Esta semana pasará a la historia como aquella en que se cometió el tercer error en la lucha contra la mayor recesión económica de la historia reciente de España. El primero, reconocido por el Presidente, fue tardar demasiado en aceptar la existencia de la crisis. El segundo, señalado por los mercados financieros internacionales, creer que se podía hacer frente a una crisis sistémica, mediante una concatenación de paquetes de medidas sobre asuntos periféricos. El tercero, cometido esta semana, consiste en equivocarse sobre cuales son las reformas estructurales prioritarias ya que ni son las dos impulsadas – pensiones y cajas de ahorro – ni su contenido debería de haber sido el finalmente acordado.
Cuesta mucho establecer una conexión evidente entre privatizar las Cajas de Ahorro, alargar, dentro de varios años, la edad de jubilación y, por ejemplo, una de nuestras principales preocupaciones como es reducir ese 43% de jóvenes que queriendo trabajar no pueden. Es decir, aún si estuviéramos de acuerdo con el contenido de ambas reformas (más adelante explicaré mis diferencias), no parece que ninguna de las dos sean el instrumento prioritario y urgente para hacer crecer nuestra economía por encima de los grises augurios que ha pronosticado recientemente el FMI para este y el próximo año.
Los mercados como excusa
La comisión parlamentaria del Pacto de Toledo encaminada a revisar nuestro sistema de pensiones se creó mucho antes de que la crisis económica estuviera implantada como realidad en nuestro país. Dicho de otra manera, aunque no hubiéramos sufrido esta recesión, todo el mundo había aceptado modificar las condiciones fijadas para nuestras jubilaciones marcadas por la evolución de la demografía y no tanto por la coyuntura, en un asunto que se analiza y se decide en plazos temporales largos.
Si revisamos lo dicho entonces, repito, antes de la crisis, dos cosas sobresalen: la necesidad de alargar la edad de jubilación para hacerla más acorde con el aumento en la esperanza de vida y la revisión de los parámetros que definen el equilibrio del sistema. Todo ello, con la idea de hacer sostenible el modelo actual de pensiones, es decir, de recortar sus gastos futuros. Se trata por tanto de un asunto importantísimo, pero que no surge como necesidad impuesta por la crisis.
Algo similar ocurre con las Cajas de Ahorros cuya contribución a la competencia en el sector, el desarrollo social y la inclusión financiera, no debemos olvidar. Quienes desde 1978 vienen criticando la existencia de unas entidades financieras “sin dueño”, reclamando su conversión en bancos privados tras una apetecible operación de privatización, han acabado por ganar la partida aunque había otras soluciones a los problemas reales de las Cajas, que no pasaban necesariamente ni por su conversión en bancos, ni por su privatización.
A la garantía de solvencia futura de nuestras pensiones, se ha dado una solución parcial: recortar gastos sin contemplar, siquiera como hipótesis, la posibilidad de cambiar el mecanismo de ingresos para hacerlo más progresivo y vinculado a la riqueza social. A los problemas reales de las Cajas, se responde adelantando ocho años el compromiso internacional para fortalecer su capitalización y se prefiere dedicar dinero público a privatizarlas, “manu militari”, antes que a mejorar su solvencia, en parte, reduciendo riesgos inmobiliarios mediante la creación de un “banco malo”.
En ambos asuntos, se ha utilizado, ahora, la excusa de los mercados financieros para acabar aplicando viejas soluciones sesgadas a problemas importantes, pero no relacionados, directamente, con la necesaria recuperación económica.
Lo que no hemos hecho (todavía)
Y, mientras tanto, se sigue sin tocar los tres problemas más urgentes de nuestra situación económica: ni mejora el crédito financiero a empresas y familias, ni nuestra economía recupera competitividad, ni el sector público mantiene la demanda mediante mejoras en su eficiencia.
Digámoslo otra vez: una crisis profunda como esta, nos empobrece a todos. Cómo se reparte socialmente esta perdida de riqueza y cómo ajustamos costes globales para adecuarlos a la nueva realidad, son las dos preguntas cuya respuesta es obligada.
Sin moneda propia que devaluar, el ajuste de costes se tiene que producir por una “devaluación interna”, que tiene tres vías principales de manifestarse: una rebaja salarial directa, la pérdida de poder adquisitivo provocada por una inflación superior al crecimiento de salarios, o ajustando otros costes no salariales. Taparnos los ojos ante esta evidencia, no ayuda a que el problema se resuelva ya que si no hacemos ninguna de estas tres cosas, perdemos competitividad, es decir, cierran paulatinamente más empresas en una especie de segunda vuelta de la crisis, sobre todo en un mundo globalizado como el actual. Más pronto o más tarde, por una vía o por otra, el empobrecimiento relativo que significa la recesión acaba apareciendo. Por tanto, promover mecanismos virtuosos de devaluación interna nos ayuda a superar antes la recesión y volver a una senda de crecimiento suficiente. Y eso, hoy y aquí, significa bajar, de manera significativa, un impuesto regresivo sobre el trabajo como son las cotizaciones sociales, aunque ello fuerce la necesidad de una revisión a fondo de los esquemas de ingreso del sistema de pensiones, como ya he mencionado.
Recordemos, por otra parte, que no recuperaremos un crecimiento sostenible y creador de empleo, si no reactivamos el crédito a la economía. Se trata de una cuestión de liquidez a la que no vale las respuestas de solvencia que el Banco de España, y el Gobierno con él, están dando porque, incluso si funcionan estas, su impacto se notará a medio plazo.
Por último, la política de austeridad que se está extendiendo por todas las administraciones para cumplir con los objetivos de déficit, no están pensadas para mejorar la eficacia de un sector público que debe distinguir entre un recorte lineal del gasto global, con el mantenimiento de aquellos gastos productivos que impactan de manera positiva en el sostenimiento de la demanda agregada.
No se puede encontrar la solución, donde no está el problema. El peor fallo en un examen, es contestar bien, pero equivocarnos de pregunta. Si, además, la respuesta es parcial, el fallo se convierte en error.
31.01.2011 a las 14:14 Enlace Permanente
No soy economista pero creo que su entrada está llena de sentido común y además es muy clara, tanto en el diagnóstico como en los remedios. Me gustaría preguntarle dada su experiencia y conocimiento ¿Cree usted que una de las posibles medidas en cuanto a la eficacia en la administración podría ser la de implantar la contratación pública electrónica a nivel nacional y coordinado con el mercado único europeo de contratación pública?
Gracias por su entrada.
Un saludo, Manuel
31.01.2011 a las 23:15 Enlace Permanente
Creo que lo podemos resumir de una manera sencilla.No estamos abordando los problemas clave. Estamos ejecutando la política que nos marcan países cuyos problemas son otros, y que bien ya han realizado una parte del viaje que tiene que hacer el nuestro ( los unos), bien aún son competitivos con otros modelos que ya están agotados en España ( los emergentes).
Mientras no direccionemos la pollítica económica hacia donde esta el valor, vamos muy mal.
Y vistas las medidas de Rajoy - 8 años sin hablar para contarnos que la clave está en volver al ladrillo -, o se hace ahora o no lo vamos a hacer en mucho tiempo……y cada vez va a ser mas complicado reducir la desventaja.
01.02.2011 a las 00:15 Enlace Permanente
Los tres problemas que destaca sin acometer me vienen preocupando desde finales de 2007, y ahí siguen. En este país no aprenderemos nunca la diferencia entre lo urgente y lo importante y que a veces lo importante es urgente.
Un saludo y buenas noches.
01.02.2011 a las 12:09 Enlace Permanente
Estoy de acuerdo en el diagnóstico y también me parece que esta especie de «Pacto de Estado» que ha logrado el gobierno, llega tarde y raquítico… o nos «ponemos las pilas» en las cuestiones esenciales o seguiremos a la cola del crecimiento….. Cada día lamento más no hablar alemán…
04.02.2011 a las 17:09 Enlace Permanente
Entiendo la argumentación del señor Sevilla y me parece muy sólida como lo es él. El problema que veo en su razonamiento es que no parece destacar que los mercados financieros no están tanto pendientes de si la liquidez o la solvencia es un poco mayor o un poco menor; tampoco en si la edad de jubilación, que por fin se alarga, es un problema del mañana o del pasado mañana y no de hoy. Justamente, lo que los mercados perciben es si esa economía emprende caminos claros de remuneración del capital frente al trabajo, y parece que eso es lo que perciben porque es lo que las reformas conllevan, más allá de si es ésta o la otra la que toca hacer antes o después. Ahora viene el plan de competitividad de Merkel y la constitucionalización de límites al gasto público para garantizar el Pacto de Estabilidad.
Pero eso es la globalización general; y la financiera, la más avanzada, en particular. No es posible seguir en un mundo con libertad de movimientos de capital, de libertad de un país como España para ir endeudándose durante más de una década via déficit exterior sin que al final la lógica de la confrontación deudor acreedor entre en escena. El acreedor reclamará eliminación de riesgos de impago y, si no los percibe bajos, aumentará su interés y con ello las cargas para el deudor con lo que se reducirá su margen para continuar con gasto o inversión que no proceda del ahorro interno.
Deseo repetir lo que he comentado en el artículo precedente del señor Sevilla: no se debe confundir mercados financieros (y no me refiero a él), mal regulados y avariciosamente gestionados por sus gestores, con sus actores fundamentales que son deudores por un lado y ahorradores por otro, que son trescientos milllones en el mundo y que representan la mitad de la población en Estados Unidos y la cuarta parte en Europa, y que reclaman legitimidad de su remuneración como ahorradores.
Otro tema es el de la legitimidad de los ingresos en función de su origen y de su cuantía; y en mercados globales, en un mundo globalizado, la equidad conviene planteársela a nivel planetario así como la democracia, las libertades y la legitimidad de las remuneraciones y formas de organización de la actividad económica y social en general.
09.02.2011 a las 14:54 Enlace Permanente
Los cantos de sirena con respecto a modificar las pensiones es algo que se llevaba oyendo desde hace muchos meses (o años). La única explicación que se me ocurre para urgencia de dichas medidas, no son la coherencia de edad de jubilación con respecto a la expectativa de vida o la propia demografía que empuja a ello. Creo que existe la clara intención de una segunda reforma que permita «meter mano» a la caja de SS para financiar otras partidas que no están ligadas a esta.
Un ejemplo claro sería que con los excedentes de la SS se compre deuda del propio país. Circulo vicioso que me parece realmente peligroso…
Caso a parte merece las pensiones de los Diputados y altos cargos políticos, que por un lado crean su propio sistema para garantizarse jubilaciones de alto nivel mientras nos dicen que las jubilaciones que podremos aspirar en el futuro «serán más justas». Si son tan «justas» que se las apliquen ellos también, digo yo.
Yo no espero jubilarme con esta SS. Tengo claro que lo que ahora reúna será mi capital del futuro, dudo que la futurible limosna permita una vida digna…