Enrique Fuentes Quintana popularizó, a mediados de los años 70 del siglo pasado, el concepto de crisis diferencial aplicado a España. Intentaba explicar con ello el hecho de que nuestro país mostraba unos niveles de paro y de inflación muy superiores a la media europea, a pesar de que todos estábamos siendo golpeados por la misma crisis petrolífera internacional. La peculiar circunstancia de que vivíamos, junto a los problemas económicos, una peculiar transición política explicaba una parte de la diferencia. Pero no toda. Conocer nuestras peculiaridades era y es muy importante para ajustar una política económica específica.
Estos días, está volviendo a resurgir el concepto diferencial de nuestro país. Daría la impresión de que el «España es diferente» creado por Fraga cuando fue ministro de la cosa con Franco es utilizado, ahora, por los fraguistas de la oposición no tanto como elemento de orgullo patrio o eslogan turístico, ni tan siquiera para buscar soluciones concretas, sino como arma arrojadiza para denunciar presuntas culpabilidades gubernamentales.
Lo cierto es que en las últimas décadas el desempeño económico de España ha marcado diferencias con los países de nuestro entorno. Sigue siendo verdad que los ciclos económicos son más acusados aquí que en el resto. Cuando va bien, nos va mucho mejor, pero cuando va mal, también empeoran más nuestras cosas. Encontrar una explicación a algo que se detectó hace ya 30 años, aunque se haya ido modificando con el paso del tiempo, y que requiere actuaciones complementarias o distintas de las aplicadas por la Unión Europea, es una tarea útil que debería trascender los rifirrafes políticos del momento.
Encontrar las causas objetivas y racionales de esa diferencia española nos conviene a todos. Aunque signifique reconocer que cuando creamos más empleo que la media europea no es gracias al Gobierno de turno, así como cuando se incrementa más el paro, tampoco es por culpa del Gobierno del momento.
No son pocos los economistas españoles que se han dedicado a esta tarea en los últimos años. Gracias a ellos poseemos un conocimiento de nuestra estructura económica, sus variables y condicionantes muy elevado, aunque, desgraciadamente, parece que se ha quedado en los ámbitos académicos y de investigación. De entre lo que el consenso de economistas sabe quisiera destacar dos líneas explicativas de nuestros factores diferenciales.
Primera línea, partimos de un atraso relativo. Es evidente que nuestro país ha recorrido un gran trecho económico en muy poco tiempo. De tener la consideración internacional de país en vías de desarrollo a ser la octava potencia económica mundial, han transcurrido apenas tres décadas. Ese esfuerzo de rápido crecimiento económico genera, necesariamente, tensiones muy fuertes en nuestra oferta productiva, así como en la demanda agregada. Sobre todo, si ha venido acompañado de un proceso de apertura externa sin precedentes, asociado a nuestro ingreso en la Unión Europea pero, también, al intenso periodo de globalización experimentado por la economía mundial. Mejorar nuestra renta per cápita tanto, en tan poco tiempo, genera tensiones de demanda que se traducen en mayores presiones inflacionistas ante un aparato productivo que no puede responder a la misma velocidad a pesar de las importaciones crecientes. Esta mejora requiere, además, un incremento acelerado del stock de capital público (carreteras, AVE, etc) y de servicios públicos (educación, sanidad…) cuya provisión presiona sobre los presupuestos. La dinámica se acelera cuando entramos en el euro, en una doble dirección. Por una parte, cobijarnos bajo un paraguas más grande permite abaratar la financiación de la economía y acelerar la modernización productiva y social. Por otra, la tendencia a igualarnos al alza con los demás países del euro en precios, salarios y gasto social introduce una tensión adicional sobre las condiciones monetarias y presupuestarias de nuestra economía.
Una segunda línea explicativa del hecho diferencial español consiste en constatar que tenemos una estructura económica con mayor peso relativo en sectores estacionales e intensivos en mano de obra como la agricultura, el turismo ola construcción, así como, también, una elevada concentración en otros sectores industriales maduros (automóvil, textil …). Ello condiciona las necesidades del mercado laboral, hace más difícil la extensión de la I+D+i y nos convierte en muy vulnerables a las variaciones cíclicas de la actividad económica internacional, tanto al alza, como a la baja.
Sin embargo, la suma de todo ha generado un dinamismo social envidiable que hace de España uno de los escasos países en los que la idea del cambio, de que el mañana no será igual que el ayer, se incorpora con normalidad como un valor positivo. Como una oportunidad más que como un riesgo, porque así ha sido para nosotros en las últimas décadas.
¿Cómo gestionar todo esto en la actual crisis depresiva de la economía? Debo reconocer que el reciente debate parlamentario no ha sido demasiado esclarecedor. Todos estamos de acuerdo en la necesidad de garantizar que no falte liquidez en los mercados, de intervenir en defensa de la solvencia del sistema financiero y de utilizar el activismo presupuestario para mitigar los efectos de la crisis y, eventualmente, reactivar la economía sin abandonar las políticas sociales.
Los factores diferenciales señalados se dejan ver ya en el acelerado deterioro del mercado laboral y en su consiguiente efecto negativo sobre las cuentas públicas. En nuestro caso, además, la realidad específica descrita hace que se consiga un mayor impacto positivo sobre la actividad económica en situaciones excepcionales como ésta mediante un incremento del gasto público –como el anunciado por el presidente–, que con rebajas impositivas como las pedidas por la oposición, cuyo traslado reactivador al consumo es reducido en épocas de gran incertidumbre, como hemos visto con los 400 euros.
Lo que se sigue echando en falta es un amplio consenso entre las fuerzas políticas y sociales que ha sido, también, uno de los principales rasgos diferenciales de la situación española desde los Pactos de la Moncloa impulsados, por cierto, por el mismo Fuentes Quintana con el que empezábamos el artículo, y del que se cumple apenas un año de su fallecimiento.
11.12.2008 a las 12:19 Enlace Permanente
El recorrido que efectúas alrededor de las variaciones en el efecto de la crisis sobre las regiones, y que envuelves en el velo de lo académico, tantas veces explicado en las aulas, y tantas más olvidado en el cajón de los apuntes, después de superado el examen. Y ante todo este muestrario de políticas, añadiría alguna más que también en el ciclo educativo, se infiere de las enseñanzas, y también de la vida: el sentido común.
El sentido común nos decía que las políticas anticíclicas, habían dado buenos resultados en etapas anteriores a las últimas revoluciones financieras y tecnológicas (hasta los años 80); el cobijo de elementos productivos en un sector que actuaba cuando el resto flaqueaba. (la construcción y la obra pública).
El sentido común nos decía que había que buscar ampliar los mercados, para colocar nuestros productos y servicios, y para ello, debíamos destinar más recursos a la internacionalización, y a adaptarnos a sus exigencias (idioma, redes de comunicación, control de stocks, y logística), pero en el camino, perdimos la batalla de ser dueños y señores de los caminos que enlazan al producto, con los clientes, esto es, las líneas de distribución, y comercialización.
El sentido común, nos decía que al igual que los agricultores, estábamos en manos de los intermediarios, y que hoy por hoy, continuamos estándolo.
El sentido común, nos decía que si en Almussafes, haya por los ’70, se ubicó la Ford, lo fue por cuestiones logísticas, y por precio de mano de obra, y cultura empresarial. Pero seguimos queriendo competir con los mismos elementos, cuando el escenario es diferente: el mercado se ha desplazado, la mano de obra ha subido, y nuestras ventajas competitivas en este sector, se difuminan. Si hablásemos de otro tipo de vehículos, como los eléctricos, o de materiales, y tecnologías nuevas, y sustitutivas de las anteriores, sí que tendríamos de nuevo la ventaja de la localización, y el know-how.
Es lógico que la crisis golpee de forma desigual a las diferentes regiones, porque la estructura de la actividad económica es diferente. Si nuestra dependencia del exterior, es mayor, su evolución también nos afectará más.
El tamaño de las empresas valencianas, salvo honrosas excepciones, es pequeña y mediana, y si a ello, le añadimos el lastre cultural de quienes desde años inmemorables, han vivido atados a la cultura de la agricultura, egocéntrica entre las egocéntricas, individualista, enemiga de la asociación, enemiga de la cooperación, con un papel muy importante del patriarca emprendedor. Entonces el dimensionar las empresas hacia forma como las de la época industrial del XIX, a través de S.A. es culturalmente más compleja; una muestra más de ese carácter es el relativo poco desarrollo del ‘cooperativismo agrícola’ comparado con el volumen de facturación.
Innovar, no solo es tecnología científica, innovar es también cambios de mentalidad, cambios de cultura, ser más generosos, y compartir los proyectos, agruparse para abrir mercados, agruparse para ofrecer al mercado, productos, servicios, y valor añadido.
El empresariado valenciano y el español, tiene mucho que aprender, y mucho que enseñar. Como decía Sánchez Dragó, “todo esta en los libros”, o la que sería la versión moderna de “toda la información está en internet”, pero antes y hoy, tenemos que saber buscarla, tratarla, seleccionarla, adaptarla, implementarla, mejorarla.
El matrimonio de los centros de conocimiento con los centros de producción debe ser mucho más estrecho. Las sinergias de la Universidad, los centros tecnológicos, las escuelas de negocio, y de la formación profesional, deben ser exponenciales.
La puesta en común de todos los sentidos comunes, aderezados con una pizca de osadía, otra de valentía, un pedacito de ingenio, un trozo más de reposo, al fuego lento, y con algún que otro hervor (no se diga que nos falta alguno, metafóricamente hablando), y seguramente la receta, y su resultado serán del máximo agrado de los cocineros, y de los comensales económicos y políticos.
Saludos desde los fogones de Xàbia,
enric doménech
05.02.2009 a las 11:30 Enlace Permanente
Sebastián tiene razón: los bancos son culpables
Tiene razón Sebastián: los bancos son culpables. No la banca al pormenor, sino los intermediarios y los supervisores: gestores de fondos, agencias y sociedades de valores, banca privada, fondos de alto riesgo, empresa de capital riesgo, bancos de inversión, paraísos fiscales y reguladores públicos y agencias privadas de riesgo.
Con excepción de los dos últimos -culpables por no cumplir con su deber de asegurar la solvencia y la liquidez del sistema- los otros suelen ser bancos o estar ligados a bancos.
Son culpables por especuladores, por no aportar nada al bien común y haber convertido los mercados financieros, no sólo en un casino, sino, lo que es peor, en un parásito de la economía real, y haber especulado con el ahorro de las familias. Especialmente en el mundo anglosajón, Nueva York y Londres, si lo prefieren, aunque Francfort, París y Milán, y en mucha menor medida, Madrid, también se llevan su parte de culpa.
Carlos Menéndez
http://www.creditomagazine.es
19.02.2009 a las 23:23 Enlace Permanente
Hace unos años Zapatero dijo: «España juega en la Champions Ligue Mundial», también dijo que su gobierno conseguiría pleno empleo.
La actual realidad es la siguiente 3,5 millones de parados, 170.000 parados cada més, reducción de las prestaciones de desempleo, reducción de días de finiquito en el despido, cárceles en el nivel de ocupación más alto en toda su historia, escándalos políticos y de corrupción, deuda externa en aumento, más apoyo al aborto…entre otras desgraciadas actuaciones.
Una auténtica debacle en todo el país que va a convertir a la mayoría de ciudadanos en indigentes.