El cambio de Gobierno ha arrumbado, todavía con mayor rapidez que otras veces, el debate presupuestario en el Parlamento. Es lo que tiene la sociedad mediática: una novedad desplaza a la anterior, a un ritmo creciente. Sin embargo, los Presupuestos siguen siendo un documento esencial para nuestro futuro inmediato por lo que conviene alargar su análisis, por encima del cansino ejercicio del «y tu más» vivido en el Congreso.
Lo primero es constatar el ejercicio de ilusionismo que ha hecho el Presidente centrando la atención en los pactos políticos con PNV y CC, más que en propio contenido económico de las Cuentas del Estado. Así, se ha destacado la estabilidad que aportan los acuerdos parlamentarios, dando por supuesto, precisamente, lo que había que demostrar: las bondades para los ciudadanos de afianzar la actual situación mediante las políticas incluidas en estos presupuestos o mediante reformas posteriores que no se detallan ni conoce. Salvo al grupo socialista, a nadie más le ha gustado estos Presupuestos. Cinco grupos han presentado enmiendas a la totalidad pidiendo su devolución y para conseguir el apoyo de los otros dos, ha hecho falta recurrir a compensar sus votos no con medidas incluidas en los Presupuestos, sino con asuntos que nada tienen que ver con los mismos.
Con todo ello, nadie ha hablado de medidas para mejorar nuestra competitividad (rebajar costes laborales no salariales), incrementar la productividad (innovación) y fomentar el crecimiento (crédito bancario). Tampoco de que sectores y como van a crear empleo ante el desplome de la construcción, ni de como las matemáticas de los Presupuestos contradicen la literatura sobre el cambio de modelo productivo de la Ley de Economía Sostenible.
La segunda cuestión ausente ha sido la sanidad. Cualquiera que pregunte sabe que las Comunidades Autónomas están teniendo serias dificultades para financiar el gasto sanitario con los ingresos destinados a ello, lo que tiene tres consecuencias: retrasos en los pagos a los proveedores, facturas en los cajones y deterioro de la calidad en las prestaciones. No es fácil saber a cuánto asciende hoy el déficit sanitario acumulado por .as CC.AA. Pero existe, es importante y creciente, el Gobierno lo sabe, la oposición lo sabe y nadie a dicho nada.
En todos los países, el gasto sanitario crece a un ritmo superior al de sus ingresos corrientes por lo que existe una tendencia congénita al déficit si no se adoptan medidas estructurales que regulen los gastos en función del consumo (copago). La última vez que el Gobierno central tuvo que acudir en ayuda de las CC.AA por este asunto, fue en la Conferencia de Presidentes de 2005. Pues bien, a pesar de la importancia del asunto, de su magnitud y de la contradicción evidente entre mantener este déficit oculto y el discurso general de austeridad y rigor, nadie parece dispuesto a coger este toro por los cuernos. Y mientras tanto, las prestaciones se deterioran y seis meses de espera para cirugía importante se presenta como un éxito.
El tercer asunto que tampoco se ha planteado es la sostenibilidad de nuestro estado del bienestar, un debate necesario que se está abriendo paso en toda Europa: cómo vamos a financiar a medio plazo servicios públicos universales, con sistemas fiscales cada vez más regresivos. Inaugurar líneas de AVE o aprobar Leyes de Dependencia son cosas muy necesarias pero si luego no hay dinero para mantenerlo, se genera frustración o injusticias si quien acaba financiando no es quien más se beneficia del servicio. En los próximos años habrá que abrir un debate sobre financiación, impuestos, tasas y precios públicos, que no podremos soslayar con vaguedades aunque lo hagamos compatible con mejoras en la eficiencia del gasto público o en reformas que no recortes del mismo.
La lucha contra el fraude fiscal también ha estado ausente del debate de esta semana, a pesar de las estrecheces por las que atraviesan las cuentas públicas, a pesar de las injusticias sociales que plantea el fraude especialmente en un momento de crisis económica donde se piden sacrificios a colectivos desfavorecidos como los pensionistas y a pesar de que en los últimos meses hemos asistido a propuestas al respecto presentadas por colectivos profesionales de la Agencia Tributaria. Cuando se reconoce que los ricos no están incluidos en el IRPF, algo habrá que hacer si queremos mantener un mínimo de equidad vertical y horizontal en el sistema tributario.
El quinto debate que no ha tenido lugar en el debate sobre Presupuestos de esta semana, ha sido el crecimiento preocupante de la pobreza. En España, más de nueve millones de personas son pobres y la exclusión social ha crecido un 13’5 por ciento en los últimos dos años. Conseguir el objetivo de Pobreza 0 requiere cambiar las actuales políticas económicas y sociales sobre lo que nadie ha dicho nada.
Esta semana, en una reunión de ocho Centros Empresariales de Pensamiento convocados por la Asociación Valenciana de Empresarios se ha dicho que para recuperar competitividad y empleo en España » son imprescindibles cambios institucionales y estructurales de calado» que requieren Pactos de Estado frente al actual » predominio de los intereses particulares de los partidos políticos sobre el interés general».
No hablar de asuntos importantes como estos, es renunciar a encontrar soluciones a muchos de los principales problemas de la sociedad, cuestionando el verdadero sentido de la política en democracia que no puede ser el mismo que en la época de Maquiavelo. Y eso significa que la realidad se ajusta a la baja, mediante un deterioro paulatino de los servicios públicos universales y un incremento de la desigualdad social que acrecienta la inseguridad y el temor ante el futuro. De eso trata, también, la revuelta francesa actual que, a diferencia de la de mayo de 1968 donde los jóvenes no querían vivir como sus padres, ahora lo que no quieren es vivir peor que sus padres. Pero, ¿a quién interesa estas cosas si podemos hablar de asuntos más apasionantes como la estabilidad parlamentaria y el nuevo Gobierno?
02.11.2010 a las 11:24 Enlace Permanente
2.11.10.
Enhorabuena. No sólo ha hecho usted una descripción pormenorizada de lo que no se dijo en el Debate; ha denunciado que “son imprescindibles cambios institucionales y estructurales de calado” que requieren Pactos de Estado frente al actual ” predominio de los intereses particulares de los partidos políticos sobre el interés general”. Lo que ocurre es que la segunda parte de este párrafo demanda un cúmulo tan vasto de requerimientos que ante la imposibilidad de ser implementados tenemos que seguir dado por bueno (o por lo menos, ser consecuentes), con lo que en este Debate no se dijo. Pero vayamos a la primera parte y analicemos algunos de los argumentos que en ella se mencionan.
Cuando expone que “nadie ha hablado de medidas para mejorar nuestra competitividad (rebajar costes laborales no salariales), incrementar la productividad (innovación) y fomentar el crecimiento (crédito bancario)”, la primera pregunta que me hago es la de ¿competitividad con relación a quién y en función de qué parámetros? Es cierto que en lo que se refiere a los costes salariales que menciona se descarta lo que constituiría una plusvalía relativa; una plusvalía que no obstante permanece implícita en un fomento de la productividad a través de la innovación de un proceso productivo que con independencia de favorecer exclusivamente al Capital reduciría la demanda de puestos de trabajo. Verá, yo soy consciente de las bondades inmanentes en el perfeccionamiento del proceso productivo. Es decir, este tipo de plusvalía nos presenta una realidad que histórica y económicamente es totalmente asumible. En este contexto y teniendo que aceptarla me vuelvo a hacer otra pregunta: En función de lo que histórica y económicamente hemos de contemplar como correcto ¿podemos aceptar la unilateralidad con la que se asignan los resultados de estas innovaciones? Porque si no nos es dable aceptarlo tenemos que poner en cuarentena algunas de las consideraciones por las cuales admitimos las bondades inmanentes en la mencionada innovación. Lo cual implica que para resolver las causas que nos llevaron a este confinamiento, no es suficiente establecer pactos de Estado con los que modular “cambios institucionales y estructurales de calado” A mi entender ocurre que ante el fracaso del comunismo, parece como si se hubieran cerrado todas las puertas. Y es necesario reestructurar el modelo. Un modelo en el que concurren una libre circulación de capitales; una libertad cuasi absoluta en lo que hemos dado en llamar ingeniería financiera y una estructuración de las relaciones económicas entre los países que determinan una paridad cambiaria (especialmente en la CEE), completamente insostenible en función de la desigual capacidad competitiva existente entre ellos.
En cuanto a fomentar el crecimiento a través del crédito bancario tengo que volver a preguntarme dos cuestiones.
Si como consecuencia de que los réditos que tiene que abonar la banca por las operaciones crediticias que le otorgó el Gobierno son aproximadamente cinco veces inferiores a los que la misma carga por la adquisición de Deuda griega, y si además, debido a la crisis que ella misma ha generado, el estado de insolvencia de nuestras empresas cuestiona la concesión de créditos ¿cómo podemos esperar que el olmo nos de peras? ¿No hubiera sido mejor (superando el rechazo que en una economía de mercado originan las nacionalizaciones), intervenir parcialmente la banca, para -asumiendo un riesgo impensable para el sector privado-, utilizar aquellas operaciones crediticias a favor del único sector que pudiera sacarnos de la crisis? Y esto, a pesar de que en este proceso concurrirían una serie de factores que por su naturaleza considero inadecuados. La situación es tan compleja que no me extraña que en el pasado se acuñara aquella frase que rezaba ¿Qué hacer?
Quedan por debatir otra serie de puntos que por su relevancia no deberían ser obviados. Sin embargo me temo que con lo manifestado quizás haya dicho demasiado.
de Gregorio