,
ahora, deben abordarse bajo esta nueva perspectiva. Este proceso se ha ido
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incrementado en las últimas décadas gracias al impulso recibido por
medidas como la libertad de movimiento de capitales o el ingreso de China
en la OMC, pero ha dado un salto cualitativo en esta crisis, como le ocurre
al agua cuando alcanza su temperatura de ebullición que deja de ser un
líquido y se transforma en vapor, cambiando algunas de sus leyes de
funcionamiento.
Cuando las consecuencias de los problemas tienen impacto local, pero
los gobernantes nacionales no tienen en sus manos los instrumentos
necesarios para hacerles frente, eso afecta de forma directa a las
autoridades políticas, obligadas a seguir aparentando un control y una
responsabilidad sobre determinadas circunstancias importantes cuando, en
realidad, bracean en el aire. Entonces, la política deja de ser efectiva y, no
reconocerlo, alimenta el desapego entre ciudadanos y sus representantes.
La conversión de España (y del resto de Estados) en eslabones de
una nueva cadena económica global, tiene profundas implicaciones en la
manera en que organizamos nuestra convivencia y nuestra actividad
económica. Entre otras, rompe varias de las ecuaciones en que hemos
fundado nuestra concepción de la sociedad, las responsabilidades de cada
uno de los agentes económicos y, sobre todo, el papel asignado al Estado
como elemento regulador de la economía (política económica), de las
relaciones sociales (política social) e, incluso, de propia democracia.
Las empresas españolas se están adaptando a este desafío y es
creciente el número de ellas que, con independencia del tamaño, han
abordado con éxito el reto de la internacionalización (compro, produzco,
vendo y me financio, en todo el mundo) que es un salto cualitativo respecto
a la tradicional exportación (compro mundial, produzco local, vendo
mundial, me financio local). El sector público y sus correspondientes
decisiones políticas, sin embargo, se están quedando retrasados en el
proceso y siguen respondiendo como antes, a las nuevas preguntas que
surgen de la nueva situación. Por ejemplo, cuando tienes empresas
mundiales lo primero es hacer atractiva la inversión en España no solo para
el capital extranjero, como antes, sino para el propio capital nacional que
puede irse fuera con facilidad. En ese contexto, con empresas que trocean
su cadena de valor y la reparten por todo el mundo, la logística y el
transporte, adquiere una relevancia estratégica. Por tanto, un Gobierno que
esté preocupado por mejorar el atractivo competitivo de su territorio,
deberá desplazar su centro de atención desde el antiguo (mercado de
trabajo, impuesto de sociedades) hacia el nuevo (puertos baratos abiertos
24 horas, o el corredor Mediterráneo de mercancías).
No hacerlo y seguir ofreciendo las viejas respuestas, cuando han
cambiado las preguntas, es un error que pagamos todos los ciudadanos. La
misma reflexión se puede hacer respecto a la fiscalidad (en puertas de una
nueva reforma fiscal comprometida por el Gobierno), o la política social del
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futuro, cuando las desigualdades crezcan, pero las fuentes tradicionales de
financiación se hayan visto seriamente disminuidas y los instrumentos
clásicos se vean inermes ante las nuevas formas de la pobreza. El debate
que planteo no es respecto al tamaño del Estado (puede ser mayor o menor
que ahora), sino a sus funciones y, sobre todo, a los nuevos instrumentos
que le permitan cumplir efectivamente, o no, dichas funciones.
El capitalismo es un sistema socioeconómico que acabó con el
feudalismo utilizando, históricamente, al Estado para construir, entre otras
cosas, realidades nuevas no preexistentes como el mercado nacional con
sus barreras protectoras o el Estado del Bienestar gracias a como
reaccionaron sindicatos o partidos políticos. Hoy, el salto hacia la globalidad
dado por el capitalismo está alterando de manera sustancial ambos
conceptos: el de bienestar e, incluso, el de nación. Lo que resulte de la
nueva situación dependerá de cómo reaccionen ante la misma los agentes
sociales, los partidos políticos y la ciudadanía en general. No me gustaría,
que dentro de cien años, digan los que estudien este período de la historia
lo mismo que decimos ahora cuando leemos sobre la I Guerra Mundial en su
centenario: ¿cómo no lo vieron venir, e intentaron evitarlo?

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