2013
Un salario mínimo como el alemán. (Publicado en Mercados de El Mundo)
Merkel ha vuelto a descolocar a la derecha europea. Lo hizo cuando aprobó el cierre de las centrales nucleares tras el accidente de Japón, arrebatando a los Verdes una de sus reivindicaciones emblemáticas. Lo volvió a hacer cuando tras la última, pero insuficiente, victoria electoral, eligió un gobierno de coalición con los socialdemócratas. Y lo vuelve a hacer ahora cuando, aceptando la implantación de un salario mínimo en Alemania, da un giro a su política partidista, desactivando la principal seña del SPD al convertirla en política común.
El debate sobre un salario mínimo obligatorio es de esos pasionales, donde la razón y los datos se suelen dejar al margen. Aunque voy a intentarlo, me temo que pocos lectores cambiarán sus opiniones al respecto como consecuencia de escuchar un argumento diferente o una nueva evidencia, entre otras cosas, porque siempre podrá encontrar otro argumento con otra evidencia en sentido contrario. Así, mientras los sindicatos alemanes y muchos académicos han saludado calurosamente la medida, un banco ya ha calculado que traerá consigo la pérdida de un millón de puestos de trabajos.
Algunos economistas, siguiendo a los clásicos, pensamos que ni salarios, ni beneficios son, estrictamente, coeficientes técnicos destinados a retribuir neutralmente la aportación de los factores productivos (capital y trabajo) a la producción, determinados por el sistema de manera similar y simultánea a como se determinan todos los precios. Entendemos, por ello, que hay un margen de indeterminación que, dentro de unos límites, permite una negociación entre trabajadores y empresarios para fijar que parte del excedente se distribuye cada uno.
Quienes defienden las bondades de un modelo de mercado en competencia perfecta, por su parte, arguyen que fijar un precio artificial por encima del de equilibrio, provoca un exceso de oferta. En el caso del mercado laboral, un salario mínimo obligatorio que solo tiene sentido si está por encima del marcado “por el mercado” en los convenios colectivos, significará un aumento del paro, ya que los empresarios preferirán despedir trabajadores o no contratarlos, que retribuirles por encima de su productividad marginal (¿calculada, cómo?).
Pero ni el mercado de trabajo es un mercado como los demás, ni las condiciones que se tienen que dar para que un modelo de competencia perfecta muestre su superioridad académica, se encuentran en la realidad. En primer lugar, porque la “mercancía” trabajo no es homogénea, ni por su oferta, ni por su demanda. Más bien deberíamos hablar de la existencia de varios “mercados” diferentes, dependiendo de la cualificación del trabajador pero, también, del tamaño de la empresa. En segundo lugar, porque en el mercado laboral hay información asimétrica entre oferentes y demandantes, así como elevados costes de transacción (entrada, salida y movilidad), todo ello invalidando condiciones fundamentales del modelo teórico. Por último, porque mientras sigamos vinculando trabajo con subsistencia, una parte mayoritaria de la población (todos los que no sean ricos) no podrá elegir libremente, como supone el modelo, entre trabajo y ocio, en función del precio (salario) de ajuste, sino que se verá obligada a trabajar a cualquier precio, salvo subsidios sociales, ayudas familiares, caridad o delincuencia. Todo ello hace que no se “ofrezca” y “demande” trabajo, exactamente igual que se hace con las naranjas, coches o libros. El trabajo formaría parte, así, de un conjunto de productos básicos para la subsistencia humana, cuya lógica económica de mercado no puede ser idéntica a la de aquellos otros productos que satisfacen otras necesidades menos básicas.
Pero, además, el mercado laboral tampoco cumple esas condiciones requeridas en el modelo de competencia perfecta para que dejar fluctuar libremente al precio sea la mejor opción. De hecho, las imperfecciones señaladas del mercado laboral conceden al empresario un elevado poder negociador, parecido al que tiene un monopolista. Y frente a eso, ¿qué hacer? Algunos piensan que cuando no se cumplen las condiciones optimas de la competencia perfecta, lo mejor es aguantarse e intentar conseguir, poco a poco, que se vayan dando dichas condiciones, siendo la realidad la que debe cambiarse para acercarla a los supuestos del modelo teórico. Otros, sin embargo, pensamos que el modelo académico está basado en hipótesis irrealistas y que debemos acercarlo a la realidad, con los correspondientes cambios, incluyendo la imposición de un salario mínimo. La idea sería: si decido pasar el día de mañana en la playa suponiendo que hará sol, el hecho de que en realidad llueva no es irrelevante, ya que me puede obligar a cambiar la manera sensata en que pasaré el día. De la misma forma, las imperfecciones señaladas en el mercado laboral que lo alejan del modelo de competencia perfecta, no son asuntos menores, hasta el punto de que lo mejor es cambiar el libre fluir del mercado por una intervención/regulación compensatoria, incluido un salario mínimo. Al menos, así lo piensan muchos académicos, incluidos varios premios nobeles (Diamond, Mortensen, Pissarides…).
Por otro lado, no hace falta ser keynesiano para reconocer el papel dual que desempeñan los salarios en nuestra economía ya que si, por una parte, son coste laboral para la empresa, por otra, son la base del consumo que mueve la actividad económica de esa misma empresa. Es un ejemplo evidente de cómo el “todo” es diferente de la suma de las “partes”, al igual que ocurre con la paradoja de la austeridad: individualmente prefiero pagar salarios bajos (coste), colectivamente prefiero que se paguen salarios elevados (demanda).
Aunque la población laboral efectivamente protegida por los salarios mínimos legales es muy reducida ya que la mayoría de trabajadores se acogen a un convenio colectivo donde se regula salarios mínimos “de mercado” superiores, Alemania fijará su salario mínimo en 1360 euros mensuales a jornada completa, muy alejado de los 645 (14 mensualidades) de España. Es una intervención pública en apoyo de los más débiles en el proceso negociador de la distribución primaria de la renta. No hay argumentos sólidos para defender que la existencia de un salario mínimo (dentro de unos límites) reduzca empleo o haga a la economía menos eficiente. Pero ayuda a que los beneficios del crecimiento se repartan de manera más equitativa.