No, no se trata, otra vez, de aquellas dos Españas que, como dijo el poeta, han de helar el corazón a los españolitos que vienen al mundo. Ni tan siquiera, de encorsetar en un esquema simple, reduccionista y excluyente, como izquierda y derecha, toda la pluralidad de opiniones, principios y valores existente en una sociedad compleja y con problemas nuevos como la actual. Se trata de diferenciar entre aquella parte de la economía española que ya está lista para el despegue, de aquella otra que todavía no ha concluido su fase de ajuste. Y creo interesante hacerlo porque la existencia destacada de ambas situaciones empieza a confrontar con una política económica monocorde y lineal que puede acabar hundiendo las posibilidades de recuperación, en medio de una austeridad mal entendida.
Los países no son homogéneos y, por tanto, simplificamos mucho cuando hablamos, agregando, de crisis, recuperación o endeudamiento, ya que no todos viven por igual estas situaciones. Se ha dicho ya que las crisis económicas fragmentan en tres partes a los ciudadanos: quienes apenas la padecen por tener sus ingresos asegurados, quienes la sufren porque sus ingresos se resienten por la pérdida de empleo de un miembro de la unidad familiar, por ejemplo, pero pueden capearla con sacrificios, haciendo restricciones en sus gastos y aquellos a quienes les afecta de pleno al perder sus ingresos y pasar a depender de los servicios de asistencia públicos o privados.
Sin embargo, se encuentra menos estudiada la situación dual en los inicios de salida, entre unas empresas y familias que ya han hecho la adaptación a la crisis, estando prestas a consumir e invertir de nuevo y otras, que siguen ancladas en la recesión, donde la lógica del ajuste todavía tiene recorrido.
Esa realidad dispar no puede abordarse con la misma receta de política económica. Sobre todo, si se trata de una receta equivocada. Me explico, si aplicamos, en exclusiva, políticas recesivas, no sólo no saldremos de la recesión donde hace falta salir, sino que conseguiremos una recesión donde ya no existía.
Si hemos vivido una crisis de sobreendeudamiento, sólo podremos salir de la misma gastando menos de lo que ingresamos, es decir, ahorrando, para devolver los préstamos. Pero ni esta es la situación de todos en la sociedad, ni la única manera de devolver lo prestado es recortando gastos, sin explorar las posibilidades de incrementar, también, los ingresos, trabajando más. Si pierdo el trabajo porque no puedo ir más que en coche y para ahorrar, he suprimido el coche, habré cometido un serio error.
La paradoja de la austeridad es un clásico en economía, incluso sin necesidad de ser keynesiano. Pero la experiencia histórica ofrece suficientes ejemplos de los graves problemas de imponer un proceso acelerado de transferencia inversa de rentas desde el deudor al prestamista, como para evitar repetirla. Citaré tres: el primero, las reparaciones reclamadas a Alemania por los vencedores de la I Guerra Mundial que provocaron, primero, la hiperinflación de Weimar mientras hubo créditos extranjeros para pagarlas y un paro masivo, antesala del nazismo después, cuando aquellos finalizaron. El segundo ejemplo puede ser la crisis de la deuda externa de América Latina en los años 80 del siglo pasado que finalizó con importantes quitas y pérdidas entre los prestamistas y la llamada década pérdida en un continente sometido a severísimas políticas recesivas impuestas por el FMI. El tercero, del que todavía no sabemos el resultado final, podría ser Grecia, “rescatada” hace un año por la Unión Europea y enfrentada, ahora, al riesgo de sufrir un proceso de “quiebra ordenada” de su economía por haber pretendido exprimir el limón del ajuste, más allá de lo razonable.
Es obvio que no predico el impago de las deudas. Pero sí, una estrategia inteligente que convierta al factor tiempo en un aliado positivo, como ocurre cuando las entidades financieras necesitan varios ejercicios para asumir en balances pérdidas importantes por activos tóxicos. Ello exige medidas de política económica mucho más sofisticadas que las derivadas de la brocha gorda del recorte del gasto, la reducción del déficit o la rebaja de salarios, en medio de una precarización de las condiciones laborales y un incremento en las desigualdades sociales.
Pero entre el Banco de España, avalando a los grandes bancos en su proclama en favor de dos años más recortando el crédito a familias y empresas para reducir su nivel de endeudamiento y la Vicepresidenta económica, anunciando una reducción adicional del déficit hasta el 2,4% del PIB para 2014, el mismo día que el paro se acercaba a los cinco millones de personas, las perspectivas no pueden ser más depresivas, porque sin crédito y sin gasto público activo no hay consumo, ni inversión, ni creación de empleo, ni reactivación de la economía por mucho que empujen las exportaciones y el turismo. Y sin ingresos –reactivación-, resultará más difícil devolver los préstamos.
El Ministro de Trabajo se ha apuntado esta semana a la tesis de la dualidad, cuando ha señalado que sin la situación de la construcción, nuestra economía estaría preparada para volver a crear empleo neto. Pero no saca las conclusiones adecuadas de este reconocimiento de una dualidad distinta de la aquí señalada, pero dualidad al fin y al cabo, entre una España dispuesta a la recuperación y otra España que languidece de ajuste: necesitamos otra política económica que, a la vez que impulse adelante a los sectores preparados para empezar a crecer, ayude a salir de la recesión al resto.
Una política económica que actúe a corto plazo sobre los factores de coste y de competitividad de las empresas, la reactivación selectiva del crédito y el activismo presupuestario inteligente. Y que, a medio plazo, aliente las reformas estructurales pactadas necesarias para que el nuevo impulso de crecimiento se fundamente en vectores sostenibles como la innovación, la internacionalización y la economía del conocimiento, aplicados a todos los sectores de nuestra economía. Incluida la construcción. Porque la realidad de esta “España dual”, no se arregla desde las trincheras, hoy imaginarias, de “las dos Españas.”