Si, como dice el ministro de economía, la recuperación vendrá en España “antes de lo que pensamos” será, sin duda, de la mano de una rectificación significativa de la política económica seguida hasta la fecha, cuyo resultado se puede resumir en que somos más pobres y debemos más dinero que hace un año lo cual, es un inquietante resultado para unas medidas económicas que tampoco consiguen reducir la prima de riesgo por debajo de Italia o de donde estaba con el anterior gobierno. Aunque de Guindos debe aceptar que su credibilidad atraviesa un bache después de reconocer que se ha equivocado, de uno a tres, en anticipar la recesión para este año, daría la impresión de que se acumulan, no solo las evidencias, como la subida del paro, verdadero indicador adelantado de la caída del consumo doméstico, sino las percepciones políticas respecto al error que significa continuar abordando la lucha contra esta recesión desde la doctrina de la austeridad presupuestaria.
Ya no se trata sólo de los insistentes llamamientos del FMI, del Parlamento Europeo o de la distancia con las políticas seguidas por Estados Unidos. Esta misma semana el Presidente de la Comisión señalaba que “la austeridad ha llegado a sus límites” dando voz a lo que ya está siendo una práctica aplicada por el eurogrupo: aflojar la intensidad de los ajustes presupuestarios a base de alargar los plazos para que los países en dificultades especiales lleguen al 3%. En nuestro país, el Gobierno ha reducido el fanatismo con que se defendía las bondades intrínsecas de recortar el gasto y el déficit público como único medio para conseguir el crecimiento económico (salvo como fuegos de artificio frente a la oposición) y hoy encontramos a ilustres diputados como Martínez Pujalte diciendo que “nada llena las arcas públicas tanto como el crecimiento económico” o al Presidente Rajoy haciendo, casi, de Hollande en Europa al defender bajadas de tipos de interés y políticas de estímulo al crecimiento, todo lo contrario de lo dicho y hecho aquí.
¿Qué está pasando? Para salir de una recesión como esta y crecer ¿hay que recortar a ultranza el gasto público, o lo contrario? ¿Por qué los dos grandes partidos, los mismos que acordaron reformar la Constitución con grandes cesiones unilaterales de soberanía nacional como incluir límites al déficit público y dar prioridad absoluta al pago de la deuda pública, parece que reniegan de lo que han hecho, desde el gobierno, para combatir la crisis? Dejo al margen la interpretación política, en términos de deterioro de la confianza ciudadana en su clase política, para centrarme en la distancia percibida entre magnitud de los problemas e intensidad de las soluciones. Dicho de otra manera: se acumula las evidencias de que las políticas de austeridad seguidas no son eficaces, no resultan útiles para alcanzar los objetivos señalados: con la austeridad extrema (lo que hemos llamado austericidio), no crece la economía, ni se crea empleo, ni se generan los ingresos necesarios para ir devolviendo la tremenda deuda, pública y privada, que seguimos acumulando. Algo que, por cierto, sabía cualquier economista, conservador o progresista, que no estuviera contaminado por el anti keynesianismo como ideología (parecido a ser un físico anti mecánica cuántica) y algo que algunos veníamos diciendo en público desde finales de 2008 cuando la crisis ya era mundial.
De manera simplificada podemos resumir el resultado de la política de austeridad seguida, por lo ocurrido en España durante 2012: caída del PIB tres veces superior a lo previsto, incremento fuerte del paro, caída de los ingresos familiares pero, también, menor reducción del déficit de lo previsto (el gobierno central ha repetido casi el mismo porcentaje de déficit sobre el PIB que en 2011, el 5,1% y solo las CCAA han reducido el suyo), caída en la tasa de ahorro de las familias y espectacular aumento de la deuda pública del 70 al 84% del PIB en un año. Es decir, como se sabía, es posible que una política de recortes drásticos como la practicada por el Gobierno, que ha cambiado la composición del gasto público reduciendo el productivo (inversión) y el social, pero ha incrementado el pago por intereses de la deuda, te la imponga los acreedores o la ideología. Pero no es el camino adecuado para crecer y crear empleo.
Los creyentes en la austeridad extrema como herramienta para el crecimiento, han tenido estos días otro motivo de preocupación cuando se ha conocido que uno de los estudios más utilizados para justificar el carácter expansivo de los recortes del gasto público, realizado por Reinhart y Rogoff, contenía profundos errores técnicos que, al corregirlos, permite llegar a conclusiones radicalmente contrarias a las defendidas por los autores. Por ejemplo, no es cierto que los países con elevadas deudas públicas crezcan menos, como se decía, sino que los países que crecen menos acumulan por ello mayores tasas de deuda pública. Esto, junto a las crecientes evidencias del FMI sobre el multiplicador del gasto público, está arrumbando, de nuevo, las teorías de la austeridad (recortar el gasto público es necesario para que la economía crezca, incluso durante una crisis) al rincón de las rarezas académicas y de la ideología indemostrable junto a la curva de Laffer, el crowding out o la equivalencia ricardiana.
Si la salida a esta recesión no se encuentra en recortar el gasto público de inversión y el social es, entre otras cosas, porque el origen de la misma no está ahí: la deuda pública en España representaba un envidiable 36,3% del PIB, en el inicio de la crisis. Nuestro problema ha sido, y es, el endeudamiento privado, provocado por un sistema económico basado en la demanda, es decir, en el gasto (consumo), como señala la corriente principal de la economía desde, al menos, 1930. Nota para los conocedores: la ley de Say (la oferta crea su propia demanda) no se cumple en el conjunto de la economía y, menos, en un mundo globalizado.