Lo ha vuelto a decir el presidente del Gobierno en su reciente comparecencia parlamentaria: vivimos una etapa de crecimiento del PIB débil o muy débil que se situará para España en el entorno del 1,6% este año, para bajar al 1% en 2009. La Comisión Europea ha ido un poco más lejos al vaticinarnos, esta semana, una recesión inmediata. Parece, pues, que lo peor de la crisis está por delante, justo en el momento en que las medidas de política económica para hacerle frente están ya, casi todas, aprobadas por el Gobierno aunque algunas no hayan entrado todavía en vigor.
No podemos saber qué hubiera ocurrido con nuestra economía de no haberse adoptado los sucesivos paquetes de medidas que se han presentado en los últimos meses. Pero si aceptamos que los desencadenantes de la mala situación actual, son exteriores –precio del petróleo e incertidumbre financiera internacional tras la crisis de las hipotecas americanas– el margen de actuación nacional es reducido, a pesar de lo cual, el elenco de decisiones tomadas por los distintos gobiernos es lo suficientemente diverso como para merecer algunos comentarios.
El primero es que la influencia ideológica no parece ser muy determinante. Así, vemos como un gobierno supuestamente liberal y de derechas como el del presidente Bush, ha aprobado la mayor intervención pública que se puede adoptar, nacionalizando las dos principales agencias hipotecarias privadas del país. De igual manera, intervino para que algunos bancos compraran otro que estaba en dificultades y ha reorientado las competencias de la Reserva Federal sobre su sistema financiero, en un sentido mucho más intervencionista que antes. Junto a ello, otro gobierno como el español, socialista y de izquierdas, dice que no acudirá en ayuda de ninguna empresa privada con dinero público, aunque amaga con líneas de crédito oficial para promotores inmobiliarios. (Por cierto, ¿se hubiera salvado Martinsa- Fadesa de haber estado en vigor antes?).
El segundo comentario es sobre la relativa ineficacia de los tipos de interés en situaciones de grave incertidumbre como la que vivimos. EEUU ha ido rebajando el tipo de interés fijado como objetivo por los fondos federales hasta el 2%, el Reino Unido sitúa enel 5% su tipo de interés oficial, mientras que el Banco Central Europeo lo mantiene en el 4,25% para la zona euros, sin que de estas divergencias se deriven, al menos de momento, desempeños económicos muy divergentes. Parecería que estamos en esa situación descrita por Keynes en la que el temor ante lo desconocido es tan determinante que aunque los tipos de interés bajen, la inversión y el consumo no reaccionan al mismo ritmo, aunque sí lo haga el tipo de cambio.
Tampoco parece que el mayor o menor activismo presupuestario esté jugando un papel decisivo a corto plazo. Países con déficit público y elevado endeudamiento comparten malos resultados con otros que mantienen cuentas públicas saneadas. Llama de nuevo la atención la fuerte inyección presupuestaria que ha realizado el Gobierno americano o los déficit públicos de gobiernos conservadores, mientras aquí hasta los sindicatos parecen compartir la bondad de una fuerte restricción en el gasto público y sólo debatimos sobre si crecerá en 2009 un 3,5% como propone el Gobierno o el 2% como exige la oposición.
Todos los países están pasando por un momento malo y todos tienen sus fortalezas y debilidades. Pero no parece que las respuestas de política económica que están adoptando unos u otros, se distingan ni por una ideología claramente divergente que permita trazar políticas de derechas o de izquierdas, ni por unos resultados patentemente distintos que permitan señalar qué medidas son las que están dando resultado. Tal vez, porque como dijo Solbes nos encontramos ante una crisis confusa o, en palabras similares del responsable de la reserva federal americana, la más difícil que recuerda.
En cualquier caso, cuando todavía la existencia o no de la crisis era algo opinable, al menos en España, algunos nos adelantamos a pedir a los sindicatos moderación salarial para evitar que una indiciación de los mismos con el IPC se tradujera en posteriores subidas significativas y adicionales de la inflación. Da la impresión de que esto no va a pasar y que los responsables de una cierta resistencia a la baja de los precios no son, hoy, precisamente los salarios.
El verdadero riesgo de que vivamos una segunda vuelta de la crisis que acelere la tendencia bajista del ciclo se sitúa, más bien, en la posibilidad de una sequía crediticia severa, en momentos en que los mercados de valores tampoco están como para garantizar financiación alternativa. El frenazo en la concesión de créditos, inducido por las limitaciones regulatorias ante el avance de la morosidad, las dificultades de liquidez ola falta de confianza, se está produciendo. La financiación a los sectores no financieros, sociedades y familias residentes en España, que crecía al 24% anual en 2006, lo hace ahora en torno al 10%, y cayendo, mientras el BCE endurece las condiciones en las que concede facilidades de liquidez al sistema financiero y los mercados internacionales elevan las primas de riesgo.
Vivimos en una economía basada en el crédito. Y la importancia de este factor para la inversión, el consumo y la creación de empleo contrasta con el hecho de que su manejo no esté en manos de los gobiernos sino de entes independientes como los bancos centrales cuyo objetivo casi exclusivo es el control de la inflación. De aquí la paradoja de que sean los gobiernos democráticos quienes tienen que dar la cLo ha vuelto a decir el presidente del Gobierno en su reciente comparecencia parlamentaria: vivimos una etapa de crecimiento del PIB débil o muy débil que se situará para España en el entorno del 1,6% este año, para bajar al 1% en 2009. La Comisión Europea ha ido un poco más lejos al vaticinarnos, esta semana, una recesión inmediata. Parece, pues, que lo peor de la crisis está por delante, justo en el momento en que las medidas de política económica para hacerle frente están ya, casi todas, aprobadas por el Gobierno aunque algunas no hayan entrado todavía en vigor.
No podemos saber qué hubiera ocurrido con nuestra economía de no haberse adoptado los sucesivos paquetes de medidas que se han presentado en los últimos meses. Pero si aceptamos que los desencadenantes de la mala situación actual, son exteriores –precio del petróleo e incertidumbre financiera internacional tras la crisis de las hipotecas americanas– el margen de actuación nacional es reducido, a pesar de lo cual, el elenco de decisiones tomadas por los distintos gobiernos es lo suficientemente diverso como para merecer algunos comentarios.
El primero es que la influencia ideológica no parece ser muy determinante. Así, vemos como un gobierno supuestamente liberal y de derechas como el del presidente Bush, ha aprobado la mayor intervención pública que se puede adoptar, nacionalizando las dos principales agencias hipotecarias privadas del país. De igual manera, intervino para que algunos bancos compraran otro que estaba en dificultades y ha reorientado las competencias de la Reserva Federal sobre su sistema financiero, en un sentido mucho más intervencionista que antes. Junto a ello, otro gobierno como el español, socialista y de izquierdas, dice que no acudirá en ayuda de ninguna empresa privada con dinero público, aunque amaga con líneas de crédito oficial para promotores inmobiliarios. (Por cierto, ¿se hubiera salvado Martinsa- Fadesa de haber estado en vigor antes?).
El segundo comentario es sobre la relativa ineficacia de los tipos de interés en situaciones de grave incertidumbre como la que vivimos. EEUU ha ido rebajando el tipo de interés fijado como objetivo por los fondos federales hasta el 2%, el Reino Unido sitúa enel 5% su tipo de interés oficial, mientras que el Banco Central Europeo lo mantiene en el 4,25% para la zona euros, sin que de estas divergencias se deriven, al menos de momento, desempeños económicos muy divergentes. Parecería que estamos en esa situación descrita por Keynes en la que el temor ante lo desconocido es tan determinante que aunque los tipos de interés bajen, la inversión y el consumo no reaccionan al mismo ritmo, aunque sí lo haga el tipo de cambio.
Tampoco parece que el mayor o menor activismo presupuestario esté jugando un papel decisivo a corto plazo. Países con déficit público y elevado endeudamiento comparten malos resultados con otros que mantienen cuentas públicas saneadas. Llama de nuevo la atención la fuerte inyección presupuestaria que ha realizado el Gobierno americano o los déficit públicos de gobiernos conservadores, mientras aquí hasta los sindicatos parecen compartir la bondad de una fuerte restricción en el gasto público y sólo debatimos sobre si crecerá en 2009 un 3,5% como propone el Gobierno o el 2% como exige la oposición.
Todos los países están pasando por un momento malo y todos tienen sus fortalezas y debilidades. Pero no parece que las respuestas de política económica que están adoptando unos u otros, se distingan ni por una ideología claramente divergente que permita trazar políticas de derechas o de izquierdas, ni por unos resultados patentemente distintos que permitan señalar qué medidas son las que están dando resultado. Tal vez, porque como dijo Solbes nos encontramos ante una crisis confusa o, en palabras similares del responsable de la reserva federal americana, la más difícil que recuerda.
En cualquier caso, cuando todavía la existencia o no de la crisis era algo opinable, al menos en España, algunos nos adelantamos a pedir a los sindicatos moderación salarial para evitar que una indiciación de los mismos con el IPC se tradujera en posteriores subidas significativas y adicionales de la inflación. Da la impresión de que esto no va a pasar y que los responsables de una cierta resistencia a la baja de los precios no son, hoy, precisamente los salarios.
El verdadero riesgo de que vivamos una segunda vuelta de la crisis que acelere la tendencia bajista del ciclo se sitúa, más bien, en la posibilidad de una sequía crediticia severa, en momentos en que los mercados de valores tampoco están como para garantizar financiación alternativa. El frenazo en la concesión de créditos, inducido por las limitaciones regulatorias ante el avance de la morosidad, las dificultades de liquidez ola falta de confianza, se está produciendo. La financiación a los sectores no financieros, sociedades y familias residentes en España, que crecía al 24% anual en 2006, lo hace ahora en torno al 10%, y cayendo, mientras el BCE endurece las condiciones en las que concede facilidades de liquidez al sistema financiero y los mercados internacionales elevan las primas de riesgo.
Vivimos en una economía basada en el crédito. Y la importancia de este factor para la inversión, el consumo y la creación de empleo contrasta con el hecho de que su manejo no esté en manos de los gobiernos sino de entes independientes como los bancos centrales cuyo objetivo casi exclusivo es el control de la inflación. De aquí la paradoja de que sean los gobiernos democráticos quienes tienen que dar la cara por los malos datos económicos y, a la vez, no sean responsables de algunas de las principales palancas e instrumentos que inciden sobre esos resultados. Quizá por eso, de repente, está adquiriendo un protagonismo político inusitado nuestro Instituto de Crédito Oficial. Para bien, o para mal, ya no queda mucho más para intentar evitar, desde aquí, esa temida segunda vuelta de la crisis.ara por los malos datos económicos y, a la vez, no sean responsables de algunas de las principales palancas e instrumentos que inciden sobre esos resultados. Quizá por eso, de repente, está adquiriendo un protagonismo político inusitado nuestro Instituto de Crédito Oficial. Para bien, o para mal, ya no queda mucho más para intentar evitar, desde aquí, esa temida segunda vuelta de la crisis.