El Presidente Rajoy se ha sumado, para el mercado interior, a la ofensiva mundial que en defensa de la economía española ha lanzado el Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC). Los grandes empresarios transnacionales lo hacen por cuestiones patrióticas – como diría el anterior Presidente-, pero también preocupados por un prima de riesgo que sigue siendo demasiado elevada y que les hace perder oportunidades frente a sus competidores mundiales. La diferencia es que los economistas congregados por el CEC utilizan un informe estructural sobre la economía española que explica las oportunidades y fortalezas generales que presenta nuestro país para un potencial inversor extranjero (“España, un país de oportunidades”), mientras que el Gobierno se ha centrado en repetir que la crisis se acaba ya, que el año que viene habrá crecimiento y, lo que es más sorprendente, que tendremos creación neta de empleo pese a crecer solo un 0,4%.
El principal apoyo documental que he encontrado para esta visión optimista es un recientísimo informe del Banco de España sobre “Proyecciones de la Economía Española 2013-2014”. Todo el mundo, incluso el Banco de España en ese documento, insisten en que el crecimiento irá un poco peor este año (-1,5%) que en 2012 (-1,4%), por lo que cerraremos este año todavía con más parados. La explicación no puede ser más evidente: con la elevadísima deuda privada que arrastramos (dos veces el PIB); paralizado el flujo del crédito por el tipo de reconversión bancaria realizado; con un sector público centrado en reducir el déficit y una devaluación interna que ha descansado, en una gran medida, en destrucción de empleo y moderación salarial, la demanda interna sufrirá un “descenso pronunciado (-4,3%), superior incluso al de 2012 (-3,9%)”, sin que la aportación del sector exterior sea suficiente, este año, para darle la vuelta a la situación.
Sin embargo, a partir de finales de 2013, esta fuerte depresión de la demanda interna dará la vuelta, según el Banco de España en línea con el Gobierno, experimentando durante 2014 una recuperación de casi 4 puntos porcentuales. ¿Por qué? Analizando el informe, hay muchas más frases hechas que argumentos. Por ejemplo: “el gasto de los hogares podrá alcanzar tasas positivas al final de 2014, en un contexto en el que las rentas de las familias dejarán de caer” o “hacia final de año (2013) se prevé un mayor empuje de la inversión empresarial”. La pregunta es ¿en que se basan para prever eso? ¿Por qué el consumo de las familias y la inversión empresarial va a iniciar una importante escalada desde finales de 2013, hasta acabar 2014 con tasas positivas de crecimiento, que ya tuvimos en 2011 sin que consolidaran?
Dado que el documento reconoce tanto que la reforma laboral facilitará “una mayor moderación salarial” en 2014, como que la necesidad de proseguir el desendeudamiento de las familias no se habrá reducido, la subida impositiva se mantendrá al año próximo y se señala igualmente que el empleo público seguirá su “ajuste a la baja”, ¿Por qué las familias van a empezar a consumir mucho más que ahora? ¿De dónde saldrá el dinero, si los ingresos caen, el crédito seguirá atascado y la tasa de ahorro se mantiene constante?¿Tanta creación de empleo privado habrá? ¿En qué sectores? Porque la inversión, solo se contempla que desacelere su caída en construcción (algo difícilmente compatible, a corto plazo, con las actuaciones del banco malo) y se incremente, en el resto, pese al exceso de capacidad instalada, gracias a las reposiciones y al empuje exportador en un cuadro donde se prevé, para 2014, que nuestros mercados de exportación pasen de crecer el 1,6% previsto para 2013, a un sorprendente e inexplicado 4,9%, un año más tarde.
Leído con atención, se diría que el documento del Banco de España está escrito por dos manos distintas: una, con el rigor habitual, analiza las malas perspectivas socioeconómicas para 2013. Otra, por su cuenta, ha ido salpicando afirmaciones sin justificar, anunciando un súbito cambio de comportamiento de los agentes económicos cuando en ningún lado aparece los cambios significativos en las variables que determinan dicho comportamiento.
La realidad, dentro de los márgenes con que puede ser conocida con antelación, es muy otra: no solo seguiremos inmersos, durante los próximos trimestres, en la recesión más importante de las que tenemos noticia, sino que las políticas puestas en marcha para hacerle frente, nos están conduciendo por el camino económicamente más largo y socialmente más injusto. El principal dato que de forma reiterada se utiliza para avalar el optimismo, la bajada en los costes laborales unitarios que mejora la competitividad, se ha producido, como reconoce el reciente Informe económico de la AEB, íntegramente, por ganancias de productividad es decir, “por la fuerte caída del empleo” que hemos experimentado.
Que hayamos centrado nuestra devaluación interna en el despido de trabajadores, en la bajada de sueldos y en el recorte del gasto público, impulsa nuestras exportaciones, incentiva la salida de nuestras empresas al exterior y puede mejorar el atractivo de nuestras oportunidades de inversión para los fondos extranjeros que se financian con menor prima de riesgo. Pero, por contra, dificulta mucho que devolvamos la deuda acumulada (las familias y empresas reducen muy lentamente su endeudamiento, mientras el Estado lo aumenta rápidamente), que el consumo se reactive y que la inversión interna sea tan pujante como para crear empleo neto.
Eso no se corrige agitando consignas optimistas, cuando la realidad es que tres millones de parados, la mitad del total, no perciben ningún ingreso, por lo que su subsistencia carga sobre unas estructuras familiares cuyas rentas netas, a su vez, se están reduciendo.Y menos, cuando tras la consigna hay un mensaje político implícito: ya hemos hecho todo lo que teníamos que hacer (las iniciativas reformistas se están frenando a ojos vista), todo es cuestión de esperar. Porque entonces, llegará 2014. Con mucha probabilidad no vendrá acompañado del crecimiento y del empleo anunciado y, entonces, empezará la búsqueda alocada de culpables. Porque no basta la risa de uno, para contagiar optimismo al resto.