Economía «low cost» de calidad. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 5:51 pm

Me decía recientemente el Consejero Delegado de una empresa del IBEX: desengáñate, España será competitiva por costes, o no lo será, ya que un Sillicon Valley, no se improvisa. Llevo demasiado tiempo diciendo lo contrario, pero respeto tanto a quien lo dijo, que el asunto me da vueltas desde entonces en la cabeza, convencido, como estoy, de que se trata de una cuestión crucial para nuestro país aunque el anterior Gobierno la planteó mal al relacionarlo con sectores productivos y el actual, ni se lo pregunta porque no ha pasado de lo urgente a lo importante.

                De forma esquemática se explica que una economía puede competir por precio, o por valor añadido. Por hacer las cosas mejor, o más baratas y que ambos modelos se pueden solapar, pero según cuál sea el predominante, así será el nivel de vida y bienestar del país que sustenta a dicha economía. España ha basado su pasado modelo de crecimiento no solo sobre el endeudamiento, sino sobre la cantidad (incorporación de nuevos factores productivos, como la inmigración) y el precio (ser más baratos que la competencia). Se trataría, ahora, de buscar otro modelo productivo fundado en la calidad, el valor añadido, la marca que actuaran como elementos competitivos sostenibles, en el sentido de que no se agotan al estar todos ellos impulsados por el conocimiento que, colectivamente, es ilimitado. La cuestión no sería “qué hacer”, sino “cómo hacerlo”, no un problema de sectores productivos, sino de vectores de producción. Un crecimiento inteligente no consiste en lo que haces (vino, turismo, ropa, automóviles…) sino en cómo lo haces y si el producto final que presentas tiene  más valor añadido que antes gracias a la incorporación del vector talento innovador como factor de producción. El objetivo no es, como se dijo, “menos ladrillos y más ordenadores” sino que se trataría de tener “más ladrillos con ordenador”.

                Con su observación, mi amigo el Consejero Delegado, puso en cuestión todo este edificio explicativo y propositivo. Ahora, según él, teníamos que dejarnos de “teorías” y volver a las esencias de un país, el nuestro, que solo puede aspirar a sobrevivir mayoritariamente siendo barato, aunque eso no excluya la existencia de excepciones meritorias. ¿Es así? ¿El nuevo paradigma de la competitividad post crisis para España consiste en convertir la actual devaluación interna a la baja, en algo permanente, estructural?

                Reviso mis análisis, recuerdo el principio zen de la no-dualidad y concluyo que no. Pero que la globalización, que tantos esquemas está rompiendo, también ha debido alterar los fundamentos de la competitividad en una economía mundial donde crecen, cada vez más, los espacios económicos extraterritoriales, es decir, aquellos agentes económicos que no se encuentran limitados, en sus decisiones, por constricciones nacionales. Que, hoy, la alternativa entre valor y precio, entre coste y valor añadido está siendo sustituida por una síntesis que podemos llamar “low cost de calidad”, es decir, productos que maximizan la relación calidad precio, que buscan maximizar el valor añadido, pero sin perder de vista minimizar costes. Una economía así, de la que podemos citar muchos ejemplos actuales de producciones que regresan al centro tras malas experiencias en países “baratos”, actúa sobre todo aquello que permite abaratar el producto final, pero sin perder de vista el factor calidad, valor añadido. Quizá el ejemplo más depurado sería el sector del automóvil en España que consigue, año tras año, sacar nuevos productos, a la vez, mejores y más baratos. Y lo dicho vale, también, para amplios segmentos del turismo, textil, alimentación, distribución etc.

                Para fortalecer una economía así, hay que actuar en las dos direcciones a la vez: reducir costes y mejorar la calidad. No es sólo abaratar la producción, a base de empobrecer al país. Por ello, las decisiones a adoptar por las empresas y por los gobiernos que quieran esforzarse por centrar la competitividad en ese nuevo concepto superador son muy distintas de las tradicionales. Mirando los costes, hay que actuar sobre todos ellos: laborales, pero, también, energéticos, financieros, logísticos, organizativos. Pero mirando la calidad, se debe insistir, también, en la innovación en todas sus dimensiones: de producto, de proceso, de mercado.  Una economía así, requiere estructuras de  colaboración vertical diferentes de las tradicionales, un distinto análisis de riesgos, esquemas novedosos de financiación y reforzar la productividad de todos los factores, incluyendo proveedores.

                La más relevante de las reformas estructurales abordadas por nuestra economía en las últimas décadas, la internacionalización de nuestro tejido empresarial, ha sido la punta de lanza de esta transformación que la crisis puede impulsar todavía más. Cuando nuestras principales empresas venden productos en todo el mundo, fabricados en todo el mundo y financiados en todo el mundo ¿Qué podemos ofrecerles como país para que nos sigan confiando parte de sus inversiones y de su creación de empleo? El cambio de paradigma que entraña la nueva economía “low cost de calidad” afecta directamente a las relaciones laborales, pero también a las tareas del Estado, de las políticas públicas y de su financiación si queremos seguir manteniendo alguno de los elementos identitarios de una sociedad del bienestar. Por ejemplo, requiere no solo nuevos modelos de contratación, sino esquemas diferentes de retribución que incorporen, cada vez más, una vinculación explicita entre salarios y beneficios empresariales. O, poner en marcha la tan citada “flexiseguridad” que combina la mayor flexibilidad laboral posible a nivel de empresa, con la mayor seguridad vital del trabajador a nivel de economía y que requiere reformar globalmente todas las actuales políticas sociales. O promover, en serio, el talento en los centros de trabajo. O repensar cómo financiamos las obligaciones de un Estado territorial que debe cuidar a ciudadanos sedentarios en medio de una economía productiva cada vez más nómada.

                Esas son las reflexiones provisionales que puedo ofrecer ahora. Tal vez simples, evidentes o apresuradas. Pero me gustaría que el debate público en España se centrara en este tipo de problemas que afectan a nuestra manera colectiva de producir y distribuir, es decir, de convivir. Pero en directo, no como simulación en diferido.

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