La economía no es una ciencia, pero sí un conjunto articulado y sistemático de saberes sobre cómo funcionan e interactúan aquellos aspectos de la actividad humana relacionada con la producción y distribución de bienes económicos. Nos permite, por tanto, predicciones muy condicionadas por circunstancias cambiantes, entre las que desempeña un papel fundamental el estado de ánimo de los agentes. Aunque no todos los economistas están de acuerdo, simultáneamente, sobre las mismas cosas, si existe amplio consenso sobre muchos asuntos fundamentales, alcanzado tras estudios empíricos, análisis histórico y debates científicos.
A veces, como ahora, algunos de esos consensos económicos se contradicen con las posiciones defendidas por los que toman las decisiones políticas, razón por la cuál, conviene evidenciarlo para evitar que se sigan adoptando, supuestamente con aval experto, medidas que afectan gravemente al futuro de muchas personas y que, en realidad, se adoptan por razones ideológicas que no se quiere explicitar. A eso llamaremos falacias y no dejan de serlo por mucho que haya gente a favor, de la misma manera que la existencia de personas que sigan creyendo que el sol gira alrededor de la Tierra, no equipara esta posición a la razón científica.
Primera falacia: la austeridad trae crecimiento. Los países periféricos del euro, sometidos a complejos procesos de sobreendeudamiento, público y privado, deben sin duda, efectuar curas de adelgazamiento que fomenten un ahorro que permita devolver los préstamos contraídos. De acuerdo. Pero dejando al margen el debate sobre los ritmos y los plazos del proceso, someter a un país a un proceso intenso de austeridad, no es, como se dice, condición necesaria para crecer luego. En economía, existe consenso sobre que un recorte del gasto global, hace caer la demanda agregada y deprime la actividad. Es la paradoja de la austeridad: un anacoreta, viviendo de bayas y frutos silvestres, puede ser incluso un hombre santo, pero si todos fuésemos anacoretas, nuestra renta per cápita se hundiría porque las empresas quebrarían. Puede que ello nos hiciera más felices, pero no proporciona crecimiento. Por tanto, si estas muy endeudado, en una primera fase es necesario ajustar gastos. Pero de ello no se derivará, de forma automática, mayores ingresos posteriores (crecimiento). Y sin generar mayores ingresos (crecimiento), es imposible que solo a base de apretarse el cinturón se pueda hacer frente a deudas tan cuantiosas como las que tienen empresas, familias y estado ya que la capacidad de ahorro depende, sobre todo, del nivel de ingresos. El centro de estudios del BBVA ha calculado que por cada punto de reducción del déficit en España, el crecimiento se recorta en 0,5 décimas, similar a los 0,7 que calculó FUNCAS. Así, rebajar el déficit será necesario, pero deprime la economía, no genera crecimiento, como sostiene la falacia defendida por algunos en base a teorías pensadas en otros contextos según las cuales existen los “ajustes expansivos de gasto”.
Segunda falacia: si no hay dinero público, no pagamos por la crisis bancaria. En el centro de esta crisis ha estado el sistema financiero mundial, con su capacidad extraordinaria para generar deudas sofisticadas, burbujas especulativas, activos tóxicos y riesgos por insolvencia. La quiebra de algunos bancos y el rescate organizado por todos los gobiernos afectados, de cualquier signo político, ha desatado en muchos la idea de que como los bancos son “ricos” y muchos de ellos han estado dirigidos por criterios que han resultado gravosos para el conjunto de la sociedad, deberíamos dejarlos caer a estos, sin ayudas, para que purguen sus culpas. Como si su caída fuese gratis o no nos arrastrasen a todos. Tenemos que separar la exigencia de responsabilidades a los gestores, asunto sobre el que en España se ha ido poco lejos en comparación con otros países, con la defensa del papel que las entidades financiera desempeñan en una economía moderna. Si los problemas de liquidez y solvencia de las entidades bancarias provocan una sequía de crédito como consecuencia, eso afecta a todos ya que genera cierre de empresas y paro. Los que creemos que el Estado debe de intervenir en la economía para contrarrestar los fallos del mercado y en defensa del interés colectivo no podemos negarnos a regular, ni a reconocer que inyectar dinero público en bancos, puede ser, en determinadas circunstancias, la solución menos mala desde el punto de vista de la eficiencia y la equidad, aunque exija fuertes impuestos a las ganancias cuando las hay. No hacerlo, resulta mucho más caro ya que significa continuar empantanados en una crisis por falta de crédito o poner al sistema al borde de la quiebra global como estuvo a punto de suceder cuando se dejó caer Lehman.
Tercera falacia: sin moneda propia, no se puede devaluar. De una crisis como esta no se sale sin ajustar costes a la baja. Repito, no se sale sin mejorar competitividad mediante todas sus rubricas, pero también, rebajando costes que es lo que tiene un impacto más directo y rápido. No poder hacerlo devaluando el valor de la moneda no significa que no se deba hacer, o mejor dicho, que no se haga. De hecho, el paro y la bajada de sueldos son dos maneras prácticas de devaluación interna. Pero socialmente más injustas y perjudiciales que si hacemos un proceso ordenado de rebaja de costes empresariales sustituyendo carga fiscal sobre el trabajo (cotizaciones sociales) por otros impuestos sobre hechos imponibles que no afectan a la competitividad de los productos (IVA, renta y riqueza). En este caso, como en el de la banca, el problema existe y la solución se encuentra de una manera o de otra. Pero de nosotros depende que sea socialmente mas injusta o menos en función de que lo hagamos consciente y ordenadamente, o no.
Después de constatar que la luz que se veía al final del túnel era el temido tren que venía en sentido contrario, el problema no se evapora por mucho que cerremos los ojos o nos enzarcemos en discusiones sobre quien nos metió en el túnel y quien corrió hacia la luz. Necesitamos cabeza fría, racionalidad, pactos y desechar falacias.
14.05.2012 a las 23:53 Enlace Permanente
Está claro que la austeridad no implica crecimiento, más bien al contrario. La cuestión es si estamos llegando a un punto en que austeridad no es una opción puesto que cada vez hay menos ingresos, más gastos y financiarse cuesta más. ¿como hemos llegado a este punto?
Hemos pasado, en cuatro años, de ser “el sistema financiero más sólido del mundo” según Zapatero a estar prácticamente intervenidos. De un superávit del 2,5% en 2007 a un déficit público del 8,5 % en 2011; la deuda en relación con el PIB fue el año pasado del 68,50%, es decir, ha pasado en esos cuatro años de 380 mil millones de euros a 735 mil; la tasa de paro se ha duplicado y en cuanto a renta per capita, estamos por debajo de Italia y el diferencial con Francia lejos de enjugarse ha aumentado. Viendo esas cifras, ¿que políticas hizo ZP? ¿primero expansivas y luego austeras? ¿Y ahora Rajoy? ¿Solo recortar? ¿Saben nuestros políticos adonde vamos? Lo dudo.
http://pollo-sincabeza.blogspot.com/2012/05/el-sistema-financiero-mas-solido-del.html
16.05.2012 a las 13:44 Enlace Permanente
Buenos días, Jordi,
Llevas/llevamos clamando que se reordene la presión fiscal e impositiva, desde hace más de una década.
La recaudación impositiva es necesaria, y debe tender a la equidad.
Las transferencias de riqueza entre clases o grupos sociales, se ha difuminado, o más bien, se ha resquebrajado. Los ricos, lo son mucho más, y por el camino han quedado aspirantes a ello, y algunas personas que desconocían su verdadera naturaleza.
Las clases medias, seguimos siendo el grueso del pelotón, y entre la cabeza y el final, se produce un adelgazamiento y estiramiento del pelotón, como cuando se sube un puerto de montaña.
Los derramages son continuos, y los desfallecimientos (pájaras) cada vez más frecuentes.
A pesar de todo, seguimos viendo vehículos de alta gama, con matriculaciones muy recientes. El dinero retoma posiciones, refugiándose en valores seguros: compra arte, compra oro, compra joyas, compra deuda pública europea, compra inmuebles cuando considera que ya ha depreciado suficientemente su precio inicial, manteniendo su valor intrínseco. Y sigue recogiendo plusvalías, a través de sus sicav, o a través de su negocio.
Alguno echamos en falta una rebaja de los privilegios salariales y dinerarios que se auto-conceden la banca y las cajas (créditos a interés cero, pagas de ¿beneficios?, reparto de dividendos, rebaja de indemnizaciones por fin de relación de directivos, vehículos de empresa, yates de empresa, chalets de empresa, …).
El dinero del Banco Europeo, lo utilizan para sanear sus cuentas y solo en último caso, conceder créditos con un diferencial de más del 12 %.
Austeridad, sí. Racionalización también.
Quienes criticaban con crudeza los intentos de reconducir la acción contra la gran crisis que se nos había venido encima (y también producido o generado), ahora actúan mucho más descontrolados, y dando bandazos, como elefante por cacharrería, destrozando todo lo que ideológicamente, les parece contrario a su intereses.
- amplían las ratios de aula/alumno, con lo que la calidad en la escuela pública, se deteriora, y sólo beneficia a la ‘privada concertada’ que a igual coste, incrementa en el mismo o mayor porcentaje sus beneficios (al ya estar subsumidos en el criterio anterior los costes fijos).
- Eliminan unidades sanitarias y efectivos en los centros de salud y hospitales (caso Alzira o Denia – con Gestión Privada-) en los que sobre haber acordado con la administración un presunto precio justo de ‘concesión administrativa’, ahora se descuelgan reduciendo muy interesadamente sus costes, e incrementando más si cabe sus pingues beneficios. Tal vez intentando con ello, compensar la mora en el pago de la Administración Autonómica.
Seguimos sin atajar de una vez una verdadera Ley de Incompatibilidades, en la que restrinja ese cruce de intereses a la hora de planificar y gestionar los recursos públicos. Ya está bien de las muchas excepciones que se auto-adjudicaron quienes en su día pactaron la ley: profesionales liberales (abogados, médicos, farmacéuticos, ingenieros, arquitectos,…), profesores y maestros, … Está más que demostrado que no tienen el don de la ubicuidad, y por tanto difícilmente podrán atender adecuadamente sus responsabilidades profesionales, o sus cargos públicos, estando en más de un puesto a la vez.
Tal vez así, se programarían más racionalmente los quirófanos, las citas y listas de espera, las compras de material, la evacuación de informes, etc…
¿Quién se responsabiliza política y económicamente por la creación de toda esa serie de sociedades y fundaciones opacas, que al olor del dinero público se han creado desde hace años, actuando como parásitos y rémoras, y que hoy por DECRETO desaparecen ante al absurdo de su existencia, y la insostenibilidad del lastre presupuestario que suponían. ¡Cuan estómago agradecido va a tener que operarse un balón gástrico!.
Bon apetit!!!
Enric Doménech