Desconfío de la gente que lleva la misma ropa haga frío o calor. Manifestarse insensible a las condiciones cambiantes del entorno es una cualidad deseable para los budistas, como para los estoicos, desde el punto de vista de forjar el carácter y conseguir la paz espiritual. Pero resulta desastroso para quien aspira a resolver problemas reales y no sólo a soportarlos. Captar el pulso volátil de la realidad, en cada momento, y ajustar las políticas a las necesidades móviles de la vida es, sobre todo en épocas turbulentas como ésta, la diferencia fundamental entre un estadista y un funcionario del FMI aplicando su receta universal.
Cuando en una carretera llegamos a un tramo de curvas, no sólo debemos rebajar la velocidad a la que circulamos, sino que también debemos girar el volante hacia un lado y hacia el otro para seguir el trazado. No hacerlo significa salirse de la vía, con riesgo de sufrir un serio accidente que nos impida llegar a nuestro destino.
Esta semana hemos entrado en zona de curvas, tanto en el proceso de construcción de la Unión Económica Europea, como en la económica española. Y se impone un cierto giro de volante en la política económica a ambos niveles, si no queremos salirnos del tímido camino de recuperación emprendido.
En el ámbito europeo, la canciller Angela Merkel está próxima a cometer con Grecia, Irlanda y Portugal el mismo error que los aliados cometieron al finalizar la Primera Guerra Mundial. En el Tratado de Versalles de junio de 1919, se impuso a Alemania fuertes sanciones por haber desencadenado la guerra y no menos severas reparaciones económicas en concepto de indemnizaciones por los daños causados. Son muchos los historiadores (Keynes, el primero) que han señalado este hecho como un error por dos razones: primero, por la imposibilidad material de proceder al pago de las cifras impuestas, aun a pesar de la fuerte depresión económica en que las reparaciones hundió al país. Segundo, porque ello fue el caldo de cultivo en que floreció el nazismo hitleriano.
Pues bien, salvando todas las distancias, los planes de ajuste impuestos por Alemania a los países periféricos del euro, bien directamente, bien a través de los mercados o del fondo de rescate, corren el riesgo de ser de imposible cumplimiento al generar una parálisis económica y social de tal magnitud que no sólo convierte en inútil cualquier intento de devolver los préstamos, sino que además incrementa la percepción de riesgo de los mercados, entrando en un círculo vicioso de difícil solución. No se debe apretar más la tuerca a países que están cumpliendo razonablemente bien los durísimos planes de reajuste pactados.
Al escribir esto, desconozco el resultado final del Consejo Europeo del viernes y sábado. Pero espero que se haya girado el volante alemán en el sentido de aprobar las mejoras propuestas por la Comisión Europea en el fondo de rescate, a cambio de avances en la armonización económica europea. Ello sería un golpe a los afanes especuladores de los mercados, un respiro para las posibilidades de recuperación de las economías más débiles del euro y un paso hacia la clarificación de la situación real de la banca alemana.
Por su parte, la situación española requiere, también, un cierto giro de volante en nuestra política económica, para adecuarse a las nuevas realidades y necesidades. Los datos publicados por el Banco de España sobre la situación de las entidades financieras alejan el temor a una intervención, pero también las posibilidades de recuperación del crédito a familias y empresas a lo largo de este año. Mientras, seguimos sin absorber mediante una devaluación interna (una rebaja de costes) los efectos de la crisis sobre la competitividad del país.
Con ello, los dos principales problemas que limitan las posibilidades de una recuperación, siquiera lánguida, de la actividad y el empleo siguen presentes, inmunes a las políticas hasta ahora aplicadas. Las posibilidades de sufrir un bache, este año, en la actividad económica, crecen por momentos, conforme la destrucción de empleo puede que no haya finalizado, por el riesgo creciente de una nueva ronda de cierres empresariales. Ante ello, se propone, desde determinados sectores, la necesidad de rebajar salarios a través de confusas fórmulas que los desligan del IPC, justo el año en que este vuelve a repuntar, unido a alteraciones sustanciales (y sesgadas) del mecanismo de negociación colectiva que sólo tienen una finalidad: reducir la capacidad negociadora de los trabajadores y, por tanto, hacer más fácil la rebaja generalizada e impuesta de salarios en todos los ámbitos.
Si bien creo conveniente vincular el crecimiento de los salarios reales a alguna fórmula consensuada de evolución de la productividad, así como creo necesario reformular, de manera equilibrada, el pesado e ineficaz sistema de negociación colectiva actual, no creo que deban hacerse con el exclusivo objetivo de rebajar salarios, porque esta sería una salida errónea a nuestra crisis, además de socialmente injusta.
Girar el volante, aprovechando las nuevas demandas europeas a España sobre reformas pendientes, significa: incluir cláusulas de liquidez crediticia, y no sólo de solvencia, en la restructuración en curso del sistema financiero español; rebajar costes laborales no salariales como son los energéticos y las cotizaciones sociales, y reformular las políticas de innovación, investigación universitaria y emprendimiento, para dar un salto cualitativo hasta alcanzar una masa crítica suficiente, porque es por ahí por donde debe venir nuestro nuevo posicionamiento competitivo internacional: por hacer las cosas mejor y no por hacerlas más baratas.
Ni han pasado las horas difíciles en España, ni los tiempos de reformas se han agotado. Pero debemos hacerlas desde un posicionamiento distinto, persiguiendo, ya, otros objetivos y utilizando, ahora, otros instrumentos. No estamos al final de ningún camino. Ni tan siquiera, al final de ninguna etapa en la carrera contra la crisis. Pero soslayar el bache hacia el que nos acercamos, de no hacer nada, exige un cambio de énfasis, un giro en la política económica que devuelva el protagonismo al crecimiento y a la creación de empleo. Con permiso de Alemania, eso sí.
15.03.2011 a las 14:35 Enlace Permanente
Es una pena que por no estar unidos los socialistas europeos el gobierno conservador de un solo país imponga su voluntad, su ideología y su doctrina al resto de países con las acertadas consecuencias que señalas en tu post…
15.03.2011 a las 22:11 Enlace Permanente
Quién sabe, a lo mejor nos hacemos alemanes y dejamos de echarnos siestas y jornadas ineficientes de 12 horas.
16.03.2011 a las 18:08 Enlace Permanente
Estimado Jordi:
Por fin he podido leer tu artículo de fecha 28.01.11., sobre salarios, productividad y euro, y excluyendo algunos puntos del mismo que a continuación paso a exponer, como conjunto lo he encontrado de lo más acertado.
Con respecto al primero de ellos, dices: “Una estrategia sostenible de construcción económica en Europa, debe marcarse como objetivo la reducción gradual de las actuales diferencias en renta, riqueza y bienestar entre los países del euro. Ello exige estrategias nacionales armonizadas para mejorar la productividad de los países relativamente más atrasados, ya que la renta real solo mejora de forma continuada si lo hace la productividad.”
A este respecto, lo que no logro asimilar en lo que expones es que si la mejora de la productividad sólo es posible si las condiciones laborales, las innovaciones, la tecnología, la capacidad emprendedora de los empresarios, etc, permiten a los trabajadores crear de una manera mucho más eficiente, e incluso mejorada, los productos y servicios que se hayan de ofertar en el mercado, ¿cómo vamos a imputarles a éstos (y consecuentemente establecer en función de la misma los salarios que hubieran de percibir), si el establecimiento de esta metodología escapa a las funciones que los mismo tuvieran que desarrollar?. En mi pasada intervención mencioné que si según la Dirección General Ecfin de la primavera del 2009, los costes salariales en términos reales que en 1980, en Alemania y en España fueron valorado en términos relativos como 100, en 2008 cayeron en la primera al 86,4 y en la segunda al 81,9; es decir, tanto en un país como en otro, la supuesta mejora de la productividad que transcurrió a lo largo de esos años no se tradujo en una mejora de la capacidad adquisitiva de los trabajadores. Sobre todo si tenemos en cuenta que según estas mismas fuentes, si las retribuciones del trabajo fueron en Alemania en 1980 un 70,4, del PIB y en España, un 72,3; en el 2008 alcanzaron un 62,5 y un 60,2 respectivamente. Si es cierto que hemos de marcarnos como objetivo una reducción gradual de las actuales diferencias en renta, riqueza y bienestar entre los países del euro, con las actuales políticas económicas neoliberales no lo estamos consiguiendo. Es de entender que el capital, a tenor de la profunda crisis que ha generado (principalmente a través de una ingeniería financiera), vea mermados sus beneficios. Pero la solución a mi entender no está en recurrir a unas exacciones salariales que ineludiblemente habrá de reducir aún más sus entradas. La solución entiendo que se encuentra en, como tú bien dices en tu artículo de fecha 15 de los corrientes, en cambiarnos la ropa en función de la temperatura. Y en épocas como las que estamos atravesando, posponer la pretensión de maximizar beneficios a la espera de, con ello asegurar los que se hayan de generar mañana. Pero esto es algo que, al igual que me pasó a mí en las primeras líneas de este párrafo, no creo que el capital lo encuentre muy asimilable. A mi entender hay otras soluciones; pero éstos son demasiado complejas como para tratar de estructurarlas en lo que sólo pretende ser un comentario.
de Gregorio