A punto de entrar en el año IV de la Gran Recesión, los líderes del G-20 reunidos en Seúl, harían bien en leer el último premio Pulitzer de historia. “Los señores de las finanzas”, escrita por Liaquat Ahamed explica cómo cuatro poderosos banqueros centrales arruinaron el mundo con sus políticas equivocadas, convirtiendo una crisis bursátil en la Gran Depresión de los años 30, que acabó en la II Guerra Mundial.
Dos reflexiones de actualidad se me ocurren al respecto: primera, a pesar de que se trate de crisis sistémicas, es decir, provocadas por una determinada lógica de funcionamiento del sistema económico en que vivimos, la actuación de las autoridades, encarnadas o no en individuos concretos, es muy importante. Segunda, aferrarse a ideas ortodoxas, que tal vez fueron útiles en otro contexto, puede representar la diferencia entre el éxito y el fracaso en la respuesta a la crisis económica.
Pocos dudan de que la crisis actual solo se explica por la lógica de funcionamiento del sistema económico capitalista en que vivimos. No es, por tanto, un cisne negro, una rareza que solo ocurra de tarde en tarde y de manera impredecible, sino más bien un cisne blanco, algo habitual en una economía que se mueve de manera cíclica y a golpe de crisis más o menos profundas. Solo en los últimos diez años hemos atravesado cuatro crisis (Dragones Asiáticos, Rusia, Argentina y las puntocom) hasta llegar a la actual que responde al esquema clásico de burbuja especulativa por sobreendeudamiento, aunque agravada por la nueva realidad de producirse en un mundo globalizado y con libertad de movimiento de capitales.
En ese sentido, podríamos decir que si el capitalismo ha evolucionado desde la fase comercial, donde el dinero desempeñaba el papel de mercancía que facilita los intercambios de otras mercancías en un esquema M-D-M, hasta el capitalismo financiero en que cambia el papel del dinero para ser, sobre todo, una reserva de valor que utiliza la producción y el intercambio de mercancías como instrumento para incrementarse, en un esquema D-M-D´, siendo D´, mayor que D, el capitalismo de casino que hemos vivido al calor de la desregulación, los derivados y la innovación financiera, unida a las nuevas tecnologías y la dispersión del riesgo, ha funcionado según un esquema puro de intercambio de dinero por dinero, D-D´, desvinculado de la producción y comercio de mercancías, facilitando el crédito excesivo y la creación de una burbuja especulativa a escala mundial.
La hegemonía del esquema neoliberal, al romper los contrapesos al mercado, impulsó la maximización de beneficios a corto plazo, apoyada por esquemas perversos de incentivos a los gestores, lo que facilitó un modelo depredador de crecimiento.
Cuando estalla la crisis y la quiebra de Lehman hace evidente que la solución ofrecida por el liberalismo no es viable para corporaciones “demasiado grandes para caer”, salvo a costa de hundirnos a todos, los responsables del G-20 adoptaron medidas excepcionales para salvar una situación de máxima gravedad. Y lo hicieron bien. Porque no se pararon en asuntos importantes pero, en esos momentos secundarios, como el tamaño del déficit público, los efectos sobre una inexistente inflación de unas políticas monetarias totalmente permisivas, o los sacrosantos derechos de propiedad que vulneraron cuando nacionalizaron grandes entidades financieras.
Pero a partir del momento en que Sarkozy solicitó una refundación del capitalismo y Botín criticaba la avaricia y la codicia desmedida, el impulso reformista del G-20 ha ido mermando, conforme crecía su incapacidad para llevar adelante las reformas prometidas, hasta estancarse en la actual batalla por las devaluaciones competitivas que tanto daño causaron en la anterior crisis. Daría la impresión de que han perdido conciencia de que si ellos no lo arreglan, nadie más lo hará. Y es verdad que han evitado que el barco se hundiera. Pero ahora nos mantenemos a flote con importantes vías de agua, con la mitad de los víveres perdidos, las velas desgarradas, el palo mayor torcido, sin brújula ni timón y con la tripulación superviviente muy desanimada.
La responsabilidad de nuestros líderes ante esta recesión no ha terminado con lo ya hecho. El “laisse faire”, no encontrará una solución equilibrada a la situación y tanto a escala internacional como nacional, es mucha la tarea pendiente, cargada de esfuerzos, reformas, regulación y cambios profundos, no cosméticos o publicitarios, si queremos adaptarnos pronto al mundo post-crisis y aprovechar las oportunidades que nos abre.
La otra perspectiva en que resulta útil la lectura del libro citado, es el papel perverso que desempeñan las ideas y recetas políticas que, pudiendo ser útiles en un momento concreto, resultan perjudiciales cuando las circunstancias cambian drásticamente. En los años treinta, la obsesión de los ministros de finanzas y de los banqueros centrales por mantener contra viento y marea el patrón oro y el equilibrio presupuestario, fue una de las principales razones por las que la depresión se agravó y se extendió por todo el mundo. Aplicar políticas deflacionistas, era lo que recomendaba la ortodoxia, pero hacerlo en una deflación grave era contrario al sentido común. Porque ni entonces, ni ahora, los mercados son capaces de corregir grandes alteraciones en los comportamientos económicos como los que vienen asociados a las crisis profundas.
¿Ocurre ahora algo parecido? Creo que si en, al menos dos campos: la obsesión europea con reducir el déficit público mucho, en muy corto espacio de tiempo que está lastrando la recuperación al recortar impulso público antes de tiempo. En segundo lugar, la fijación con mantener el Estado nación como marco desde el que encontrar soluciones a problemas que se plantean a escala mundial, sin poder organizar entramados institucionales internacionales adecuados a los desafíos de una economía global.
Estoy seguro de que ambos asuntos, dejar de actuar coordinadamente demasiado pronto y actuar, en el ámbito nacional, apegados a principios ajenos a las necesidades actuales, serán comentados por los historiadores del futuro como planteamientos políticos erróneos mantenidos por nuestros gobernantes de hoy. Planteamientos que ayudaron a arruinar las posibilidades de una rápida y vigorosa recuperación económica.