¿Habla usted japonés?. (Publicado en Mercados de El Mundo)

Escrito a las 11:08 am

China es, ahora, el país de moda. Pero antes lo fueron los cuatro dragones asiáticos y, todavía antes, Japón, cuyas compras masivas de deuda y de empresas americanas a finales de los 80, desató el pánico nacionalista en la primera potencia del mundo. No seré yo quien diga, hoy, que España debe mirarse en el espejo de Japón. Pero existen demasiadas similitudes entre ambos casos como para no tomarse en serio aprender en cabeza ajena.
 Entre 1985 y 1990 Japón vivió una burbuja económica estimulada por la eclosión del crédito, bajos tipos de interés y una intensa desregulación financiera que prendió de manera especial en el alza acelerada de la bolsa y del suelo. Mientras se pavoneaba de ser pieza esencial del sistema económico mundial, acumulaba desequilibrios, deudas y fiebre especulativa que elevó la tasa de inflación y la depreciación del yen en un contexto de aumento de los precios del petróleo.
        La subida de los tipos de interés a mediados de 1990 pinchó la burbuja, cayeron los precios de las acciones y del suelo, los préstamos hipotecarios se paralizaron, generando pérdidas generalizadas en los bancos y la recesión sobrevino a comienzos de 1992. El Gobierno respondió bajando de nuevo los tipos de interés e inyectando gasto público en la economía. El sistema, no obstante, dejó de reaccionar a estos estímulos, porque estaba herido en su estructura y no solo por la coyuntura: bloqueo del sistema financiero por la proliferación de activos tóxicos, grave deterioro de las expectativas empresariales y familiares que se traduce en caída del consumo privado y de la inversión que no reaccionan ante una política monetaria laxa y hasta once paquetes de estimulo fiscal lanzados desde un Gobierno con serios problemas de eficiencia y transparencia.  La deuda pública vino a sumarse a la deuda privada, en una economía con exceso de capacidad por falta de consumo privado, a pesar de las intensas bajadas impositivas que se llevaron a cabo.
Ese es un retrato rápido de la “década perdida” de Japón de la que, todavía, no ha salido del todo. A la que debemos añadir una intensa crisis política que le ha llevado a sucesivos cambios de Gobierno, sin resultados aparentes sobre el devenir económico, salvo extender la corrupción e incrementar las incertidumbres que bloquean, cada vez más, las decisiones económicas privadas.
Dejando al margen las relaciones entre crisis económica, institucional y política del país nipón, otras experiencias serían:
La paradoja de la austeridad. En economías altamente endeudadas, cuando el ajuste privado se suma a la austeridad pública, se produce una caída de la actividad económica y, según la intensidad y duración, puede llegarse a una deflación. Es lo que acaban de descubrir los mercados financieros: si se aprueba un duro ajuste presupuestario como ha hecho España, el crecimiento de reduce. Porque el gasto público es productivo, al menos en gran parte, sobre todo en medio de una crisis que paraliza el consumo y la inversión privadas.
 Por eso, prohibir por ley el déficit público, declarándolo incluso inconstitucional, era un disparate hace treinta años, cuando lo proponían los neocons americanos y lo es hoy cuando lo propone Sarkozy o Rajoy. A ver si nos entendemos: sin recurso al déficit y a la deuda pública, el capitalismo se hubiera hundido junto a Lehman Brothers. Y sin gasto público masivo en educación, sanidad, pensiones, desempleo etc nuestra democracia sería muy distinta y peor a la actual. Vivimos en un sistema económico que tiene muchas virtudes. Pero genera crisis recurrentes y desigualdades sociales crecientes por lo que necesitamos un instrumento como el Estado que haga de contrapeso aunque, a veces, recurra al endeudamiento como el buen padre de familia cuando se compra un piso.
 Lo importante es discriminar entre partidas de gasto y ello requiere implantar una estrategia de reformas en base a la eficiencia antes que el recorte lineal. Como también debemos recuperar la distinción entre déficit estructural y coyuntural, porque son problemas distintos que no se arreglan de la misma manera y no podemos rehuir el debate sobre los necesarios impuestos, ni las privatizaciones, ni los precios públicos.
El complejo inmobiliario financiero. Reactivar el crédito financiero es parte fundamental de una estrategia de recuperación económica. Ello exige clarificar y sanear las cuentas de las entidades enganchadas con el ladrillo, cuya calificación de riesgos empieza a rebajarse. En otros países ha habido quiebras y nacionalizaciones. En Japón no se hizo casi nada y arrastran el problema durante quince años. En España, tenemos que reformar el sistema de Cajas de manera más drástica que mediante fusiones frías y hacer que el ICO compre activos inmobiliarios con elevado riesgo (unos 70.000 millones de euros), los guarde para venderlos dentro de diez años cuando el panorama se aclare y permitir mientras tanto una inmediata recuperación, aunque tímida, del crédito interno, cuando se cierra el externo.
Impulso a la competitividad. Cuando la respuesta a la pérdida de riqueza y de competitividad no puede venir de la mano de una devaluación de la moneda, ni es conveniente provocarla mediante un descenso significativo y generalizado de salarios que agudizaría la depresión, tenemos que mirar a los costes laborales no salariales. En nuestro caso, hay que utilizar el colchón de las cotizaciones sociales propiciando una bajada significativa de las mismas que compense ese 20% de devaluación externa que deberíamos hacer de ser posible. Ello plantea un problema a nuestro anticuado modelo de financiación de las pensiones que debe solventarse implantando otras fuentes complementarias de ingresos más vinculadas a la riqueza del conjunto del país que a los salarios de sus trabajadores. Es decir, propiciando unas pensiones públicas financiadas de manera más progresiva y eficiente que las actuales.
España no es Grecia, ni tampoco Japón. Pero negarse a aprender griego, para acabar hablando japonés, sería un absurdo. Hemos hecho recortes importantes para alejarnos de la primera y tenemos que aprobar reformas profundas para  separarnos del segundo, evitando caer en una década perdida, que sería, como siempre, más perdida para unos más que para otros.

3 comentarios

001
Per[la|pau]*
10.06.2010 a las 13:47 Enlace Permanente

¿Y qué tal si, en lugar de guardar los activos immobiliarios, éstos se ponen en alquiler a precios populares? ¿No ayudaría ésto a facilitar el acceso a la vivienda a gente que actualmente se encuetra excluída del mercado, a la vez que aminoraría el déficit público? Ah no, que esto sería una interferencia intolerable al libre mercado…

Y en otro orden de cosas: ¿no existe ya en los USA (anteriormente EEUU) leyes que impiden el déficit de los estados?

002

Sebiiria-san. Boku wa nihongo shabereru kedo, gurishiago mo dekiru shi, Sapatêro Shushô wa nande ima yatteru koto wo yatteru ka yoku wakaranai, ne. Oshiete kudasai.

En fin, digo que aunque obviamente sé japonés -y griego, qué le voy a hacer- no entiendo muy bien qué hacen los sabios de nuestro mundo estos días. No soy economista, pero leo con atención su blog y el de Krugman en el NY Times.

En fin, si una persona tan poco sabida como yo puede entender -es conocimiento mostrenco- que el camino de menor gasto agravó la depresión del 29, ¿por qué no lo ven todos estos grandes popes de la economía mundial que tienen tantos másteres, doctorados y que, sobre ello, hacen tanto dinero asesorando a los poderosos del mundo?

No sé muy bien, don Jordi, explíquemelo, que no lo entiendo.

Efkharisto, arigatô. Sayônara.

003
enric doménech
10.06.2010 a las 19:18 Enlace Permanente

Llevamos como lastre en nuestra lucha por salir de la zona donde cubre, unas piezas de plomo que sirven para el buceo, pero que nos impiden coger con facilidad oxígeno de la superficie.

Miramos hacia arriba en una lucha desesperada y sin control, agotándonos sin llegar a reflotar. Nuestro medio natural no es este, pero tenemos que movernos en él, queramos o no.

En esta lucha desesperada levantamos el lodo del fondo, y nos enturbia la visión, que se oscurece por momentos.

Parece necesaria y apropiada aunque pueda parecer lo contrario, parar unos instantes. Evaluar nuestras posibilidades. Hacer un reconocimiento de nuestras fuerzas restantes. Calcular con precisión el alcance de nuestro esfuerzo. Medir la distancia hasta la superficie en la que podamos volver a coger aire, y resistir hasta la orilla.

No intento causar angustia en el lector, pero ¿no es verdad que muchos sentimos estos miedos y temores desde hace al menos unos meses?

El tiempo de resistencia es limitado. Solo podemos aguantar un tiempo determinado debajo del agua.

A algunos, como muchos pseudo-pro-conservadores, consideran que se debe soltar lastre y no dejar subir al bote a toda esta rémora de subvencionados y mantenidos. Algun@s dicen no conocer a personas que no trabajen por imposibilidad, y lo más grave para ellos, es que hay demasiados instalados en un cómodo subsidio legal compaginado con la economía sumergida.

Casualmente a las personas a las que he oído algo por el estilo de lo anterior, compatibilizan dos o más salarios, o dos o más ingresos públicos (llámese pensión y/o salario); y son por cierto l@s que más se están quejando, por ejemplo, del recorte salarial (si, se trataba de empleados públicos, de ciertos empleados públicos). Casualmente también, estos tienen disfrutan de unos ingresos medios y mínimos de más de 60.000 euros anuales. Son la nueva clase social agraviada (e insolidaria ) que nos gobierna (administrativamente hablando).

¿recordamos en cuanto está el IPREM? (dividan la cantidad anterior entre 10, y se harán una idea de con qué pasan muchas familias españolas gracias a prestaciones asistenciales, o retribución en negro, y sin cotizar).

Hacer de la excepción norma puede resultar penoso y malintencionado. ¿De qué necesitan algunos justificarse?

Volviendo de nuevo a nuestra particular lucha por alcanzar la superficie, y de dirigir nuestras brazas hacia la orilla adecuada; resulta no menos que curiosas las manifestaciones de los ‘hombres fuertes’ de las grandes empresas (energéticas, logísticas, financieras, …), que lejos de asumir su rol en esta situación, cambian velas, y arremeten contra todo aquel que intenta flotar y recuperarse, arrojando una estela de agua sobre nuestras narices impidiendo que podamos recuperar un mal resuello. ¡no podemos seguir soportando la ¿competencia? de la energía solar fotovoltaica y térmica! –dicen bravuconamente-. El mercado de las renovables se deben de redirigir a los aerogeneradores –muy enfáticamente- … Sinceramente, me jode que me pisen el juanete, aunque lleve zapatos.
De nuevo como un agente doble, nuestro denostado Bastian(se) se convierte en cómplice y verdugo de los ciudadanos permitiendo y alentando que las grandes empresas se aprovechen de las actuales circunstancias y aumenten más sus dividendos.

No nos gusta algún que otro ‘capitán’ de bote (o botarate), y nos recuerda demasiado al viejo (y el mar) de Hemingway luchador, abnegado, soñador, y con ilusión a pesar de los años y el tiempo pasado en el mar. (y los tiburones descarnando nuestras propias carnes).

Yo, como cualquiera, me revuelvo y muerdo a quien intenta aprovecharse de mi agonía. Y a diferencia de ellos, arremeto contra quien intente sacar provecho del mal ajeno.

Un saludo, y seguimos charlando…

enric doménech

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