Hemos superado la mayor recesión de la historia reciente. O casi. O estamos a punto de hacerlo, impulsados por el sector exterior. Y eso es positivo. Poco importa, ahora, que medido por datos interanuales, la realidad sea que seguimos cayendo, o que las exportaciones representen, solo, el 30% de nuestra economía frente a una demanda interna que continúa en plena depresión. Como tampoco importa que esta haya sido una segunda parte de la recesión inducida por las políticas de austeridad impuestas por la troika, incompatibles con un problema de sobreendeudamiento privado como el nuestro, como prueba que el suave crecimiento de 2011 (existieron los brotes verdes) fuera seguido, tras el reforzado ajuste del actual Gobierno, por el desplome de 2012 y las flores de invernadero.
Hemos corregido el déficit exterior. O casi. O estamos a punto de hacerlo. Y eso es positivo. Origen de nuestra tremenda deuda externa, el déficit de balanza de pagos que llegó a alcanzar el 10% del PIB antes de la crisis, siendo el segundo del mundo tras USA, está siendo reequilibrado. Poco importa, ahora, que la reducción venga de un hundimiento en importaciones debido, precisamente, al desplome de la actividad económica interna, ya que el meritorio aumento de las exportaciones en un 8%, siendo importante, es menor que los crecimientos de 2011 (15%) y 2010 (16%) y se basa, con excepciones, en una mejora de la competitividad precio. La caída producida en las inversiones en I+D+i, según denuncia COTEC, augura riesgos en ese ritmo de crecimiento de las exportaciones, porque siempre habrá otro país que lo haga más barato.
Hemos controlado el déficit público. O casi. O estamos a punto de hacerlo. Y eso es positivo. Poco importa, ahora, que la Comisión Europea haya ayudado, concediendo un balón de oxígeno al aceptar importantes aplazamientos en su calendario de reducción. Tampoco importa mucho que el año pasado se nos fuera bastante el déficit como consecuencia del pago de las ayudas extraordinarias a la reconversión bancaria o que en el acumulado de este año, estén cumpliendo bastante bien las CC.AA mientras que el Gobierno Central, la parte del león, se haya desviado en los primeros seis meses tanto como para superar el objetivo previsto para todo el año. Tampoco importa demasiado que parte de la reducción del déficit público se haya producido apretando el cinturón de los ciudadanos (impuestos que se dijo no subir, tasas que se dijo no tocar, compromisos que se dijeron intocables, como las pensiones o gastos directamente productivos, como inversiones en infraestructuras). Tampoco importa demasiado que se haya multiplicado la deuda pública hasta llevarla a máximos históricos, después de haber estado en mínimos históricos en 2007. Ahora, hablar de la hipoteca negativa que significa la deuda pública para las generaciones futuras, es pesimismo.
Hemos saneado nuestro sistema financiero. O casi. O estamos a punto de hacerlo. Y eso es positivo. Poco importa, ahora, que hayamos necesitado casi 100.000 millones de euros de dinero público, entre capital, avales y créditos, después de haber asegurado que eso no se haría y tras pedir ayuda a nuestros socios en forma de rescate parcial. Tampoco importa mucho que a pesar de la profunda inyección de dinero de todos, el crédito a la economía productiva no despegue, en contra de lo anunciado. Y, de momento, no importa demasiado que la reconversión financiada con dinero público esté reforzando un oligopolio financiero privado, tras habernos declarado partidarios de la competencia.
Hemos ordenado el sistema eléctrico. O casi. O estamos a punto de hacerlo. Y eso es positivo. Poco importa, ahora, que resulte difícil de entender para los profanos, cómo es posible que la demanda de electricidad esté cayendo, haya exceso de oferta potencial, pero el precio al consumidor suba, pese a ser ya mayor que el de nuestros competidores, sin que ello acabe con el llamado déficit tarifario derivado de que, al parecer, las empresas cobran, por la electricidad que nos sirven en las condiciones reguladas por el Gobierno, menos de lo que les cuesta producirla, en un sistema teóricamente competitivo.
Hemos reducido la prima de riesgo. O casi. O estamos a punto de hacerlo. Y ello es positivo. Poco importa, ahora, que con ello la devolvamos al elevado nivel existente a mediados de 2011, antes de que, por estrictas razones partidistas, se lanzaran sombras de dudas sobre las cuentas públicas españolas a todos los niveles administrativos, haciendo que la deuda de un país donde era posible, al parecer, falsificar las cuentas como acababa de ocurrido en Grecia, dejara de interesar a los inversores extranjeros. Tampoco importa mucho señalar que a tan positiva rebaja ha contribuido decisivamente la desaparición de los temores sobre el futuro del euro, la compra masiva de deuda por parte de entidades financieras españolas (ICO incluido), o la ingente cantidad de liquidez inyectada por el BCE en el último año.
Hemos reformado las administraciones públicas. O casi. O estamos a punto de hacerlo. Y eso es positivo. Poco importa que en ayuntamientos se haya hecho lo contrario de lo que se dijo, o que la mitad de las propuestas dependa de gobiernos autonómicos con los que no se ha negociado y sobre los que no hay relación jerárquica sin cambiar la constitución. Como tampoco parece relevante, ahora, que la otra mitad, sea más una necesaria simplificación de organismos y una desamortización de edificios, que una reforma.
Por tanto, misión cumplida. O casi. O estamos a punto de conseguirlo. Y eso es positivo. Poco importa, ahora, que hayamos tenido que: socializar mediante deuda pública pérdidas patrimoniales privadas en cuantía superior a cualquier período anterior, incrementar el paro hasta récords difícilmente reversibles, efectuar una devaluación interna que ha aumentado la pobreza y agudizado la desigualdad social, retrotrayéndola cuarenta años atrás, o convertir nuestro modelo productivo en uno de salarios bajos y empleo precario, donde la formación y la investigación no encuentran hueco. Ya se sabe. Esas cosas formaban parte de la herencia recibida, y tampoco se puede pedir todo, de golpe, a un Gobierno reformista, ¿no?
13.09.2013 a las 19:42 Enlace Permanente
Estoy de acuerdo con casi todo lo que expone J. Sevilla en el artículo. Me parece que hay un desmesurado interés en vendernos que todo va bien y que estamos observando los brotes verdes de una economía en progresión. Yo no lo veo asi y si algunos datos (estadísticas) puedieran indicar eso, algo favorable a los intereses políticos, eso sirve para vender estadísticas y mejorar la cara hacia el exterior y quizás pensando en las elecciones; pero la realidad interna es todo lo contrario, pues los recortes sufridos mayoritariamente por la clase media-trabajadora han empobrecido a mucha gente, los sueldos perdieron poder adquisitivo o se redujeron directamente, el trabajo que se consigue es precario. Como bien lo expuso el Sr. Sevilla, todo ese conglomerado de factores a la baja para los ciudadanos, es posible que nos haga más competitivos, pero siempre habrá países que reajusten sus costes laborales para atraer la inversión. Qué pasa con la deuda pública que ha subido como nunca lo había hecho..? Por otra parte, estan apoyando a sectores de capital y financieros importantes que son los que aglutinan beneficios. Esa es una política neoliberal clarísima, exenta de fines sociales y esta tara la tendremos que vivir internamente durante mucho tiempo…. La mejoría del comercio exterior, pienso que tiene que ver
con la mejor competitividad por la reducción de costes, pero eso puede ser coyuntural, ya veremos..