El tránsito de un año a otro nos vuelve a situar con fuerza bajo el influjo gubernamental del discurso típico del “así es, si así os parece”. Antes, con otro gobierno, intentando que si no mencionábamos la palabra “crisis”, esta desaparecería y, ahora, con este gobierno, empeñados en repetir sinónimos de “recuperación” para intentar que se convierta en realidad. Ambas actitudes responden a un comportamiento político fundado en que lo importante no es lo que ocurre, siempre algo objetivo que se puede estudiar, conocer y debatir racionalmente hasta llegar a acuerdos, sino la percepción de lo que ocurre, algo subjetivo que se puede fabricar, manipular y confrontar emocionalmente de forma permanente. Un Premio Nobel de Economía, el psicólogo Daniel Kahneman, lo explica en su sugerente libro “Pensar rápido, pensar despacio” (Debate).
La construcción narrativa realizada estos días por el Gobierno sobre la crisis, la política económica llevada a cabo para hacerle frente, los resultados obtenidos y el momento actual de la misma, se inscribe en ese tipo de narración descrita por Kahneman que se basa en algunos datos sueltos, pero intuitivos, dotados de coherencia discursiva interna, aunque ello no signifique nada sobre su verdad (puede estar equivocado), ni tan siquiera, sobre su correspondencia con la realidad (puede ser falso). Total se trata de algo dirigido a la parte instintiva de nuestro cerebro, no a su parte racional, aunque ello lejos de rebajar la eficacia de su impacto político-electoral, lo acrecienta, pues goza de la “ilusión de la validez” al estar blindado contra cualquier contrastación empírica.
A título de ejemplo que muestra la complejidad de realizar un análisis sobre el momento económico de España, responda mentalmente el lector a la siguiente pregunta: de acuerdo con su información, en 2013, el número total de parados ¿se ha reducido o ha seguido aumentando? Una cuestión fácil, con respuesta binaria (o lo uno, o lo otro), pero que, sin embargo, admite varias respuestas en función del marco que adoptemos de referencia: paro registrado, paro EPA, cotizantes a la Seguridad Social, datos desestacionalizados o no, medido en tasa intertrimestral o interanual etc.
La misma dificultad contiene responder a otra pregunta igualmente fácil en apariencia: ¿ha pasado lo peor de la crisis? Pues depende del marco de referencia, es decir, depende de para quien, ya que hablamos de un sentimiento vacío cuando lo generalizamos en la abstracción. Para quienes pierdan este año el subsidio de paro, la beca, el trabajo o la vivienda, o no lo recuperen si lo han perdido previamente, es evidente que no ha pasado lo peor. Sin embargo, para quienes han estado empleados a lo largo de la crisis (aun cambiando de trabajo e, incluso, rebajando el sueldo) y no tienen deudas por tener vivienda en propiedad sin hipotecas, seguramente lo peor haya pasado. El impacto agregado (si existe) dependerá, por aproximación, de cuantos ciudadanos se ubiquen en cada uno de los dos segmentos y mi hipótesis es que, en el momento actual, andaremos cerca de mitad y mitad.
Pero si resulta muy complicado determinar con objetividad en qué punto concreto del ciclo estamos en este comienzo de 2014, atribuir responsabilidades sobre ello a la política económica seguida, lo es todavía más. En la narración del Gobierno se cuenta que las cosas van mejor, pero que van mejor gracias a sus políticas. Para lo primero, utiliza algunos ardides relacionados con el punto de referencia. Por ejemplo, cuando dice que la prima de riesgo ha bajado de 600 a 200, es cierto, pero oculta que al ganar las elecciones la encontraron en 200 y que fue durante los primeros diez meses de su mandato cuando se disparó hasta 600, siendo este espectacular aumento el que requiere explicación. Y si vamos a ello, para muchos de nosotros la prima se disparó esos meses por la irresponsable gestión partidista del nuevo gobierno de dos asuntos: la llamada “herencia recibida” y el déficit autonómico, que instaló en los mercados de capitales una injustificada desconfianza hacia la credibilidad de España y de sus cuentas públicas. Para quienes, por el contrario, la elevación de la prima se debió a un reforzamiento de los ataques internacionales sobre el euro, sin nada que ver con actuaciones concretas en nuestro país, el actual descenso tampoco debería atribuirse como mérito a la gestión gubernamental.
Algunos datos indican que hemos dejado de caer en algunas variables y que, otras, empiezan a subir moderadamente en lo que es, sin duda, el lento y vacilante inicio de una recuperación, todavía muy lejos del final de la crisis. Conocemos la lectura gubernamental que consiste en apropiarse del mérito. Para empezar el año, ofrezco otra narración alternativa basada en lo que llamo el “efecto hartazgo”.
Si la actividad económica empieza estos meses a recuperar signos positivos es gracias al aumento del consumo privado. Ni la austeridad, ni solo las exportaciones, mueven el PIB hacia cifras positivas. Y si el consumo privado mejora es porque esa mitad de la población que está preparada para crecer ha decidido, aún con los mismos ingresos, consumir más, no tanto despreocupada porque la crisis llega a su fin, sino harta por lo mucho que se prolonga y por la incapacidad para ponerle freno. Así, el efecto hartazgo de una mitad de la población nos está sacando de la recesión. Aunque no estén objetivamente mejor, sí están más hartos de la situación y deciden sentirse mejor a través de un aumento del consumo de bienes y servicios. ¿Y la mitad de la población que está igual de mal o peor que antes? A esa le queda el recurso a los menguantes apoyos sociales que prestan los ayuntamientos; la aproximación que realizan las empresas de “low cost”; el apoyo de las ONG que ven crecer el número de familias atendidas; y las gestiones de responsabilidad social corporativa que puedan asumir empresas como las eléctricas o los bancos antes de dejarles sin luz, ni vivienda. Para esta mitad, su hartazgo es de otro tipo, aunque también marcará, me temo, el año electoral que empieza.