Del teatro de sombras chinescas en que se ha convertido el Diálogo Social en España, nos llega alguna información. Parece que se empieza a hablar de cosas que afectan a los interlocutores sociales, como la negociación salarial para 2010, y que las diferencias se sitúan entre la banda del 1/2% de crecimiento global que piden los sindicatos y el -1/0% que ofrecen la patronal. ¡A eso parece que ha quedado reducida, hoy, la lucha de clases!Ya sé que hasta el nombre suena obsoleto. Que entre las muchas divisiones y grupos de pertenencia que podemos establecer en una sociedad democrática, la de clase social se ha quedado arrinconada, como concepto, por inútil, por explicar muy poco respecto a actitudes y comportamientos, tanto individuales como sociales. Hay muchos trabajadores de derechas y no pocos empresarios de izquierda. Es decir, que aun aceptando que puedan existir dos proyectos antagónicos de cómo organizar la sociedad, lo cuál ya no es cierto desde el momento en que se comparte un marco constitucional, éstas no se incardinarían de manera natural en dos clases sociales homogéneas con conciencia de tales. ¡Adiós, marxismo vulgar!
Sin embargo, aunque compartan intereses comunes, por ejemplo la manera en que su poder se incrementa manteniendo una estructura de negociación colectiva ineficiente, también hay lugar para la confrontación entre grupos de interés sindicales y patronales: acabamos de asistir a una manifestación sindical para que «no se aprovechen de la crisis», suponemos que los empresarios, cuando los manuales de gestión aconsejan lo contrario: convertir la crisis en una oportunidad. Del mismo modo, aunque deben cooperar en la empresa para defenderse de la competencia exterior, por ejemplo, también los trabajadores y los empresarios tienen zonas de intereses contrapuestos relacionadas con el reparto del excedente económico, con quién toma las decisiones fundamentales y con qué criterio.
No sé si la lucha de clases ha sido o no el motor de la historia. Pero parece claro que existe margen para el conflicto entre grupos sociales que, aun cooperando en algunos ámbitos, confrontan en otros relacionados con el poder económico y el control sobre decisiones que afectan al bienestar y a la posición social relativa de unos frente a otros. No es verdad que, como dice la teoría económica ortodoxa, la totalidad del valor producido en una empresa o en una sociedad se reparta íntegramente en la retribución de los factores de producción, tierra, capital y trabajo, mediante criterios económicos que recogen su aportación relativa.
La productividad creciente hace que en la distribución de la riqueza creada exista, después de devolver lo que se aporta, un excedente cuyo reparto no depende de criterios técnicos sino sociales, es decir, de poder y, por tanto, de lucha. De otro modo, sería absurda la propia idea de negociación colectiva porque salarios y beneficios los fijaría una máquina calculadora de las diferentes aportaciones marginales. Si existe negociación es porque puede haber negociación en torno a cuánto del excedente te quedas tú (empresario) y cuánto yo (trabajador). Esta distribución no es neutra desde el punto de vista económico. Si todo fuera a salarios, no habría incentivos para la inversión privada, y si todo fuera a beneficios, no habría demanda suficiente para comprar lo producido.
El Estado del Bienestar diluyó esta confrontación mediante la creación de un salario social (sanidad y educación gratuitas), de un salario diferido (pensiones) y de empleo (inversiones públicas), financiados, en parte, por los salarios (cotizaciones) y en parte por los beneficios acumulados (impuestos progresivos sobre la renta y el patrimonio). Con ello, la lucha en torno al reparto del excedente económico dejaba de centrarse sólo en la empresa, donde los trabajadores podían hacer concesiones en los salarios internos a la empresa a cambio de seguir mejorando los salarios externos, financiados también por los empresarios.
Desde este punto de vista, el ataque al Estado encabezado por la derecha conservadora thatcheriana, reduciendo los impuestos progresivos y los salarios colectivos, alteró la correlación de fuerzas en esa pugna por el reparto del excedente económico. La globalización de la economía, que permite financiar inversiones con ahorro exterior y difuminar el papel de la demanda nacional gracias al papel creciente del comercio internacional, fue la puntilla al esquema de lucha económica nacional en torno a la distribución y al control del poder económico.
El hecho de que hoy los salarios -social y diferido- se financien con impuestos sobre las nóminas, más la presión de la competencia internacional limitando los márgenes empresariales para subir salarios pero no beneficios, está provocando un claro retroceso relativo de los trabajadores en la lucha por el reparto del gran excedente económico impulsado por mejoras en la productividad. Compatible, por supuesto, con una evidente mejora absoluta en cuanto a nivel de vida, llena, eso sí, de mileuristas y trabajadores precarios. En ese nuevo contexto, una estrategia sindical que busque mejorar posiciones en el control del poder económico mediante un reparto distinto de la renta y la riqueza debe ser más amplia y ambiciosa que la mostrada hasta ahora. No digo más dura, sino más versátil. Y un Gobierno que quiera apoyar esos avances sociales, sin deteriorar la competitividad de la economía en su conjunto, debe propiciar otro clima de diálogo y reservarse para sí un papel de más largo alcance.
Parece innegable que en la sociedad posmoderna en que vivimos, también existen intereses económicos. Que, además, pueden ser contrapuestos entre países como entre grupos empresariales. Que la defensa de la posición económica adquirida y la lucha por mejorarla sigue estando en la base de muchas de nuestras actitudes sociales. Que, a pesar de la diversidad infinita, la confrontación en torno al reparto del excedente económico sigue configurando dos grandes grupos o clusters sociales que podemos llamar empresarios y trabajadores. Que el papel del Estado en esta confrontación no es neutral ni se resuelve sólo en declaraciones. Que, a pesar de no ser ya la única manera de organizar el conflicto social, ésta, también existe. ¿Nos sentimos mejor si le llamamos lucha de clusters?
06.01.2010 a las 12:16 Enlace Permanente
Magnífico artículo. Recuerda con un potente análisis lo que no se debería haber olvidado. La lucha de clases es como las «meigas», es decir, que haberla, hayla, se llame como se llame. Otra cosa es la adscripción subjetiva de los individuos a una clase social, pues ya se encarga el «sistema» de hacer pensar a la mayoría que son miembros de las amplias clases medias, lo cual es inducido más desde la disposición al consumo que desde la concreta ubicación en el modo de producción.
Saludos… ¡y buen año! JoseA
07.01.2010 a las 20:54 Enlace Permanente
Antes de nada Ud es el Economista y yo la ciudadana de barrio obrero y ahora más que obrero, de inmigrantes y parados.
Le dejo a Ud la teoría y por supuesto yo aprendo de ella, pero yo hago mi reflexión y desde este lado incomodo.
Esto de la lucha de clases depende de donde se tome ud el café.
Desde luego si va de compras por Serrano con todo practicamente puesto para la vanidad burguesa, sin obstáculos, ni barreras humanas incomodas, esas palabras - clase obrera, que una amiga mía se refería a ellas como una jerga obsoleta e inculta (siempre se ofendía cuando yo hablaba de la lucha de clases, pues incomoda ser del PSOE vivir como una reinona y recordarle que los trabajadores son los que le permiten ir a la pelu y ponerse estupenda para su amante socialista.
No hace ni un cuarto de hora que la Lucha de clases era de comunistas y rojas desesperados con cuernos y rabo, y ahora la lucha de clases es una modernidad a añadir a la cesta de las rebajas.
Ahora no hay negociación ni nada parecido, ahora te vas a la Plaza Elíptica y si necesitas un transportista le tienes por un precio irrisorio y sin iva ni nada.
Eso, que no lo regula nadie va atraer graves problemas en los lugares donde la mano de obra es imprescindible.
Hay dos mercados, el mercado oficial, y el mercado ilegal, y eso es una terrible enfermedad que nadie es capaz de parar.
Los trabajadores con sus negocios legales van a cerrar en su mayoría, con todo el dolor de su corazón por la falta de criterio y el desorden del sistema, que no regula por no ofender y no para por no dejar de tener beneficios.
Estoy leyendo «la cultura del nuevo capitalismo» de Richard Sennett.
Una reflexión del autor «asistimos a una verdadera deriva no progresista de la cultura neocapitalista».
Y perdone por mi ignorancia, pero la vida también tiene estas cosas.
Un saludo
Magda
21.06.2010 a las 20:05 Enlace Permanente
me gustaria que me enviaran trabajos de este tipo soy estudiante de turismo en cuba