Pocos de ustedes habrán oído hablar del “Carbon Disclosure Project” (CDP), una organización independiente sin ánimo de lucro que persigue transformar la manera en que se hace negocios, con el objetivo de combatir el cambio climático mediante la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Trabaja con cientos de empresas, inversores y ciudades de todo el mundo, midiendo, recopilando y publicando datos e información relevante que refleja los compromisos y realidades conseguidas en la transición hacia una economía baja en carbono. Las empresas colaboran voluntariamente, convencidas de la importancia de convertir en oportunidades los riesgos asociados al cambio climático, así como de que la transparencia permitirá a inversores y consumidores adoptar decisiones más racionales.
El informe del CDP para Iberia 2012, elaborado por ECODES con la colaboración de PwC, se presentó la semana pasada con resultados agridulces en lo relativo a España: por una parte, las 51 empresas, de entre las de mayor capitalización bursátil, que respondieron, mejoraron su nota respecto al año pasado al haber reducido sus emisiones e incluso, acortaron distancias con las 500 principales empresas mundiales analizadas. La mayoría de nuestras grandes empresas transnacionales no encuentran incompatible mejorar su rentabilidad, con adoptar medidas que reduzcan su consumo de carbono. Por ello, se toma en serio la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y adoptan estrategias de investigación y de negocio en ese sentido. Por otra parte, el número de empresas que responden y participan en el análisis no se incrementa apenas, apuntando la idea de que dicho compromiso, convertido en oportunidad de negocio, todavía no está interiorizado por una parte importante de nuestro tejido empresarial. Podríamos decir que aquellas que lo prueban, repiten y mejoran, pero que todavía hay muchas empresas españolas recelosas de asumir y publicitar medidas de reducción de emisiones de gases de efectos invernadero a pesar de que cada vez hay más fondos de inversión que incluyen este factor entre sus criterios de financiación.
Algunas empresas dicen que la crisis económica ha cambiado sus prioridades y que la inversión en medidas de reducción de emisiones ha pasado a segundo plano, en línea con algunos gobiernos que parecen aprovechar también la recesión para justificar sus incumplimientos respecto a los objetivos de reducción comprometidos. Es por ello, quizá, que la Organización Meteorológica Mundial acaba de señalar 2011 como el año de mayor concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, a pesar de que científicos convocados esta vez por el Banco Mundial han vuelto a señalar como muy robusta la relación entre emisiones y calentamiento global del planeta, así como entre este y la evidente agudización, en frecuencia e intensidad, de fenómenos como sequías, huracanes, deshielo de casquetes polares etc.
Si algún asunto constata la ausencia de adecuada gobernanza de problemas globales que no pueden resolverse con decisiones adoptadas con base nacional, es el calentamiento del planeta. Da la impresión de que, al contrario que hacen la mayoría de las mejores empresas mundiales, los países se han dado un peligroso descanso en el tránsito hacia una economía baja en carbono y que cada vez es más difícil alcanzar el objetivo establecido en Kyoto de limitar el aumento de la temperatura media a 2ºC, considerado el máximo compatible con el control de los efectos negativos globales. Y esto parece asociado a una interpretación equivocada de lo ocurrido desde la Cumbre de Copenhague donde la actitud de China hizo imposible un acuerdo sumiendo, desde entonces, al mundo empresarial en una grave incertidumbre respecto a las normativas aplicables, al menos, hasta saber lo que ocurre en las negociaciones de Doha en marcha estos días.
Muchos expertos señalan que la oposición de China, el mayor contaminador mundial hoy, a un acuerdo eficaz de reducciones, no responde a una falta de compromiso con el objetivo sino a una necesidad de ganar tiempo hasta que sus multimillonarios planes de inversiones en energías renovables y en innovación reductora de las emisiones les permita situarse a la cabeza mundial en estas tecnologías, aventajar a la mayoría de países y convertirlo en una ventaja competitiva, momento a partir del cual será la primera en exigir a otros acuerdos drásticos de reducción. Y aquellos países que hayan leído mal la jugada aprovechándola para abandonar sus compromisos, se encontrarán, entonces, en peor situación para hacer frente a las nuevas exigencias impulsadas por una nueva China “verde y ecológica” capaz de volvernos a cambiar el paso tras haber hecho compatible, en ese momento, crecimiento con economía baja en carbono.
Podemos decir, por tanto, que una salida falsa a la crisis es aquellas que permite relajar los compromisos nacionales con la reducción de emisiones de efecto invernadero y con las inversiones en I+D. Y ahí se encuentra España que, a pesar del estancamiento experimentado en los años de crisis por el parón en la actividad industrial y de transportes, excede en un 15% los compromisos asumidos en Kyoto para este año. Y, por la información conocida gracias al CDP, no se ha debido a la actuación de las mejores empresas, las más competitivas, las más rentables, las más capitalizadas, hasta el punto de que nos encontramos en una situación en la que el grupo puntero de empresas reduce emisiones mientras que el resto, no lo hace, o incluso las incrementa, por el menor impulso y compromiso gubernamental, como muestra la política respecto al carbón nacional o los vaivenes con el marco regulador de las energías renovables.
Gracias a los datos proporcionados por el CDP sabemos que la mayoría de las mejores empresas mundiales, incluidas las españolas, evidencian con su comportamiento tres cosas: que la lucha contra el cambio climático no puede ser, sólo, un compromiso de los Gobiernos y de los ecologistas. Segundo, que es posible generar valor empresarial a través de la gestión del cambio climático y la sostenibilidad, incluso en tiempos difíciles. Tercero, que no es cierto que exista incompatibilidad entre crecimiento y reducción de emisiones, siempre que apostemos por un modelo de crecimiento inteligente como están haciendo ya las mejores empresas mundiales.