No es lo mismo, pero este año he tenido que leer las intervenciones del Debate sobre el Estado de la Nación porque no pude seguirlo en directo. Y, la verdad, no me han quedado claras ni las razones por las que el Presidente quiere agotar la legislatura, ni para qué quiere el líder de la oposición que se adelanten las elecciones. Sigo teniendo la impresión de que juegan una partida exclusiva, a la que no estamos invitados los demás. Con más crisis o con menos, con prima de riesgo subiendo o bajando, con protestas o sin ellas, con acuerdo social o con huelgas generales, con resultados autonómicos y locales en un sentido o en otro, parecen encerrados ambos con su único juguete, ajenos a lo que ocurre a su alrededor y evidenciando el agotamiento de una manera de entender la política que es, precisamente, lo que ha indignado a muchos españoles, aunque no todos hayamos acampado en las plazas públicas.
Dice el Presidente que tenemos una recuperación económica leve, pero un paro elevado y que el sector exterior se fortalece, pero que la demanda interna se encuentra débil, como si fueran problemas de magnitud comparable cuyo resultado se pudiera expresar así: exportaciones bien, consumo de las familias mal, empate. Y se reafirma en la tripleta de tareas que, se supone, justifican el agotamiento de la legislatura: reformas, para acelerar la transición de nuestro modelo económico, consolidación presupuestaria para merecer confianza externa y cohesión social, para repartir con equidad los costes de la crisis.
El problema es que, muchos, no vemos ninguna de estas cosas en su acción de gobierno, ni en el resto del discurso donde se limita a proponer una culminación de lo ya empezado, pero sin que se pueda detectar esas reformas audaces que le reclamaba hace pocos días el FMI. Nada que se aproxime a una devaluación interna que nos permita absorber la crisis de competitividad, ninguna medida para reactivar el crédito a empresas y familias resolviendo el problema de los activos inmobiliarios dudosos, cero mención a reestructuración presupuestaria del gasto, sus límites y nuevos esquemas de financiación, en la línea apuntada por Obama: que paguen más los que más tienen. Lo siento, Presidente, pero como le va a pasar al candidato Alfredo P., no encuentro razones en el discurso que sustenten la afirmación de que “no vamos a perder esta generación de jóvenes en nuestro país” y que justifiquen “llegar hasta el final”, si es al estilo parlamentario de la reciente Ley sobre reforma de la negociación colectiva.
Tampoco entiendo cuales serían las soluciones diferenciales con las que espera sorprendernos el líder de la oposición, si la dirección del viento le lleva hasta la playa de la Moncloa. Mamporros, ya ha quedado acreditado que sabe dar y tampoco esta vez se privó que para eso, como toda figura que se precie, debe ser fiel a su afición. Pero más allá de estar convencido de que en España hace falta “una confianza nueva que sepa elaborar un plan y despejar el horizonte” para conseguir “una política eficaz”, su fórmula económica, cuya rápida aplicación reclama insistentemente mediante elecciones anticipadas, sigue siendo tan secreta como la de aquella famosa bebida refrescante. Y la cosa es grave porque en este debate, el líder de la oposición ya ha reconocido que “no diré que baste con renovar el gobierno para solucionar los problemas. No basta”. ¿Entonces, que va a hacer si gana las elecciones? ¿Convocar a un grupo de expertos de FAES para que le digan lo que tiene que hacer? La derecha portuguesa está aceptando, después de ganar las elecciones, un plan de ajuste impuesto por la “troika”, mucho más duro que aquel que no votó al gobierno socialista provocando elecciones anticipadas y la intervención exterior. Es decir, el resultado ha sido peor para los portugueses, aunque no para el líder de la oposición convertido, ahora, en primer ministro.
Llegados a este punto, me pongo el gorro de ciudadano normal y llego a la conclusión de que, una vez más, aquello que obsesiona hoy a la clase política y adláteres (tertulianos, analistas etc) nada tiene que ver con lo que preocupa a los empresarios, trabajadores, universitarios, amas de casa, parados etc. Y aplico aquel aforismo chino de gato negro o gato blanco, lo importante es que cace ratones para decir: hagan las elecciones ahora, o luego, gánenlas uno u otro, pero por favor, pónganse a trabajar ya en una salida pactada al bloqueo en que han metido al país, tras años de enfrentamientos partidistas en todo el terreno de juego. Tenemos que cambiar el paradigma con que analizamos la situación, la perspectiva de la que hablaba Ortega y Gasset, si queremos entender lo que nos pasa (indignados incluidos) y reconocer que no podemos seguir como si no pasara nada extraordinario, porque sí ha pasado.
Desde posiciones más a la izquierda y más a la derecha, desde visiones más nacionalistas y menos basadas en identidades colectivas, sin eliminar las alternativas, pero con la voluntad de encontrar puntos de acuerdo entorno a un programa de cambio que abarcando la política anti-crisis, la consolidación del Estado federal, la ley electoral, la innovación empresarial o las reglas equilibradas del merado laboral, permitan al país dar un salto adelante que nos haga salir rápido del bache actual y retomar una senda de progreso y profundización democrática, como la experimentada desde los Pactos de la Moncloa de 1977.
No son las fuerzas ciegas de la historia o del mercado, las que guían nuestro destino colectivo. Aprovechemos que por primera vez los movimientos de protesta que ha habido frente a la situación han sido mayoritariamente pacíficos y en demanda de más y mejor democracia para encontrar soluciones desde el consenso y no desde la fractura. Lo contrario, nos acercaría a la situación de aquellos países europeos donde, confundiendo medios con fines, están haciendo bueno aquel viejo chiste que decía, la operación ha sido un éxito técnico, aunque el paciente ha muerto. Pues eso.
11.07.2011 a las 23:43 Enlace Permanente
Estamos muy jodidos y en gran parte la culpa la tienen vdes. por irresponsables, por haber gastado lo que no teníamos por comprar votos a 400 euros, por hacer trenes de lujo para lo que pueden pagarlos, por dilapidar nuestros impuestos entregando dinero de nuestros impuestos a ayuntamientos corruptos, por vendernos como panacea el autogobierno que consiste en que cada reyezuelo regional o nacional (perdón) hace lo que le da la gana sin control. Estamos jodidos y hartos. Porque además de los indignados, estamos los hartos que no somos los mismos aunque en muchas cosas estemos de acuerdo.